Una forma de parecer culta
«La presentación es la clave», pensaba Rebeca mientras se acicalaba para su cita. Llevaba meses deseando tener la oportunidad de estar a solas con Julián y, gracias a una amiga conspiradora, por fin lo había logrado. Cuidó todos los detalles: desde su imagen, informal pero elegante, hasta el contenido de su bolso, del que hizo sobresalir un clásico de la literatura para que su título asomara solo lo justo para que se percatara de él sin que pareciera puesto así adrede. Julián era un gran lector y, para cazarle, al menos al principio tendría que pensar que ella también lo era.
Antes de salir de casa echó un último vistazo y se dio cuenta de que había estado a punto de cometer un error: no poner un marcapáginas para que pareciera que lo estaba leyendo. Así pues, lo puso más o menos por la mitad. No podía ni imaginar que el error lo estaba cometiendo en ese momento porque, cuando Julián se fijó en el libro y ella le dijo orgullosa que le estaba encantando, él comenzó a comentarlo y a pedirle opiniones muy concretas sobre la parte que supuestamente había leído.
Rebeca, por supuesto, no supo qué responder y él, aunque demasiado cortés para finalizar la cita tan pronto, perdió toda la calidez al percatarse de cómo había intentado engañarle. Ninguna de sus estudiadas poses sensuales pudo compensar eso y, mucho antes de finalizar la velada, supo que había fracasado por completo. Él nunca le daría otra oportunidad.
«Y todo por un estúpido libro. Si ya odiaba leer antes, ahora...», se dijo a sí misma, y se prometió que, la próxima vez que se encaprichara de un intelectual, buscaría otra forma de parecer culta sin arriesgarse a hacer el ridículo.
Antes de salir de casa echó un último vistazo y se dio cuenta de que había estado a punto de cometer un error: no poner un marcapáginas para que pareciera que lo estaba leyendo. Así pues, lo puso más o menos por la mitad. No podía ni imaginar que el error lo estaba cometiendo en ese momento porque, cuando Julián se fijó en el libro y ella le dijo orgullosa que le estaba encantando, él comenzó a comentarlo y a pedirle opiniones muy concretas sobre la parte que supuestamente había leído.
Rebeca, por supuesto, no supo qué responder y él, aunque demasiado cortés para finalizar la cita tan pronto, perdió toda la calidez al percatarse de cómo había intentado engañarle. Ninguna de sus estudiadas poses sensuales pudo compensar eso y, mucho antes de finalizar la velada, supo que había fracasado por completo. Él nunca le daría otra oportunidad.
«Y todo por un estúpido libro. Si ya odiaba leer antes, ahora...», se dijo a sí misma, y se prometió que, la próxima vez que se encaprichara de un intelectual, buscaría otra forma de parecer culta sin arriesgarse a hacer el ridículo.
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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia
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