miércoles, 22 de marzo de 2023

Relato: Los dioses son los mismos

Este es mi segundo intento con las cartas Fatum, esta vez he cubierto solo los huecos del tapete y no me he liado a responder a las preguntas de las cartas hasta que me quedé sin ellas. El resultado es el siguiente:
El personaje es un bardo que proviene de una taberna y se dedica a la política. Es amante de un paladín y está aliada con un mago.
Le condicionó en su pasado el entrenamiento de un explorador para una deidad. Le motiva su deber hacia un cazador de sangre (un cazavampiros, vamos) cuya hermana es un demonio

Los dioses son los mismos

Autum despertó junto a su amante Clodin y sonrió al verle tan vulnerable entre las sábanas. Su entrenamiento, que había convertido a un simple explorador en un paladín de los dioses, le había curtido mucho. Había llegado a temer, incluso, que acabara cambiando, pero había superado la prueba sin renunciar a su esencia y ahora era uno de los hombres más poderosos que conocía. 
Unos golpes en el piso de abajo la sacaron de su ensimismamiento: tenía que irse ya. Se vistió a toda prisa, agarró su laúd y bajó corriendo las escaleras, con un grito de "Gracias por el aviso" a Klakas, el mago con el que se había aliado y que hacía las veces de socio en la taberna, el cual había implantado el sistema de dar escobazos al techo para que no llegara tarde a los sitios.
A veces, odiaba estar metida en política en vez de ser una música normal. Era una tarea que no le daba ninguna satisfacción y sí muchos quebraderos de cabeza. No obstante, se había convertido en algo así como la embajadora extraoficial de magos y cazavampiros, y de vez en cuando conseguía que reclamaran algún derecho o que, por lo menos, no les recortaran otros.
Esa tarde, tocaba para los políticos invitados a un cónclave extraordinario de la Unión Dielmanesa, que se reunía para tratar la situación de Diltania. Tras dos décadas gobernada por un nigromante, los rebeldes habían logrado derrocarlo. No obstante, lo habían hecho sin la ayuda de la Unión Dielmanesa, de la que nunca habían recibido más que buenas palabras a pesar de que supuestamente eran los defensores del bien en el mundo. La excusa había sido que el nigromante era un heredero al trono legítimo y que el pacto de No Agresión les impedía intervenir.
Lo que olía a chamusquina era que, ahora que el nigromante había sido derrotado y un rey bondadoso se había alzado con el trono, la Unión Dielmanesa sí que estuviera dispuesta a intervenir. Habían llegado a ofrecer al nuevo rey el grandísimo honor de convertirse en paladín sin entrenamiento previo. Y el rey, sin duda reacio a confiar en los dielmaneses tras dos décadas luchando en solitario para recuperar su país de manos de un nigromante, les estaba dando largas.
Lo que más escamaba a Klakas y Autum era que los clérigos dielmaneses hubieran llegado al extremo de mandar a agentes a Diltania para exaltar al pueblo y que los propios ciudadanos presionaran al rey para aceptar el honor cuanto antes. La misión de Autum ese día, además de entretener a los políticos con su música y seguir negociando en nombre de los cazavampiros y magos para que dejaran de discriminarles en algunos ámbitos, era averiguar por qué era tan importante obligar a un rey bondadoso a convertirse en paladín cuando no lo había sido tanto ayudar a la resistencia contra un nigromante.
El amuleto que le había dado Klakas afinaba su oído y, entre canción y canción, captó informaciones desconcertantes. Eran clérigos y paladines del más alto grado los que habían presionado para que no se ayudara a la resistencia contra el nigromante, como eran clérigos y paladines del más alto grado los que necesitaban tener al nuevo rey bien atado. Los motivos, no obstante, seguían sin decirse en voz alta y las explicaciones como mucho se limitaban a un "Los dioses así lo quieren".
El evento finalizó, para frustación de Autum, sin proporcionarle ninguna información. Sus tanteos a Clodin sobre el tema tampoco dieron frutos, ya que era un paladín del rango más bajo y, además, cuando quiso indagar por su cuenta, recibió la misma respuesta que los políticos y diplomáticos del cónclave: "Los dioses así lo quieren". Según pasaba el tiempo, Autum le veía cada vez más preocupado y, finalmente, el joven le confesó:
—Francamente, empiezo a pensar que habría sido mejor no pasar por ese entrenamiento y seguir siendo explorador. La conexión con los dioses está ahí, sí, pero es todo tan opaco que empiezo a pensar que los que hablan en nombre de ellos tienen algo que ocultar y que no me gustará nada cuando descubra lo que es.
La situación no hizo sino empeorar cuando, de pronto, los dielmaneses perdieron todo contacto con los clérigos enviados en secreto a Diltania. Los diplomáticos no podían preguntar por gente que, oficialmente, no estaba en el país, pero de todas formas no pudieron acceder al rey ni a su Consejo. Esta vez, sin embargo, tenían una buena excusa: una de las Consejeras de Diltania, precisamente la que se encargaba de la política exterior y la más predispuesta a negociar con ellos, se había suicidado de manera imprevista.
Un par de días después, cuando un preocupado Clodin y Autum estaban a punto de irse a la cama, apareció Feltrer. Clodin frunció el ceño; no se llevaba bien con el cazavampiros, a pesar de que le aceptaba porque conocía la deuda de sangre que tenía Autum con él. Así pues, hizo amago de irse a dormir para dejarle hablar a solas con Autum y Klakas, siendo detenido por el cazavampiros.
—Creo que será mejor que escuches esto, chico. Si es que aún no te han lavado el cerebro del todo.
En otro momento, Clodin habría protestado, pero en vista del ambiente que estaba encontrando en el templo decidió dejarlo pasar y seguirles hasta una sala privada donde tendrían intimidad. Feltrer no se andó por las ramas y sacó dos amuletos del bolsillo.
—¿Cómo has conseguido un amuleto de clérigo? —preguntó el paladín, algo indignado. El objeto era para los sacerdotes un gran honor, al igual que las espadas doradas lo eran para los paladines.
—Todos tenemos un pasado, chico. Antes de que mi hermana se convirtiera en un demonio, esto era mío. Nunca lo devolví y, aunque dejé de formar parte del clero, jamás dejó de funcionar. Pero, ¿no reconoces el otro colgajo? —Clodin negó con la cabeza, desconcertado—. Es el amuleto de un clérigo maligno al que maté hace unas semanas, que me contó cosas muy interesantes antes de morir. Si te fijas, está hecho del mismo material que el de los clérigos del bien y del mismo material que tu espada. Lo más sorprendente, no obstante, es que también funciona.
—No entiendo a dónde quieres ir a parar —dijo Clodin aunque, por su rostro horrorizado, sí que lo entendía. Los que no entendían nada eran Autum y Klakas, así que Feltrer se lo explicó:
—Los amuletos de los clérigos, y las espadas de los paladines, son un medio de conexión con nuestros dioses. Cuando meditamos o rezamos, esa conexión se abre y nos concede poder o una habilidad guerrera sobrenatural. Pero si meditas o rezas con un amuleto de los dioses del mal, consigues los mismos resultados. Exactamente los mismos, como me dijo el sacerdote del mal antes de que le abriera la garganta. Puestos a hacer pruebas, recé con mi amuleto del bien para pedir un conjuro maligno y se me entregó. Eso solo puede significar una cosa...
—Los dioses son los mismos —concluyó Clodin, blanco como la cera.
—Los dioses son los mismos, y, por alguna razón, quieren que Diltania pertenezca al mal. Lo cual explica todas las informaciones desconcertantes que habéis recibido —confirmó Feltrer.
Pasaron el resto de la noche hablando de las implicaciones de esa información, así como una manera de liberar a Clodin de sus obligaciones como paladín, ahora que sabían la verdad. No obstante, aunque abandonara la orden, había hecho un juramento de obedecer y defender a los dioses, al que estaba ligado de por vida. Un juramento que, a pesar de los años que llevaba sin ser oficialmente un clérigo, también ataba a Feltrer.
Sin sacar nada en claro, finalmente decidieron dejar la conversación y descansar un poco, aunque ninguno de ellos logró pegar ojo y en el desayuno siguieron por donde lo dejaron. Finalmente, acordaron que Autum siguiera pendiente de la situación política mientras Klakas investigaba entre los magos y Feltrer consultaba sus fuentes en los bajos fondos. Clodin, por su parte, debería seguir con su rutina habitual junto a los paladines hasta que supieran algo más. 
Se estaban preparando para salir cuando tanto Feltrer como Clodin dieron un bote de repente.
—La espada me está llamando —dijo Clodin, entre sorprendido y aterrado—. Debo ir cuanto antes con los paladines, no puedo llegar hasta donde quiere que vaya.
—¡De eso nada, no vas a ninguna parte! —exclamó Autum, sujetándole. Aunque se veía a las claras que Clodin no quería ir a ningún sitio, su cuerpo forcejeaba con Autum para salir de allí e ir con los suyos.
—No creo que tengamos, ni él ni yo, mucha opción de resistirnos. Demos gracias a no tener nivel suficiente para teletransportarnos —gruñó Felter—. A mí me llaman los dos amuletos y no creo que pueda aguantar mucho tiempo el impulso de buscar el primer templo y pedir a alguien que me mande hasta allí.
En ese momento, Clodin hizo una llave a Autum y se liberó de su abrazo, corriendo hacia la salida de la taberna. Klakas reaccionó justo a tiempo y dirigió un conjuro de sueño sobre él y Felter, que se desplomaron en el suelo de inmediato.
Autum y Klakas intercambiaron una mirada asustada, hasta que Autum se recompuso y tomó las riendas:
—Necesitamos saber qué está pasando. ¿Cuánto durará el hechizo?
—Solo unas horas —respondió Klakas—. Pero no me fiaría de que dure tanto, si los amuletos están interviniendo.
—De acuerdo. Cerramos la taberna por hoy, en cuanto vengan nuestros empleados les mandamos a casa. Tú quédate aquí y vigílalos. Si despiertan, lánzales algún otro hechizo que impida que vayan a donde quiera que los dioses quisieran mandarles. Yo iré a pedir a los demás magos que se reúnan aquí contigo y luego buscaré entre mis contactos a alguien que me diga qué está pasando. Os iré mandando mensajeros con lo que averigüe, mientras, necesito que os pongáis en contacto con todo aquel que pueda tener una pista sobre lo que está pasando.
Klakas no podía estar más de acuerdo con el plan y Autum se puso en marcha. Primero visitó a los otros dos magos de la ciudad y les explicó rápidamente la situación, tras lo cual se dirigió a los templos. Casi todos estaban vacíos, salvo por los acólitos con cara de pánico que no sabían decir dónde habían ido sus superiores. En uno de ellos encontró a un par de sacerdotes de bajo rango que habían llegado tarde a la llamada y no tenían modo de llegar hasta el punto, en algún lugar de Diltania, al que tenían que acudir. 
La sede de los paladines también estaba completamente vacía salvo por los sirvientes, que le contaron que todos habían llegado corriendo desde sus casas y un clérigo les había transportado a los dioses sabían dónde.
Finalmente, Autum acudió a la sede del gobierno, donde funcionarios y políticos se habían reunido sin saber qué hacer, totalmente perdidos por la ausencia de los que, en el fondo, manejaban todos los asuntos. Allí, se enteró de que la situación era la misma en todo el continente. Y allí se enteró también del momento en el que los pocos sacerdotes que habían sido incapaces de llegar hasta donde les pedían sus dioses habían enloquecido o habían empezado a afirmar, horrorizados, que los dioses les habían abandonado.
Fue entonces cuando Autum decidió volver a la taberna. Allí, encontró a los tres magos con el rostro grave y a Clodin y a Feltrer despiertos, aunque mareados por los hechizos que llevaban lanzándoles todo el día para que no se movieran.
—Se ha perdido la conexión —murmuró Clodin, medio en shock, en cuanto la vio.
—Ya no están. Ni en el amuleto del bien, ni en el del mal. Los objetos siguen teniendo poder, pero ya no están —confirmó Feltrer, agotado y aliviado.
Autum procedió a contar a todos lo que sabía, que coincidía por completo con lo que habían averiguado los magos y lo que decían el paladín y el cazavampiros.
—¿Y ahora qué? —preguntó al finalizar.
—Hemos intentado visualizar qué ocurre en el lugar al que intentaban ir, pero está completamente bloqueado. Lo que está claro es que, sea lo que sea, ni todos los clérigos y paladines de este mundo han sido suficientes como para detenerlo —respondió Klakas—. La cuestión es si siguen vivos o muertos. Si siguen vivos, no tardaremos en averiguar qué ha pasado. Si han muerto... costará más. En cualquier caso, la situación es grave. Toda la maldita política del continente se basa en el sacerdocio. Tanto si han perdido su conexión con los dioses como si han fallecido, el caos estallará.
—Entonces, es el momento de ponerse en marcha. No podemos arreglar todo Dielm, pero podemos hacer algo por este reino —comentó Autum, siempre optimista—. Los magos seguís teniendo poder. Sois pocos, pero sois los sustitutos naturales de los sacerdotes en muchas de sus funciones.
—La mayoría de nosotros solo queremos seguir nuestros estudios en paz, sin meternos en política —dijo uno de los magos amigos de Klakas.
—Pero vuestra orden tendrá que tomar posiciones en cualquier nuevo orden que se instaure. También deben prepararse las redes de cazavampiros, Feltrer. Si los dioses malignos son los mismos que los benignos y han desaparecido, es posible que los kulitíes también hayan perdido a sus clérigos, pero ellos tienen muchos brujos y nigromantes que aprovecharán la situación para aumentar su poder e intentar expandirse; ahora mismo somos muy vulnerables. En cuanto a los políticos y funcionarios, y al ejército regular, hay que empezar a organizarles. Es hora de que empiecen a asumir responsabilidades, ya no pueden permitirse el lujo de ser decorativos y hacer lo que les mandan los sacerdotes.
—Yo te respaldaré —le aseguró Clodin. Conforme asumía lo que había pasado, sentía cada vez mayor alivio por no haber conseguido salir de la taberna—. Si lo que has contado es cierto, soy el único paladín que queda en la ciudad. La orden era una farsa, pero me uní a ella porque creía que tenía unos valores y esos mismos valores los seguiré defendiendo con orden o sin ella, con dioses o sin ellos. Reuniré a los sacerdotes que hayan quedado, les explicaré la situación e intentaremos minimizar el caos.
—Contaba con ello —respondió ella con cariño—. Pongámosnos en marcha, pues. Me parece que, en las próximas semanas, poco vamos a dormir.
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