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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

sábado, 26 de febrero de 2011

Cuerpo analógico, vida digital


Nada más nacer, sus padres, amantes de las nuevas tecnologías y de cuanto tuviera que ver con internet, le hicieron una página de Facebook y de tuenti, en los que colgaban todos y cada uno de sus avances, enfermedades, enfados, llantinas y primeras palabras.
No le mandaron a la escuela hasta que fue obligatorio, y una vez allí el muchacho no podía evitar preguntarse por qué algunos de los otros niños tenían juguetes de verdad y él no tenía ninguno. Sus padres le respondieron que para qué quería juguetes analógicos si tenía a su disposición centenares de videojuegos para su franja de edad. Así que cuando se hizo en la escuela el día del juguete, tuvo que llevar su consolita portátil, al igual que unos pocos niños más. En ese momento, su mente infantil se dio cuenta de que existían dos tipos de niños: los analógicos y los digitales. Sus padres hicieron lo posible por evitar que su hijo se convirtiera en un niño analógico, y finalmente su hijo fue un niño digital que, aunque se sentía atraído por lo analógico, lo temía y lo mantenía a distancia.
Los niños analógicos no tenían varias consolas, como mucho una, y se divertían con juguetes que ocupaban espacio innecesario. Tampoco tenían páginas en las redes sociales, ni cuentas electrónicas en las páginas de las grandes marcas dedicadas al público infantil saturadas de correos con maravillosa publicidad hecha a su medida. El niño digital se dio cuenta de que la mayoría de los niños analógicos tenían la piel más oscura por estar al sol, mientras que los niños digitales eran más pálidos. También había otras diferencias, como que los niños analógicos se ponían menos enfermos, eran más alegres y escandalosos, y les gustaba hablar entre ellos en vez de mandarse mensajes silenciosos con sus móviles (¡algunos ni siquiera tenían móvil!).
El niño digital creció con un montón de amigos digitales en sus cuentas de redes sociales, y actualizaba su estado cada hora. Las marcas se adaptaban a él y siempre le mandaban publicidad personalizada. Un día le dio por preguntarse cómo era eso posible, y comenzó a hurgar en internet para darse de bruces con el control parental que habían instalado sus padres.
El niño digital siguió observando atentamente (pero desde lejos) a los niños analógicos. A la hora del recreo, salían al patio y se dedicaban a correr, saltar y reírse mientras los niños digitales jugaban con sus consolas o se mandaban correos con los móviles. Descubrió que tenían mascotas analógicas, animales de verdad, en vez de tamagochi, y cuando pidió a sus padres uno, ellos se limitaron a decir que eso era muy sucio.
El niño digital siguió creciendo y las restricciones del control parental se iban empequeñeciendo según se hacía mayor. En el colegio comenzó a aprender ciertos conceptos como la intimidad, y empezó a plantearse si no sería mejor tener un poco de eso. Pero sus amigos digitales se habían acostumbrado a que actualizara cada poco tiempo y se preocupaban pensando que estaba enfermo, y, al dejar de decir qué le gustaba y qué no en sus perfiles, las marcas dejaron de mandarle publicidad de cosas que le gustaban y sus mensajes de correo le empezaron a molestar. Sus padres estaban también preocupados por este cambio en su hijo, del que sabían todo sólo gracias a la red.
El niño digital comenzó a correr en el patio con los niños analógicos y esto hizo que sus padres se preocuparan aun más, especialmente cuando su maestra les dijo que en realidad era bueno que el niño saliera para que le diera un poco el aire. Fue entonces cuando le cambiaron de colegio y tuvieron una charla seria con él.
Le explicaron cómo los niños analógicos eran unos salvajes descontrolados, cómo se pegaban de forma incivilizada en vez de quitar a los niños que les molestaban de la lista de amigos, cómo algunos ni siquiera sabían usar el ordenador. Le contaron la necesidad de las marcas de saber qué quería para que le pudieran ofrecer lo que necesitaba, cómo eso haría que todo fuera más barato y menos molesto porque a los niños analógicos les bombardeaban con publicidad que no les gustaba al no saber qué querían. Le enseñaron cómo hacía lo digital la vida más fácil a los ciudadanos y a los gobiernos, que podían fichar a la gente mala desde muy temprana edad. El niño digital creyó todo lo que le dijeron sus padres y se olvidó de la intimidad. Después de todo, sus 500 amigos de las redes sociales no dejaban de ser sus amigos, las marcas eran buenas con él y el gobierno le protegía y por tanto todos tenían derecho a conocer su estado a cada momento.
La vida del niño digital siguió así hasta que llegó a la universidad y se matriculó en una carrera on-line. El problema era que algunas de las prácticas eran presenciales y analógicas, aunque seguramente coincidiría con algunos amigos digitales. Cuando llegó a clase, hizo saber a sus compañeros que podían entrar en sus perfiles si querían comunicarse con él. En poco tiempo, se dio cuenta de que todos sabían todo de él, mientras que él no sabía nada de ellos, ya que esos chicos analógicos sabían algo de informática y eran tan maleducados que se metían en su perfil sin que él lo supiera, sin dejar comentarios o, de dejarlos, con perfiles vacíos, y además aprovechaban la información que leían en él para manipularle y hacerle trabajar más de la cuenta.
El chico digital volvió a preguntarse por la intimidad, pero tuvo la ocurrencia de buscar información creando un hilo en un foro de debate y acabó más confuso de lo que estaba. Su confusión fue en aumento cuando se encontró con su novia digital en una incómoda cita analógica y no tuvieron nada que decirse, aunque por internet no paraban de hablar. Y todo fue a peor cuando fue a una entrevista de trabajo y su entrevistador dijo que currículum les gustaba, pero que su perfil no era el que buscaban, aunque él no había permitido el acceso a su perfil a nadie que no fueran sus amigos después de su experiencia con los chicos analógicos.
No obstante, cuando nuevamente intentó conseguir la intimidad que no había tenido nunca saliendo del mundo digital, se dio cuenta de que estaba atrapado en él por sus padres, amigos, marcas preocupadas porque quisiera desapuntarse de sus páginas… y que el control que todos tenían sobre él era tan férreo que no podría salir nunca del mundo digital, ya que hacerlo le supondría un esfuerzo tremendo y probablemente el mundo analógico no le diera la bienvenida.

lunes, 21 de febrero de 2011

Los clientes favoritos

Este es el relato que he hecho para el proyecto de Adictos a la escritura del mes de febrero: especial San Valentín. No soy muy romántica, pero espero que haya quedado bien...
Los clientes favoritos
Anabel se levantó como todas las mañanas y frunció el ceño cuando miró al calendario. 14 de febrero: San Valentín, una vez más sin pareja. Sus amigas le habían recomendado no cortar con su novio dos semanas antes del gran día, pero ¿realmente le interesaba aguantar dos semanas más con una persona con la que ya no quería estar sólo para que, siendo tan poco detallista como era su ex, le regalara una rosa de plástico o un peluche con forma de corazón (¡cómo los odiaba!) de los chinos? Evidentemente, había decidido cortar por lo sano, y así se ahorraba el tener que comprarle un regalo. Tampoco estaba la economía para gastar el dinero en un desagradecido que seguramente iba a regalarle de vuelta una payasada como esas. Pero claro, ahora era una de esas mujeres a las que la sociedad consideraba dignas de lástima que pasaban solas San Valentín.
No había tenido en toda su vida un San Valentín con novio. Nunca había coincidido, y tampoco la había importado. Pero la presión de todos sus conocidos comenzaba a pasar factura y la empezaban a deprimir todas las insinuaciones veladas sobre qué pena daba y cómo iba a ser una solterona el resto de su vida. Como si ser soltera e independiente fuera el mayor problema del mundo, y como si san Valentín no fuera un invento de los grandes almacenes para ganar ingresos extra. Había oído que, de media, la gente se gastaba unos 100 € con motivo del día de los enamorados. De locos.
Sin ganas, se dirigió a su trabajo en una pequeña tienda de ropa escondida en una callejuela del centro de Madrid. Una vez allí, se acomodó en la silla tras el mostrador y se dispuso a leer un libro, a la espera de que entraran clientes. Francamente, no sabía cómo se mantenía el negocio, porque lo que era en su turno no entraba ni el Tato, pero a su jefa parecían irle bien las cosas y estaba bastante segura de que no la iban a despedir en un futuro próximo. La mañana fue todo un record, ya que entraron nada menos que diez personas, todos hombres que tenían novia y a los que se les había olvidado tan memorable fecha. Típico.
Todo fue a peor cuando vio entrar a su ex por la puerta, escondiendo tras la espalda inútilmente una rosa de plástico que parecía más un clavel deslucido que otra cosa y un horrible osito peluche (y mira que es difícil que los ositos de peluche sean horribles) con un I love you mal escrito en la camiseta, seguramente en un intento por pillarla con la guardia baja para volver, aunque ni siquiera se había molestado en llamarla desde que cortaron. Dios, qué vergüenza, menos mal que no hay nadie en la tienda ahora. Le costó un buen rato convencerle de que no tenía nada que hacer y de que, de haber querido estar con alguien en san Valentín, no habría cortado con él. Para cuando consiguió hacérselo entender y su ex decidió marcharse, su humor había pasado de malo a muy malo.
Finalmente, echó el cierre y se fue a comer a un restaurante cercano que solía frecuentar. Era barato y acogedor, pero era su preferido más que nada porque también lo frecuentaba un bombón de esos que alegran la vista. Nunca había hablado con él ni tenía intención, pero hay que reconocer que comer cerca de ese hombre que parecía sacado de la portada de una novela romántica era mejor que irse a un Fast food y estar rodeada de obesos y adolescentes con caras llenas de granos.
El shock que recibió nada más entrar fue tremendo. Un restaurante con buen gusto y acogedor se había convertido en un paraíso para cursis, con corazones y guirnaldas rosas por todas partes. ¡Mierda, mierda! Casi le daba miedo pasar. Todas las mesas estaban ocupadas por parejitas que se miraban ensimismadas a los ojos. Estaba a punto de marcharse cuando la anciana propietaria salió de quién sabía dónde y, acogedoramente, le dijo en un tono de voz más alto de lo recomendable.
- Oh, querida, hoy las mesas son sólo para parejas ¿Vienes sola? No te preocupes, puedes sentarte en la barra. Hoy sólo tenemos platos para dos, pero te prepararé algo que puedas tomar tú sola.
Anabel sintió que se le subían los colores mientras atravesaba medio restaurante conducida por la oronda mujer, que en esos momentos no le caía simpática, precisamente. Por lo menos, al llegar a la barra (nunca había entendido que la barra estuviera al fondo y las mesas delante), la buena mujer la sentó al lado del bombón, seguramente en un intento por que pareciera menos patética de lo que se sentía en ese momento.
- ¿A ti también te ha engañado para comer en la barra? –bromeó el bombón. Tenía una sonrisa divina y una voz aterciopelada que, de haber estado de pie, habría hecho que se le doblaran las rodillas.
- Si –respondió malhumorada Anabel, frunciendo el ceño –Al parecer los solitarios no tenemos cabida en ningún sitio el 14 de febrero.
El bombón se rió y dijo:
- Ciertamente es mala fecha para los singles. ¿Tú también has tenido un mal día?
- Uno de esos en los que preferirías haberte quedado en la cama leyendo.
Cuando el bombón iba a responder, apareció de nuevo la propietaria con la carta.
- Oh, veo que os lleváis bien… ¿Por qué no elegís la comida de la carta especial y la compartís? Soléis comer más o menos lo mismo, y estoy tan ocupada hoy que me haríais un favor si no tuviera que prepararos un plato único a cada uno.
Los dos se miraron y se encogieron de hombros, nuevamente engañados por la anciana para que hicieran lo que quería. Fueron conducidos entonces a una mesa y, cuando por fin se pusieron de acuerdo, la mujer desapareció por la puerta de la cocina. Soltando una carcajada al unísono, se dispusieron a esperar su comida.
- A propósito, soy Toni –se presentó el bombón, extendiendo su mano.
- Yo soy Anabel.
***
La anciana propietaria vio marcharse juntos a sus dos clientes favoritos, convencida de que acababa de formar una pareja maravillosa. ¡Y anda que no le había costado! ¡Si hasta había tenido que decorar el local como si fuera una casa de citas!
-Es que, ¡vaya par de bobos! –dijo la mujer para sí poniendo las manos en las caderas mientras les veía desaparecer por la calle. - Seis meses lanzándose miraditas el uno al otro y que no se atrevían a dar el paso. Estaba claro que necesitaban un empujoncito.

sábado, 12 de febrero de 2011

Mariposas


Este relato lo hice en Navidad y se me olvidó colgarlo... así que aquí lo dejo.

Mariposas

Casi había olvidado lo que era celebrar la Navidad pero su pareja, con la que vivía desde hacía un par de meses, había insistido tanto que terminó por ceder a regañadientes y decorar su casa como cuando era pequeña y aun le hacían ilusión esas cosas.
No obstante, el día 25 por la mañana no pudo evitar sentir esas mariposas en la tripa que no sentía desde hacía años y, mientras abría los regalos junto a él, decidió que quizás la Navidad no era tan absurda… compartida con alguien especial.
***
Bueno, ahora las notas:
  • ¡He ganado un concurso en Historias del silencio! Estoy muy contenta, nunca me toca nada XD
  • Estoy ya pensando en la continuación de viajera interdimensional. Ahora no tengo tiempo, pero se está fraguando en mi mente.
  • Estoy muy, muy ocupada últimamente. Los trabajos en grupo me matan, especialmente si me dejan plantada y me toca hacer todo el trabajo (casi no he tenido tiempo ni de ir a comprar el premio de la ganadora del concurso). Así que nada, no estaré muy activa por la blogosfera. Ni siquiera sé si podré participar en algunas cosas que me gustarían, como el concurso de relatos de AM editorial o el proyecto de este mes de Adictos a la Escritura. Lo intentaré, pero no prometo nada...
  • Por petición popular, voy a seguir con la historia de Terral, el personaje que hice hace unos meses para adictos a la escritura. (estos son la ficha y el relato que hice). En concreto, ahora mismo estoy trabajando en los inicios: antes de que Terral naciera. Tardará unos meses, es el relato de libreta (sólo lo escribo cuando me hacen esperar y no tengo un libro o un ordenador a mano).
  • Estoy pensando en hacer una página con las cosas que voy leyendo, aunque no sé, será mucho trabajo (teniendo en cuenta que leo dos libros a la semana y a veces más). ¿Qué pensáis?
Y creo que nada más por el momento. Tampoco tengo mucho más tiempo: actualizo incursores de la noche y ¡a hacer trabajos inútiles y sin sentido! (que asco de vida).