Paraíso natural
No había una semana en la que los dragones y los humanos no se enfrentaran, y la arena de las playas siempre acababa teñida por la sangre de ambos bandos. Las batallas eran cada vez más encarnizadas y el nivel de salvajismo de los humanos, empeñados a expulsar a las bestias de su reino, crecía día a día. Hasta que, un día, todos los dragones giraron sus cabezas hacia el oeste antes de huir lo más rápido posible en dirección contraria.
Los humanos, creyéndose vencedores al fin, gritaron de júbilo. Pero eso fue antes de ver la enorme ola que se dirigía hacia ellos: no había salvación posible.
Cuando, horas después, los dragones regresaron a la isla, estaba completamente arrasada. Era un auténtico desastre natural; todo rastro de vida había sido barrido por la ola, dejando solo un rastro de restos putrefactos. Pero los dragones se sintieron dichosos. Eran una raza paciente y sabían que la vida volvería a abrirse camino. No obstante, una cosa tenían clara: que la próxima vez que los seres humanos volvieran a poner un pie en su isla, no les dejarían asentarse y creerse los dueños de la misma. De hecho, lo mejor era no dejarles acercarse siquiera con sus barcos, a los que quemarían nada más verlos.
Pero yo sobreviví al naufragio y era tan pequeño que no me vieron llegar a la playa. Pasé meses en ese paraíso, escondiéndome de ellos, antes de lograr construirme un bote sólido que me sacara de allí en plena noche. Como ya no se acercan los barcos a su isla, se han vuelto perezosos y no están tan vigilantes. Además, hundir una flota de barcos de guerra no les resultará tan fácil como quemar un navío despistado. Pronto, los humanos reclamaremos ese paraíso natural.
Los humanos, creyéndose vencedores al fin, gritaron de júbilo. Pero eso fue antes de ver la enorme ola que se dirigía hacia ellos: no había salvación posible.
Cuando, horas después, los dragones regresaron a la isla, estaba completamente arrasada. Era un auténtico desastre natural; todo rastro de vida había sido barrido por la ola, dejando solo un rastro de restos putrefactos. Pero los dragones se sintieron dichosos. Eran una raza paciente y sabían que la vida volvería a abrirse camino. No obstante, una cosa tenían clara: que la próxima vez que los seres humanos volvieran a poner un pie en su isla, no les dejarían asentarse y creerse los dueños de la misma. De hecho, lo mejor era no dejarles acercarse siquiera con sus barcos, a los que quemarían nada más verlos.
Pero yo sobreviví al naufragio y era tan pequeño que no me vieron llegar a la playa. Pasé meses en ese paraíso, escondiéndome de ellos, antes de lograr construirme un bote sólido que me sacara de allí en plena noche. Como ya no se acercan los barcos a su isla, se han vuelto perezosos y no están tan vigilantes. Además, hundir una flota de barcos de guerra no les resultará tan fácil como quemar un navío despistado. Pronto, los humanos reclamaremos ese paraíso natural.
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