Este es el relato de la ficha del personaje que hice el mes pasado, del proyecto de Adictos a la Escritura. Si queréis ver la ficha del personaje, pulsar en el siguiente link. No voy a tener mucho tiempo para entrar en internet hasta el jueves por la tarde, así que, si comentáis, no os molestéis si tardo en publicar los comentarios o en contestarlos (especialmente en contestar, en moderar los comentarios no se tarda mucho).
Corro por el escarpado camino de la montaña, cansada pero incapaz de detenerme porque él se acerca. No sé de cuántas ciudades he huido ya, pero esta vez está más cerca que nunca, porque se me ha adelantado y ya estaba esperándome cuando entré en la ciudad. Ni siquiera tuve tiempo de dormir un poco y quitarme el polvo del camino en una taberna miserable antes de que apareciera, y sólo el instinto me salvó esta vez. El mismo instinto que me dice que le tienda una trampa y le arranque el corazón. Pero, aunque mi instinto me pide que le mate, mi alma, si es que una semisúcubo puede tener una, me dice lo contrario porque, para qué engañarme, aunque el objetivo de Norval sea matarme por ser un monstruo, yo todavía le quiero... Y más de una vez me he sentido tentada de ahorrarle el esfuerzo y acabar con todo de una vez, aunque como desafío a los clérigos malvados que me criaron, que también me quieren muerta, siempre detengo el cuchillo un segundo antes de que se clave en mi corazón.
Miro de nuevo atrás y veo que la distancia se ha reducido. Yo soy más rápida, pero Norval tiene sus hechizos clericales y el favor de su dios. Esta vez voy a necesitar más que suerte para darle esquinazo, pienso mientras freno en seco. Hay un largo puente derruido frente a mí y a mi derecha una pared vertical que, de escalarla, me dejará al descubierto cuando Norval llegue a esta altura del camino, lo cual le permitirá acabar conmigo fácilmente con cualquier hechizo menor. A mi izquierda un barranco cuyo fondo no alcanzo a ver y a mi espalda está mi perseguidor, que se acerca rápidamente. Maldiciendo las inútiles alas que tengo a la espalda, busco en el interior de mi bolsillo la botella que me dio una adivina a la que salvé la vida tiempo atrás. No sé qué contiene, pero la anciana me dio instrucciones claras al respecto: destruirla cuando me viera en peligro. Espero hasta el último momento para lanzar la botella al suelo y una niebla suave me envuelve. A través de esa niebla me veo a mí misma volando la distancia que me separa del puente y comprendo que la botella ha creado una ilusión. Norval, pasando a mi lado, realiza un hechizo de levitación para seguirla. Pero otra imagen ilusoria, esta vez de un dragón, le hace perder la concentración y caer en picado.
Antes de querer darme cuenta me encuentro cayendo al vacío en pos de Norval. Llego a tiempo para agarrarle, pero por desgracia mis enclenques alas, que apenas sí pueden sostener mi peso, no soportan tanto y el planeo, ya irregular de por sí, se interrumpe. Me duelen las alas, y en mi locura decido no soltarle, deseando que la muerte llegue rápido.
Despierto en un saliente con el ala rota y el cuerpo dolorido. Norval está encima de mí, inconsciente. Mi naturaleza demoníaca ha logrado que la caída no sea mortal y que las heridas curen rápido, pero Norval, que pasa en cortos internalos de la inconsciencia a la consciencia febril, no ha tenido tanta suerte y cuido sus heridas hasta que estoy segura de que se repondrá. Luego, tras asegurarme de que no hay peligro en la zona, me doy la vuelta y comienzo a caminar por el saliente para buscar un lugar propicio para la escalada.
-Terral…- Me llama Norval débilmente. Me giro y le veo de pie. Se acerca tambaleándose, diciendo que no me busca para matarme sino para ayudarme, que me quiere. No le creo, no puedo creerle, pero bajo la guardia un momento, suficiente para no poder reaccionar y evitar que la daga sagrada se clave en mi cuerpo.
Dolor. Nunca imaginé que los clérigos del bien fueran expertos en torturas. Un fuego líquido me recorre, no me deja pensar. Jamás, en todos los años que pasé conviviendo con el mal, he sufrido un dolor semejante. Al fin, me deja sumirme en la oscuridad…
Despierto entre sus brazos, me acaricia. Me siento extraña, no entiendo. Tenía que hacerlo, me dice. La daga sagrada hubiera matado a cualquier alma maligna, a mí me ha purificado. Era necesario hacerlo, añade, porque me ama. Desprendiéndome de su abrazo, me limito a decir que amar implica aceptar al otro como es, no intentar cambiarlo. Sus palabras me han producido más dolor que su daga. Salto, alejándome de él y de sus súplicas. Consigo llegar torpemente abajo, seguramente gracias a Norval. Me alejo corriendo lo más rápido posible, con el corazón sangrando por dentro.
No sé cuánto he corrido, pero me detengo a descansar al lado de un arroyo. Me miro sin la magia ilusoria de mi anillo. Mi aspecto externo es el mismo, pero me siento distinta. El mal sigue en mi interior, pero ya no me oprime. No siento con tanta intensidad lo negativo, la lujuria, la cólera, la tristeza. Pero tampoco puedo sentir la alegría después de lo que ha pasado, y el amor parece haber sido reemplazado por una sensación de vacío. Las únicas cosas que no han desaparecido son el sentimiento de soledad, que ahora es más fuerte que nunca, y mis principios. Sólo puedo preguntarme: ¿Sigo siendo la misma? La respuesta parece lejana, inalcanzable. ¿Podré perdonarle alguna vez?