Para los que todavía no sepáis quién es este personaje, aquí tenéis enlaces a otros relatos y a su ficha:
- Ficha de personaje
- Terral
- Terral: orígenes: concepción
- Terral: orígenes: infancia
- Terral: orígenes: entrenamiento
- Terral: orígenes: adolescencia
- Terral: orígenes: misión
Sospecha
La ciudad es inmensa y no
puedo ocultar mi asombro al verla. No es que tenga que ocultar nada,
ni a Norval ni a nadie, pero las viejas costumbres perduran.
Me preocupa mucho que
las barreras mágicas detecten el hechizo de ocultación de mi
naturaleza demoníaca, o la ilusión que esconde mis alas. Mi
compañera tenía que reforzar el conjuro justo antes de entrar, pero
no tuve más remedio que matarla. Sólo puedo confiar en la suerte
una vez más, pero por si acaso estoy preparada para huir si soy
descubierta. Por más que el hechizo oculte y de alguna forma impida
salir a mi parte demoníaca, sigue estando ahí y soy perfectamente
consciente de que no soy precisamente pura.
Espero sinceramente que
no pase nada. No sólo porque perder la amistad de Norval sería un
golpe muy duro y difícil de superar, sino porque esconderme de los
sacerdotes malignos que sin duda me perseguirán cuando se enteren de
todo será más sencillo en la ciudad con más clérigos del bien por
habitante de toda Dielm. Pero, salvo un ligero estremecimiento del
colgante al atravesar la muralla, no ocurre nada significativo.
Una vez dentro, no tengo
muy claro qué hacer a continuación. Se supone que Daided tenía los
contactos y el dinero, pero yo no tengo más que un par de monedas de
oro y no sé dónde ir. Supongo que tengo que encontrar trabajo, pero
no poseo ninguna experiencia ni sabría dónde buscarlo. Estoy a
punto de preguntar discretamente a los comerciantes cuando Norval se
me adelanta.
—Escucha, Terral. No
he podido evitar fijarme en que tu bolsa no está precisamente
llena... ¿tienes amigos en la ciudad que te den alojamiento, o un
lugar donde trabajar? —enrojezco, pero no me atrevo a mentirle al
respecto y niego con la cabeza—. Verás, conozco a un tipo que
siempre necesita ayudantes en su tienda. Es quisquilloso y nunca
está contento, gruñe, protesta y frustra a todo el mundo, pero por
algo se empieza y el alojamiento y la comida están incluidos en el
sueldo, que por otro lado no está tan mal. Ya sé que no es ideal
pero...
—Podré soportarlo —le
interrumpo. Si él supiera...
***
Llegamos a la calle
principal y entramos en uno de los locales más suntuosos de la
plaza. Sólo por el olor ya sé que es una tienda de magia, aunque
está tan impoluta y organizada, con los ingredientes metidos en
tarros mate y los libros y componentes grandes fuera de la vista, que
nadie podría decirlo de buenas a primeras.
Norval se dirige al
mostrador y tira débilmente de una campanilla. Un individuo de
avanzada edad, que viste como un noble, se apresura escaleras abajo
refunfuñando, pero cuando ve a mi compañero se detiene.
—¿Qué? ¿Otra inútil
para el puesto?
—Kareilos, si recibes
así a tus trabajadores desde el primer día no puedes esperar una
actitud positiva por su parte.
—Lo mismo da, ninguno
aguanta conmigo más de unas pocas semanas. No merece la pena ser
amable —se gira hacia mí—. ¿Sabes algo de magia?
—Algo sé. Pero soy un
desastre si intento practicarla.
—No necesito a un
practicante, sino a alguien que sepa distinguir una gema encantada de
una decorativa, no confunda los componentes de hechizos entre sí y
no me mezcle las hierbas sólo porque se parecen.
—En tal caso, puedes
contar con que haré bien mi trabajo.
—Veremos. Sube, deja
tus trastos en el primer cuarto según acaban las escaleras y vuelve
aquí como si huyeras de una horda de orcos. Te explicaré las cosas
una sola vez, ni una más. Si te ves incapaz de memorizar todas tus
tareas, los horarios y hasta el último de los productos de esta
tienda, ya te estás largando.
Sonrío y hago lo que me
dice. Teniendo en cuenta dónde me he criado, no será difícil
esttar a la altura del puesto.
***
Ha pasado una semana y
Kareilos sigue en la misma línea que el primer día. Ya apenas tiene
motivos de queja por mi parte, lo cual parece irritarle todavía más,
pero no me preocupa. Al contrario que mis viejos maestros, que
cumplían sus amenazas (y eran amenazas mucho más temibles que las
que profiere mi jefe), a él se le va toda la fuerza por la boca.
Mi nueva vida me gusta.
Tengo suficiente tiempo libre para recorrer la ciudad con Norval, e
incluso he conocido a gente interesante por mi cuenta. El resto del
tiempo lo paso en la inmensa biblioteca, a la que todo el mundo tiene
acceso. Me he adaptado rápido: sólo tengo que seguir mis
inclinaciones naturales, en vez de contenerlas.
En cuanto al trabajo,
reconozco rápidamente los objetos mágicos, los ingredientes y las
hierbas que me piden los clientes. Aparte de eso, no tengo más que
ordenar, limpiar, hacer recados y anotar cuidadosamente qué se lleva
cada persona. Kaleidos insiste que es su responsabilidad todo hechizo
que se realice con lo que vende, y lleva una estrecha vigilancia para
detectar anomalías que indiquen un uso maligno de sus productos.
Nunca he tenido
problemas con esa norma hasta hoy. Un cliente se ha llevado una serie
de hierbas e ingredientes que, en apariencia, son inofensivos.
Kareilos no le ha dado importancia, pero yo sé que en esas
cantidades se puede hacer un hechizo para anular la voluntad. Lo que
es más, revisando su historial he encontrado compras igualmente
preocupantes, aunque en principio sean ingredientes comunes.
¿Cómo contarle mis
sospechas sin revelar parte de mi pasado? Este dilema me atormenta.
No puedo dejar que ese hombre realice el hechizo, pero basar mis
acusaciones en la intuición no servirá de nada: su reacción ha
sido reír y amenazar con despedirme si me niego a atenderle. La otra
opción es encontrar pruebas más consistentes y dejar a Kareilos al
margen, lo que podría dejarme expuesta a aquellos que sin duda están
tras mi pista. No obstante, me temo que no me quedará más remedio
que intentarlo. Maldita mi conciencia, por no permitirme ignorar la
situación y quedarme al margen. Espero equivocarme.
***
Tras tres días siguiendo
al mago, mis sospechas de que hace magia oscura se han convertido en
una certeza casi absoluta, lo cual me ha planteado un nuevo dilema:
ahora que lo sé, ¿qué hago? No puedo interceptarle y atacarle, o
intentar liberar a sus víctimas, sin arriesgarme a un ataque que
dejaría al descubierto mi verdadera identidad.
Por supuesto, la
respuesta está clara. Sólo falta reunir el valor necesario para
hacerlo. Norval puede encargarse del asunto con facilidad, pero para
contárselo todo necesito confiar en él y en que no hará preguntas.
Por supuesto, somos amigos, y en cualquier sitio que no sea aquel
donde me crié eso implica un cierto nivel de lealtad, pero nada
puede asegurarme que su lealtad hacia mi persona sea mayor que la que
siente hacia la institución sacerdotal a la que pertenece.
Necesito dos días más
para animarme, y le obligo a jurar por sus dioses que no va a
preguntarme cómo conseguí la información que le proporciono,
planteándolo de tal forma que parece que estoy protegiendo a alguien
más. También le hago prometer que no revelará a nadie quién se lo
ha contado.
Me mira raro, pero
accede, y le digo todo lo que sé sobre el mago: dónde vive, qué
clase de hechizos realiza e incluso algunas de las protecciones,
mágicas y comunes, que he descubierto durante la vigilancia. Su
rostro se vuelve más sombrío por momentos y cuando termino me dice,
antes de girarse para volver al templo.
—Me encargaré de
comprobar que todo es cierto —titubea, antes de añadir—. Terral,
no sé a quién intentas proteger haciéndome prometer todo eso, pero
si tiene que recurrir a subterfugios e intermediarios para revelar a
las autoridades la identidad de un criminal, no creo que sea trigo
limpio. Ándate con ojo.
Asiento y respondo con
una media sonrisa, aunque en mi interior siento cierto enfado. Sé
que no pretende insultarme, porque no sabe que no intento proteger a
nadie más que a mí misma, pero me duele que piense que no soy trigo
limpio. Lo soy, o al menos lo es mi parte dominante, tanto más desde
que enterraron tan profundamente mi parte oscura para hacerme pasar
por una humana corriente.
Si algo he aprendido de
esto, es que nunca, pase lo que pase, debo permitirle que se entere
de mi secreto.
Todas las historias y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.