La misión era sencilla: interceptar el convoy en uno de los pasillos entre territorios de distintas compañías, acabar con la escolta y saquear todo lo que llevara de valor. La misión era tan sencilla que Dangel, el líder de los Mercenarios del Mediodía, sabía que había gato encerrado.
A su hacker le costó un poco, pero no tardó en averiguar que la empresa que les había contratado tenía tratos frecuentes con sus principales rivales, los Mercenarios del Martillo. A Dangel no le costó entender lo que pasaba: esta vez, los Mercenarios del Martillo habían decidido no cobrarse alguna de sus misiones en créditos, sino en cabezas: las de sus competidores.
Pero a ese juego podían jugar dos bandas. Contactó con uno de los clientes que les pagaban a plazos y les ofreció un trato irrechazable: les perdonaría todo lo que les quedaba por pagar si contrataban a los Mercenarios del Martillo para que hicieran la misma misión que les habían encargado a los Mercenarios del Mediodía. Solo tuvieron que adaptar el dossier a la imagen de marca de la empresa para que los muy pardillos mordieran el anzuelo.
El día de la misión, los Mercenarios del Mediodía se desplegaron por la zona lo bastante lejos como para que sus enemigos no les detectaran pero lo bastante cerca como para ver lo que ocurría e intervenir si se daba el caso. Los Mercenarios del Martillo eran buenos: incluso sabiendo dónde iban a montar su emboscada, costaba percibirles. Tampoco les detectó el convoy que tenían que asaltar, con cuya escolta acabaron en seguida. Cuando abrieron los transportes para saquearlos, sin embargo, no encontraron bienes que saquear, sino una bomba que acabó con ellos en un suspiro.
Dangel, que había esperado una batalla cuando aparecieran drones o cualquier otro tipo de enemigos, bajó su arma e hizo una señal a los suyos para que se replegaran. Su intención había sido hacerse con algún chip o con las armas de última tecnología que portaran sus enemigos, pero lo que llevaran estaba irremediablemente perdido, fundido por el calor de la explosión.
No obstante, todavía estaban a tiempo de ir a la guarida de los Mercenarios del Martillo y hacerse con todo su material. Después de todo, de todos sus miembros, ahora solo quedaba el hacker, al que habían incorporado hacía poco y a quien podían aprovechar para reclutar. O mejor no: si no había sido capaz de descubrir que era una trampa, o al menos de sentir una mínima sospecha, no merecía formar parte de los Mercenarios del Mediodía, la mejor banda de mercenarios de la zona.
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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia