jueves, 1 de diciembre de 2016

Relato: La apuesta

Esta vez, solo recibí tres palabras de Judith: ruleta, wi-fi y espantapájaros. Esto es lo que ha salido. De alguna manera, de esas palabras tan inocentes ha salido un relato de terror ^^.

La apuesta
Con solo dieciséis años, Pedro ya estaba enganchado a los casinos online. Jugaba al póquer, a la ruleta y a las tragaperras, convencido de que ganaría tarde o temprano y pasaría el resto de su vida sin dar palo al agua. No tardó en perder sus escasos ahorros y en robar la tarjeta de crédito de sus padres. Por supuesto, no tardaron en pillarle y en llevarle a un psicólogo, que recomendó mandarle al pueblo de sus abuelos. Allí, en medio del campo, sin cobertura, ni wifi, poco había que hacer salvo pasear, así que eso hizo: dar grandes caminatas, sin encontrarse con nadie más que con un espantapájaros.
-Tú sí que estás aburrido, ¿eh? -preguntó al objeto-. Yo al menos me puedo mover.
Una especie de chispa surgió de los ojos del espantapájaros, cuyo rostro siniestro, por un momento, le produjo escalofríos. Aun así, no tenía nada que hacer y todos los días desde entonces acudió al lado del espantapájaros, que cada vez le obsesionó más.
-¿Sabes? Estoy convencido de que eres mágico -le dijo un día-. Si lo eres, ¡haz algo para sacarme de este pueblo! ¿No quieres? Vale, hagamos una apuesta -sacó un dado que había logrado conservar de su antigua vida-. Si sale par, me sacas de este pueblo de mala muerte. Si sale impar, haces que me quede aquí para siempre.
Un brillo en los ojos del espantapájaros le dio a entender que aceptaba la apuesta. Pedro lanzó y perdió.
-Bueno, mala suerte. Lástima que no te enteres de que has gana...
Un mareo le sobrevino y todo se volvió oscuro. Cuando recuperó la consciencia, no podía moverse. No tardó en darse cuenta de que estaba dentro del espantapájaros. Su propio cuerpo le miraba con una sonrisa cruel y un brillo en los ojos que reconocía bien.
-Y para siempre te quedarás aquí, tal y como apostaste -rió la criatura. 
Dicho esto, se volvió y Pedro no volvió a verla, ni a ella ni a nadie, salvo a los agricultores que venían a ese campo a comprobar que sus cosechas estaban en orden. Pero ellos no percibían su petición de ayuda y no le prestaron ninguna atención hasta que su figura comenzó a desmoronarse, momento en el que destruyeron al espantapájaros que lo contenía. Pedro quedó reducido a una presencia incorpórea, pero incapaz de moverse. Tal y como había apostado, se quedaría allí por siempre.

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