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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

miércoles, 2 de febrero de 2022

Relato policíaco: El sillón desaparecido

Hoy tocaba escribir un relato policíaco que empiece con “No veía a nadie más. Creí que estaba sola”. Y esto es lo que ha salido.

 El sillón desaparecido

No veía a nadie más. Creí que estaba sola, por eso empecé a registrar de nuevo el despacho del muerto, porque mi nuevo compañero tendría toda la experiencia del mundo, pero estaba claro que no se encontraba en su mejor momento. Así fue como me encontró, con las manos en la masa, cuando ya casi había terminado de hacer el segundo registro. 
Empezó a recriminarme mi actitud. Pero yo no me achanté y empecé a recriminarle la suya. Finalmente, se plantó y dijo:
-A ver, entonces, listilla. ¿Qué es lo que se me ha pasado por alto y que tú has encontrado después de cuestionar la calidad de mi registro?
Ahí me había pillado. En ese segundo registro no había encontrado nada que mi compañero no hubiera catalogado. Pero no iba a dejar que ganara la discusión, así que empecé a improvisar:
-No he encontrado otras pistas, pero tienes que reconocer... que todo el despacho es sospechoso. -Alzó una ceja y seguí improvisando, aunque él sabía perfectamente que era eso lo que estaba haciendo y eso me dio más rabia-. Venga ya, tanto lujo, mesa de caoba, con vistas que dominan la ciudad, primeras ediciones en los estantes... ¿Y esa mierda de silla de oficina, que no es mejor que las que tenemos en comisaría?
Entonces me detuve al darme cuenta de que realmente era un detalle importante. Él pareció pensar lo mismo, porque salió en busca de la secretaria, que se había negado a entrar en el despacho y lloraba desconsolada en su mesa desde que llegó a la oficina y se enteró de la noticia, para preguntar por la dichosa silla. Por supuesto, ella no la había visto en su vida; ahí normalmente había un sillón con ruedas. Un sillón muy particular que, tirando del hilo, encontramos en un punto limpio. 
Las manchas de sangre y las muestras de adn nos permitieron hacernos una idea de lo que había pasado. El asesino se reunió con nuestro muerto en su despacho a altas horas de la noche, se enfadó con él y le mató. Usó el sillón para sacar el cadáver del despacho, el verdadero escenario del crimen y no el solar en el que lo encontramos medio enterrado. Luego, como un mueble tan caro hubiera resultado muy llamativo en ese lugar, lo llevó un par de calles más allá y lo dejó al lado de los contenedores.
Se tomó muchas molestias, incluso volvió al despacho, limpió la escena del crimen de toda huella y sustituyó el sillón por una silla de otro despacho que encontró abierto en el complejo de oficinas para que no diera demasiado el cante. Por suerte, con el sillón del que se había deshecho y con las cámaras de seguridad no había sido tan meticuloso y pudimos atar cabos.
Cuando cerramos el caso, sin embargo, no me permití recordarle a mi compañero que todo había sido gracias a mí. Él me había calado y yo, una vez que le vi en acción, tras darle esa pista crucial, tengo que reconocer que era todo un sabueso. Quién sabe, quizás no hacíamos tan mal equipo después de todo.

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