Hoy mezclo dos retos en el mismo relato corto: una historia de amistad eterna en la que aparecerán unicornios, una ballena y flamencos.
El engaño
Se creía cazador de unicornios hasta que tuvo a una de esas criaturas a su merced y no fue capaz de matarla. La dejó marchar y, con su acto, se ganó la amistad eterna y la bendición de esas criaturas, que sin embargo no podrían protegerle de la ira de su señor si volvía con las manos vacías.
Había escuchado que algunas ballenas tenían cuernos extraordinariamente parecidos a los de los unicornios, así que se dejó caer por el puerto más cercano. Una vez allí, no le fue difícil convencer a uno de los capitanes para que le trajera uno de esos cuernos, que tiraban al mar al considerarlos tan inútiles como los huesos. Cuando tuvo el cuerno de ballena en su poder, solo tuvo que buscar a un mago para que hiciera un conjuro que diera un halo de luminosidad al inútil objeto antes de volver con su señor.
Por suerte, el noble no tenía ni una pizca de magia en su ser ni hechiceros a su servicio que pudieran detectar el engaño, así que le concedió su libertad y una ingente cantidad de oro. De todas formas, por si acaso, huyó muy lejos de allí, a un lugar donde habitaban pájaros rosas en el que compró una casita que pasaba desapercibida para pasar el resto de sus días.
Nunca supo que, cuando descubrió el engaño, su señor le buscó incansable y que le habrían encontrado de no ser por los unicornios. Estos, fieles a su juramento de amistad, cuidaron de él y de sus descendientes por toda la eternidad ayudados por los flamencos, fieles centinelas de la familia.
Había escuchado que algunas ballenas tenían cuernos extraordinariamente parecidos a los de los unicornios, así que se dejó caer por el puerto más cercano. Una vez allí, no le fue difícil convencer a uno de los capitanes para que le trajera uno de esos cuernos, que tiraban al mar al considerarlos tan inútiles como los huesos. Cuando tuvo el cuerno de ballena en su poder, solo tuvo que buscar a un mago para que hiciera un conjuro que diera un halo de luminosidad al inútil objeto antes de volver con su señor.
Por suerte, el noble no tenía ni una pizca de magia en su ser ni hechiceros a su servicio que pudieran detectar el engaño, así que le concedió su libertad y una ingente cantidad de oro. De todas formas, por si acaso, huyó muy lejos de allí, a un lugar donde habitaban pájaros rosas en el que compró una casita que pasaba desapercibida para pasar el resto de sus días.
Nunca supo que, cuando descubrió el engaño, su señor le buscó incansable y que le habrían encontrado de no ser por los unicornios. Estos, fieles a su juramento de amistad, cuidaron de él y de sus descendientes por toda la eternidad ayudados por los flamencos, fieles centinelas de la familia.