miércoles, 25 de enero de 2023

Relato: Robar un pergamino

Esta era la primera vez que usaba el juego de cartas Fatum. Como era la primera vez, seguí las instrucciones al pie de la letra, lo que condujo a una monstruosidad que se iba haciendo más y más grande hasta que me quedé sin cartas de relación. No pasa nada, era el primer intento. Moraleja para el próximo: detenerme cuando se hayan respondido las preguntas más cercanas al personaje ^^.
Esta es la foto del resultado y la interpretación en texto de la misma: 
Mi personaje es una druida investigadora en un templo, secuaz de un bárbaro bandido que está aliado con una hechicera, tiene un objeto mágico y cuya hermana es vasalla de un pícaro.
La motivación de la druida es la bancarrota que tuvo su origen en un secreto sobre un monje marinero cuyo padre era luchador en una ciudad y murió en una mazmorra tras entrar a un lugar del paraíso.
Un evento del pasado de la druida que le marcó mucho fue un sacrificio desinteresado de un explorador, guardián del templo, que ejercía de maestro de un fantasma paladín amante de un mago de un baluarte.
La druida también tiene un hijo que es brujo, además de un héroe ingenuo.
Es una auténtica fumada: simplemente demasiada información para un relato. Por eso digo lo de que voy a tener que cortar la próxima vez que eche las cartas. Pero, ya que está hecho, vamos a ello:

Robar un pergamino

Ludla se despidió de su hijo con la preocupación en el rostro. Era un brujo poderoso, pero también un pobre ingenuo. Eso, sumado a su impulso desinteresado de ayudar a los demás, le traerían problemas más pronto que tarde. Tenía que encontrar una forma de endurecerle: ya había visto a alguien morir desinteresadamente por los demás, no necesitaba revivir la experiencia, y mucho menos con su hijo como protagonista.
Poco podía hacer, sin embargo, mientras permaneciera en ese estúpido templo fingiendo que investigaba. Tenía que encontrar pronto la forma de acceder al pergamino que quería el dichoso bárbaro que la había contratado. Por qué un bandido necesitaba un hechizo para abrir cerraduras era algo que se le escapaba, aunque se rumoreaba que estaba aliado con una hechicera y que alguien de su familia trabajaba para uno de los principales ladrones del país, así que podía tener sentido. 
En cualquier caso, no hacía preguntas: se limitaría a hacer el trabajo y a recibir a cambio la información que le permitiría liberarse de la bancarrota familiar. Ese monje marinero les había dejado en la ruina, pero no se daba por satisfecho y seguía acosando a la familia para que no fueran capaces de levantar cabeza. Todo porque su padre, en una borrachera, desveló un secreto insignificante sobre él a las personas equivocadas. Que su padre hubiera muerto hacía años no había aplacado para nada su resentimiento.
Seguía con estos pensamientos cuando entró en su lugar de trabajo y lo encontró todo revuelto. Había una gran ausencia entre sus papeles: nada menos que las notas que recogían las pistas que tenía sobre el pergamino que necesitaba. Imaginaba quién podía haberlo hecho y corrió hacia la biblioteca, pero era demasiado tarde: el bibliotecario mayor y el sumo sacerdote la estaban esperando junto al sonriente acólito que le había tenido manía desde que entró.
-Dime quién eres de verdad y para quién trabajas si quieres que seamos benévolos contigo -dijo el sacerdote.
-No sé de qué me hablas -se hizo la loca, con la esperanza de que la creyeran a ella antes que a ese imbécil.
-Una druida no tiene ninguna necesidad de esto -dijo el bibliotecario, agitando un pergamino achacoso que llevaba en la mano. De pronto, toda la atención de Ludla se enfocó en ese objeto y esbozó una media sonrisa que pasó desapercibida al enfurecido anciano-. Si es que eres en realidad una druida.
-Oh, ya lo creo que lo soy -respondió ella con dulzura. 
Lo primero que había hecho cuando llegó al templo fue prepararse para una posible huida, dejando caer, aquí y allá, semillas que se colaban entre las grietas del suelo. En apenas unos segundos, esas plantas germinaron a la vez y levantaron las baldosas, lo que hizo caer a los tres y le puso muy fácil a Ludla la tarea de atarles con sus enredaderas. Una vez inmovilizados, se acercó al bibliotecario y le quitó el pergamino, tras lo cual se marchó del templo con rapidez y acudió al punto de encuentro, donde el bárbaro le contó lo que necesitaba saber:
-El padre del monje no murió en una dimensión demoniaca, sino en una celestial. Y entró en la mazmorra no porque escuchara a tu padre desvelar el secreto de su hijo, sino porque estaba convencido de que allí encontraría un objeto mágico que quería regalar al monje. Ludward Worik fue quien le contó que el objeto estaba ahí porque quería deshacerse de él.
Ludla asintió y se marchó sin despedirse. Tenía un monje al que encontrar y al que contar la verdad sobre la muerte de su progenitor. No le diría quién había sido el que había ocasionado la incursión a las mazmorras que le había costado la vida, sin embargo. Al menos, no hasta que hubiera reparado todo el daño que había causado a su familia y esta volviera a tener las mismas riquezas que antaño. Entre tanto, ella sería libre, por fin, de vigilar más de cerca a su hijo y evitar que se metiera en líos desde las sombras. Un precio muy bajo por robar un pergamino.
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