Relatos y viajes de Déborah F. Muñoz: Relato. Cazador furtivo

Había que hacer un relato con comer, escopeta y hábito. Esto es lo que salió:

Cazador furtivo

La caza furtiva estaba prohibida, pero era lo único que Asensio podía hacer para dar de comer a su familia. Así pues, como sabía que el señorito no madrugaba demasiado, cogió el hábito de levantarse poco antes del alba y cazar todo lo que pudiera encontrar antes de irse a su cabaña, esconder la escopeta y los cartuchos entre los arbustos, cambiarse de ropa y salir a buscar un trabajo honrado.

Todo fue bien hasta que el señorito, al notar que cada vez había menos piezas en su finca, contrató a un vecino del pueblo para seguir las huellas de quienquiera que le robara la caza. Este siguió el rastro hasta la cabaña de Asensio, donde vio a la mujer y a los niños despellejando la caza del día, y corrió a informar a su señor. El señorito decidió tomarse la justicia por su mano: atrancó puertas y ventanas y quemó viva a toda la familia del infeliz. Poco le importaba que el culpable no estuviera dentro: perder a su familia por su delito sería peor castigo que llamar al juez.

Asensio se enteró en el pueblo de que el señorito había contratado a alguien para rastrearle y corrió de vuelta a su hogar, pero nada pudo hacer: ya solo quedaban cenizas. Observó los restos de su hogar, con la mirada vacía, durante un rato. Luego, rebuscó entre los arbustos en busca de su escopeta y salió de caza.

El señorito recibió el balazo justo entre los ojos. Asensio se acercó al cadáver y le quitó la escopeta, los cartuchos, las botas, el cinturón y todos los objetos de valor. Entonces se marchó al otro lado del río y se echó un rato, hasta que cayó la noche y pudo hacer una última parada en la casa del traidor que le había delatado. El sonido de las campanas tocando a rebato por el incendio le acompañó mientras se alejaba del pueblo. Nunca más le volvieron a ver.

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