PINCHA PARA SABER DE QUÉ VAN. Para más información visita la Web oficial de Déborah.
Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

martes, 2 de agosto de 2011

La bruja del metro

Era una oscura mañana de principios de verano. Bueno, no, brillaba el sol, pero para mí era oscura porque mi ánimo no era muy bueno, que digamos. Hacía tiempo que estaba con una depresión impresionante y ni siquiera podía hablarlo con nadie, porque todos me daban sólo dos soluciones: o “pues busca la forma de animarte” o “pues ve al psicólogo y que te de la baja”. Pero claro, qué sabrían ellos, como si uno pudiera levantarse un día y decir: “Ya no estoy deprimida, me animo”… o como si por aquellos tiempos pudiera permitirme el lujo de pillarme una baja.
Porque sí, era muy fácil ignorar mi situación, que no era precisamente idílica: dos hijos a los que alimentar yo sola porque mi marido murió tres años atrás en un accidente estúpido y sin sentido, una hipoteca que no acabaría de pagar hasta dentro de 30 años y que apenas me dejaba para comer y tres trabajos (uno de mañana, otro de tarde y otro de fin de semana) que no me daban un segundo de tiempo libre para relajarme. Para colmo de desgracias, me había terminado enamorando de mi compañero de trabajo, que me prestaba tanta atención que no sabía ni cómo me llamaba y que una vez, tras 5 años de cruzarnos en el ascensor, el muy cretino llamó a seguridad porque pensó que me había colado para robar material de oficina.
Entenderéis entonces por qué estaba deprimida y por qué esa soleada mañana me parecía tan oscura ¿verdad? Pues bien, ahora continúo con la historia. Me levanté de la cama con pesadez y, tras conseguir que mis niños se dieran prisa para vestirse y desayunar, me apresuré para llevarlos a casa de mi madre y cogí el metro corriendo para no llegar tarde al trabajo.
Después de que saliera el predicador chalado de turno, una anciana desconocida se sentó a mi lado y fingió que me echaba un hechizo. Me dijo que era una famosa bruja y que mi aura era muy negativa, pero que no me preocupara porque ella lo iba a remediar en un santiamén. No tenía fuerzas ni para echarla (llevaba sin ellas desde hacía bastantes meses) y a pesar de sus excentricidades me caía bien, así que me limité a ignorarla mientras ella hacía aspavientos que pretendían ser mágicos. Al final, la anciana me dio la mano y me regaló un colgante para librarme de los malos espíritus, que no quise aceptar en principio pero que al final me coloqué en el cuello por su insistencia y porque era bonito.
Al rato de marcharse la anciana, unos jovencitos alegres hicieron una de esas performance de las que tanto hablan y montaron una coreografía en pleno vagón vestidos de animales de peluche. Casi me sacaron una sonrisa. Casi. No pude quedarme a ver cómo acababa la cosa porque llegué a mi estación y no iba precisamente bien de tiempo.
Corriendo hacia el trabajo, un mago hizo un truco y se sacó una rosa roja de quién sabe dónde, entregándomela sin aceptar la moneda que le ofrecí. Entré a la oficina algo sonrojada con la rosa en la mano y una compañera me recomendó que la pusiera con agua, pero como no había ningún recipiente en el que meterlo decidimos ir a buscar uno de los portalápices del almacén. Cuál fue nuestra sorpresa cuando encontramos al hombre del que me había creído enamorada besándose apasionadamente con nada menos que mi jefe de sección. Ambos nos miraron azorados y sin saber muy bien cómo reaccionar y nosotras salimos disparadas por la puerta y nos refugiamos en el baño, donde no pude evitar en empezar a reírme a carcajadas casi histéricas hasta que me empezó a doler el abdomen (la falta de costumbre…). Mi compañera me miraba entre divertida y asustada, y, sabiendo que ella también había estado medio enamorada de él, me limité a decir:
- ¡Con razón no sabía que existíamos! ¡No tenemos nada colgando entre las piernas!
Ella también empezó a reír a lágrima viva y desde ese día se forjó una amistad entre nosotras que dura hasta hoy.
Miedo nos dio salir del baño y encontrarnos allí a nuestro jefe, que ya no tenía una pinta tan ridícula como cuando le pillamos in fraganti, sino la imponente solemnidad que le confería su autoridad sobre nosotras.
-A mi despacho –nos dijo en un tono que no daba lugar a reproche. Casi empiezo a hiperventilar allí mismo, porque realmente necesitaba el trabajo. Así que cuál fue mi sorpresa cuando nos dijo que nos haría fijas si le guardábamos el secreto. Pues sí, con un poco de negociación conseguí no sólo que me hiciera fija, sino también que me ampliara la jornada y me pusiera un sueldo decente que me permitiría renunciar a mi trabajo de tarde y poder ver a mis hijos más a menudo, y no sólo cuando se fueran a la cama. Una oportunidad redonda, si tenemos en cuenta que lo único que teníamos que hacer a cambio era guardar silencio. Y no, no me sentí como una chantajista en absoluto: él se lo había buscado, por ocultar a su familia y a todo el mundo sus inclinaciones.
Y sólo hizo falta entrar en el almacén a deshoras para que nuestro compañero se iluminara y se diera cuenta de que existíamos. No sólo eso sino que además ¡se aprendió nuestros nombres y empezó a tratarnos como si fuéramos personas! Como éramos las únicas de la oficina que conocían la causa de semejante comportamiento, nos convertimos en la envidia de nuestras compañeras que, al igual que nosotras hasta el día anterior, soñaban despiertas con que él se fijara en ellas.
Finalmente, y para rematar el día, un compañero de trabajo, con el que siempre había mantenido una relación bastante cordial y amistosa, se sintió celoso al ver la rosa y se atrevió, tras tantos años, a declararme sus sentimientos. Nunca había pensado en él en esos términos pero ese día, tras haber acabado mi platónico enamoramiento tan estrepitosamente, empecé a verle de otra forma y, combatiendo con mi temor a los cambios, decidí darle una oportunidad y concederle una cita, que resultó ser la noche más feliz de toda mi vida. Ya llevamos medio años juntos y el mes que viene, cuando acabe su contrato de alquiler, se vendrá a mi piso a vivir conmigo y con los niños, a los que adora.
Así que ya veis, aunque no creáis en la magia, si una anciana en el metro os echa un hechizo no dudéis un momento en dejarla hacer, sólo por si acaso… no sea que diga la verdad y os conceda la oportunidad de cambiar vuestra vida en un solo día.

---------------------------------------------------------------------------------
Todas las historias y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

6 comentarios:

  1. Se podría decir que la bruja ('hechicera') le abrió los ojos a su manera y le transmitió un poco de buena suerte^^
    Aunque en ocasiones lo veas todo muy negro, tarde o temprano encontrarás la luz.

    Me ha gustado mucho, además de que me ha sido fácil de leer(:

    Un beso, sigue así!!!

    ResponderEliminar
  2. quería darle una nota de esperanza al relato, encarnada en una anciana un poco desequilibrada. Y quién sabe si no usó algo de magia, después de todo... ;)

    ResponderEliminar
  3. Me encanta!

    *Ahora mismo, modo fan: on*

    Para cuándo el próximo? :P

    ResponderEliminar
  4. últimamente publico 2 por semana, así que para el jueves o así habrá otro :)

    ResponderEliminar
  5. Uis, no lo había leído!><

    Es bueno saberlo :D Así ya tengo mis mini lecturas de la semana^^

    ResponderEliminar
  6. XD soy escritora compulsiva... y la semana que viene, maratón

    ResponderEliminar

¡Muchas gracias por visitarme y comentar! Espero que lo que publico te haya gustado pero, si no es así, por favor, ¡dímelo de forma constructiva! Tus comentarios me ayudarán a mejorar.