La canción de los licántropos
Era necesario matar licántropos para contener esa plaga y proteger a su gente: los asesinatos cada noche se habían multiplicado tanto que no quedaba más remedio que acabar con todos los que se pudiera.
«Pero odio matarles», pensaba mientras caminaba por el bosque en busca de presas. «¿No podríamos intentar capturarles o algo? Cuando están así, no saben lo que hacen».
Entonces oyó la canción y, al acercarse, vio a una docena de esas criaturas cantándola. Eso lo cambió todo. Si podían cantar, podían pensar. Si podían pensar, sabían muy bien lo que hacían cuando mataban.
Desde entonces, comenzó a disfrutar matando licántropos; empezó por los cantarines. Jamás sabría que la canción que había interrumpido era un ritual que hacían los pocos que habían conservado la racionalidad para contener la plaga. O que, si les hubiera dejado acabar la canción, el problema se hubiera solucionado sin derramamiento de sangre. Solo tenía una certeza: que ellos eran responsables de sus actos y que, por tanto, no merecían piedad. Ni se la daría.
«Pero odio matarles», pensaba mientras caminaba por el bosque en busca de presas. «¿No podríamos intentar capturarles o algo? Cuando están así, no saben lo que hacen».
Entonces oyó la canción y, al acercarse, vio a una docena de esas criaturas cantándola. Eso lo cambió todo. Si podían cantar, podían pensar. Si podían pensar, sabían muy bien lo que hacían cuando mataban.
Desde entonces, comenzó a disfrutar matando licántropos; empezó por los cantarines. Jamás sabría que la canción que había interrumpido era un ritual que hacían los pocos que habían conservado la racionalidad para contener la plaga. O que, si les hubiera dejado acabar la canción, el problema se hubiera solucionado sin derramamiento de sangre. Solo tenía una certeza: que ellos eran responsables de sus actos y que, por tanto, no merecían piedad. Ni se la daría.
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