Hace mucho que no escribo nada de steampunk. Un seguidor me retó a hacerlo y, como no había nada que escribir esta quincena (BeLiterature no ha dado ninguna pauta), lo de Adictos a la escritura no es hasta final de mes y se me olvidó que tengo lo de Vuestras consignas, mi relato, en tres ratillos libres en el bar (cuando no hay clientes es un tostón) he hecho este. ¡Espero que os guste! Por favor, comentadme qué os parece. No he hecho muchos del género, así que necesito opiniones sinceras ^^.
El asesinato de Thomas Smith
En cuanto los clientes
habituales se asomaban al escaparate de la Maravillosa Tienda de
Inventos de Vapor de Thomas Smith y señora, sabían al instante
si ese día estaban de suerte y encontrarían algún nuevo artefacto
o por el contrario solo podrían adquirir los productos antiguos,
que probablemente ya habían copiado los competidores o, si no habían
sido imitados ya, pronto pasarían de moda.
Adquirir esa información
sin entrar en la tienda era tan sencillo como observar quién
atendería a los clientes ese día. Si lo hacía el Gran Inventor de
Aparatos Thomas Smith, al que había que dirigirse con el apelativo
completo para evitar que se irritara, significaba que nada hallarían
ese día. Si por el contrario atendía su esposa Juliana, que era,
según todos los rumores, quien realmente realizaba los inventos,
significaba que acababa de terminar una nueva maravilla y que la dama
en cuestión necesitaba alejarse por unos días de su taller para
inspirarse.
Sin embargo, esa nublada
mañana de otoño no había nadie atendiendo, aunque la tienda estaba
abierta. Lo que es más, se escuchaban terribles gritos y mucho jaleo
en la trastienda, de modo que los caballeros más gallardos
decidieron entrar, mientras que el resto se quedó en el exterior,
esperando a escuchar la información de segunda mano. El grupito
llamó la atención de otros viandantes, y pronto se formó una
multitud que, entre empujones y codazos, luchaba por lograr una
posición privilegiada desde la que poder cotillear.
Así pues, se había concentrado frente a la tienda
un centenar de personas, entre las que se encontraban los más
laureados cotillas de la sociedad, cuando Juliana
salió de la tienda con dignidad. La siguió su mayordomo Rodolfo,
cargado de maletas, y una araña mecánica que portaba todo tipo de
herramientas, placas, engranajes y bujías. Al poco, su marido (que
lucía un tremendo chichón en forma de llave inglesa) fue tras ella
para evitar que se marchara.
No era de extrañar que por la
tarde toda la ciudad supiera que Juliana había abandonado a su
marido por sus infidelidades constantes, por quitarle el mérito de
sus inventos y por haber aceptado sin su permiso el encargo de crear
un arma de última generación capaz de destruir ciudades enteras.
***
Un mes después, Juliana suspiró pesarosa
cuando su fiel Rodolfo apareció en la puerta con cara de querer
anunciar nuevas visitas. En el tiempo que llevaba instalada en la casa
de su solterona tía Julia, y especialmente desde hacía una semana,
en los que había comenzado a informarse sobre lo que hacía falta
para que el Papa le concediera el divorcio, había sido asediada en
sus horarios de visitas por cotillas, clientes de su marido que
querían estar al tanto por si realizaba nuevos inventos, inventores
de la competencia que deseaban ficharla y, lo que era peor, media
docena de caballeros que le habían hecho proposiciones indecentes y
otro que se presentó con un anillo de compromiso.
—No recibiré más
visitas —dijo cortante.
—Pero señora, esta vez
se trata de un inspector de policía. Dice que es importante.
—Que pase. —Juliana
puso los ojos en blanco al escuchar a su tía y la fulminó con la
mirada, pero ella simplemente rió nerviosa—. Ay, querida, dudo que
el inspector venga por nada. Sin duda lo mejor es no hacerle esperar.
No le propuso matrimonio,
desde luego, sino que se limitó a informar con indecorosa brusquedad
de que Tomás Herrero, alias Thomas Smith, había sido asesinado y
que ella era la principal sospechosa.
—Eso es ridículo
—exclamó Juliana, que con un movimiento evitó que su tía se
desmayara sobre el té—. ¿Qué le lleva a pensar semejante cosa?
—¿Aparte del móvil,
de su reputación como inventora y de que su esposo no tenían ningún
enemigo?
—Señor inspector, no
hay móvil posible. He comenzado a buscar un medio por el que
divorciarme y, aun en el caso de no encontrarlo, solo hubiera tenido
que esperar unos meses hasta que Tomás se gastara el poco dinero que
le quedaba en los lupanares y acabara muerto de hambre en una cuneta.
En cuanto a lo de que no tenía enemigos, debe estar al corriente de
que siempre fue conocido por moverse en ambientes poco dignos y de
que mi dote y mis inventos fueron los que le dieron el aire de
respetabilidad y el respiro económico que le salvaron de acabar en
la cárcel por deudas. En cuanto a mi fama de inventora, ¿acaso es
un crimen ser una mujer con talento en esta época de avances?
Como única respuesta, el
inspector puso sobre la mesa una bolsa de plástico con una pata
metálica ensangrentada dentro, que hizo que la tía
Julia, que acababa de recuperar la consciencia, volviera a desmayarse.
—Eso no es mío.
—Seguro. Por eso es
idéntica a las patas articuladas de sus arañas de vapor.
—Igual de idéntica a
las cientos de arañas que la competencia copió descaradamente hasta
el menor detalle. La diferencia es que esa pata que hay en la mesa
está hecha con bronce de mala calidad, un material que nunca, en mi
vida, he usado. Además, de haber querido matarle, hubiera usado un
ingenio más original, como una ligera variación en la Máquina de Placer Portátil que tanto se esforzaba por esconder en el doble
fondo del techo. Unos pequeños ajustes hubieran bastado para que se
desangrara de la forma más absurda, y hubiera parecido un accidente
o un defecto de fabricación.
—Veo que lo tenía todo
pensado.
—Ciertamente, se me
pasó por la cabeza, como ejercicio intelectual. Sin embargo, del
pensamiento al acto hay mucho camino, lo que nos lleva de nuevo al
inicio: yo no maté a mi marido.
Ambos se miraron
fijamente, calibrándose mutuamente.
—De acuerdo. Aceptemos
eso. ¿Qué puede decirme de esa pieza?
—Que es una pata de
araña de vapor.
—¿Aparte de lo obvio?
¿Quién lo ha fabricado?
—¿Cómo quiere que lo
sepa? ¿Acaso tengo yo que hacer su trabajo?
—Usted es la experta en
esos artilugios, y creo oportuno advertirle de que sigue sin haber
más sospechosa que usted, de modo que le interesa que encontremos al
culpable cuanto antes.
—Está bien. Le
acompañaré a la escena del crimen y veré si puedo echarle una
mano. Aunque no haya marcas, las arañas suelen tener una forma
particular de moverse según quién las fabrique, puede que haya
pistas allí.
—Esto... —titubeó el
inspector—. El escenario del crimen no es un
lugar apto para la delicada sensibilidad femenina.
—Caballero, eso debió
pensarlo antes de meter ese metal ensangrentado en casa de mi tía
Julia.
***
Escoltada por su
inseparable mayordomo, Juliana acompañó al inspector al edificio en
que se ubicaba su antigua casa y negocio, alrededor del cual se
habían congregado unos cuantos mirones. La escena del crimen, de la
que habían retirado ya el cadáver sustituyéndole por una silueta
pintada en plena pared, con el hueco que había dejado la pata de
araña donde estaría el corazón, era realmente grotesca. Sin
embargo, la dama mostró gran entereza y, con una mueca de desagrado,
se acercó a observar mejor.
—Señor inspector,
nunca he visto nada parecido. Aunque la araña estuviera hecha de tan
mal material, debía estar dotada de una potencia excepcional. Ni
siquiera yo podría haber hecho algo así, aun cuando todavía estaba
en posesión de este taller. Tanto menos ahora, que solo dispongo
del sótano de mi pariente.
—¿Entonces? ¿Quién
cree que la fabricó?
—No sé decirle. Nunca
he visto nada semejante. Sin embargo, quizás esa máquina sea la
pista que no sabía encontrar —añadió señalando a una especie de
pelota de metal gigantesca.
—¿Qué es?
—Sospecho que la
Máquina Extraordinaria Destructora de Ciudades. Permítame que le
exponga mi teoría. Como sabrá, la razón principal de mi partida,
aparte de las indiscreciones de mi marido, fue que me negué a
fabricar dicha máquina. Creo que se le dio por adelantado una alta
cantidad por ese artefacto. Por supuesto, era demasiado incompetente
para construir tal cosa, pero lo intentó porque estaba con el agua
al cuello. No obstante, venció el plazo y, al no tener hecho su
encargo, le asesinaron como represalia.
—¿Tiene idea de
quiénes le encargaron dicha máquina?
—Él me dijo que era un
encargo de Su Majestad pero, en vista de los métodos que se han
usado para castigarle, acertaría al decir que me mintió. Lo tenía
por costumbre.
El inspector comenzó a
rumiar en voz baja. Al rato le agradeció la información y la
acompañó de vuelta a casa.
***
A la semana siguiente,
los periódicos publicaban la noticia de que la policía había
cerrado el caso al descubrir que una trama criminal estaba
involucrada, y que la esposa del difunto quedaba completamente
exculpada.
—¿Veis? —Juliana
agitó el periódico ante su tía y su mayordomo, que eran también
sus cómplices—. Os dije que mi plan era perfecto.
—Sigo diciendo que
debiste matarle con esa odiosa Máquina de Placer Portátil —gruñó
Julia, lejos ya de la imagen histérica que había dado al inspector.
—Tonterías. Era mejor
echar la culpa a unos misteriosos criminales.
—¿Y no te preocupa que
tus clientes se disgusten al echarles la culpa de la muerte de tu
marido?
—¿Por qué? Formaba parte de nuestro acuerdo, y además ya tengo su máquina infernal casi a punto. Lo que me recuerda que debemos vender nuestras propiedades, hacer las maletas y buscar pasajes para América cuanto antes. En cuanto les haga la entrega y aprendan a dominar el artefacto, no quedará ni un edificio en pie.