Nuevo relato hecho en base a un lanzamiento de dados...
El incordio de la troupe
El jefe de los faranduleros tenía tres hijos: el mayor tenía una fuerza sobrehumana capaz de levantar cientos de kilos, el mediano desafiaba a la gravedad andando por paredes imposibles y el pequeño ni siquiera era capaz de encestar una pelota en una barrica, pero era muy inteligente. Por supuesto, este último era un incordio. La inteligencia no tenía cabida entre los que vivían de hacer espectáculos con sus capacidades extraordinarias. Por eso, cuando no lo dejaba en manos de su gente para que le pegaran y se rieran de él, lo cual parecía relajarles y divertirles mucho, le obligaba a llevar las cuentas, hacer recados, trazar la ruta que seguiría su troupe y atraer a los paletos con su verborrea a su espectáculo.
Cuando el Emperador exigió que un hombre de cada familia fuera alistado en su ejército, vio la oportunidad de deshacerse del incordio. Pocos meses después, ya se arrepentía de su decisión porque, nada más desaparecer el chico, su compañía de artistas comenzó a gastar más de lo que ganaba, que además era cada vez menos, porque ninguno de los enviados para pregonar su espectáculo captaba a tantos curiosos como el muchacho.
El joven, por su parte, también agradeció poder alejarse de ese ambiente tan oprimente. Pronto, vio un mundo de posibilidades para prosperar en el ejército. No le fue difícil acercarse a un oficial que valoraba su extraordinaria inteligencia y comenzar a ascender en el mundo militar primero y después en la corte. Una vez en esta, con una buena posición de poder, se dedicó a convencer a los legisladores de que prohibieran las troupes ambulantes, solo por si, al contrario de lo que intuía, su ausencia no había sido suficiente castigo.
Cuando el Emperador exigió que un hombre de cada familia fuera alistado en su ejército, vio la oportunidad de deshacerse del incordio. Pocos meses después, ya se arrepentía de su decisión porque, nada más desaparecer el chico, su compañía de artistas comenzó a gastar más de lo que ganaba, que además era cada vez menos, porque ninguno de los enviados para pregonar su espectáculo captaba a tantos curiosos como el muchacho.
El joven, por su parte, también agradeció poder alejarse de ese ambiente tan oprimente. Pronto, vio un mundo de posibilidades para prosperar en el ejército. No le fue difícil acercarse a un oficial que valoraba su extraordinaria inteligencia y comenzar a ascender en el mundo militar primero y después en la corte. Una vez en esta, con una buena posición de poder, se dedicó a convencer a los legisladores de que prohibieran las troupes ambulantes, solo por si, al contrario de lo que intuía, su ausencia no había sido suficiente castigo.