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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

sábado, 14 de septiembre de 2013

El asesinato de Thomas Smith: un relato steampunk

Hace mucho que no escribo nada de steampunk. Un seguidor me retó a hacerlo y, como no había nada que escribir esta quincena (BeLiterature no ha dado ninguna pauta), lo de Adictos a la escritura no es hasta final de mes y se me olvidó que tengo lo de Vuestras consignas, mi relato, en tres ratillos libres en el bar (cuando no hay clientes es un tostón) he hecho este. ¡Espero que os guste! Por favor, comentadme qué os parece. No he hecho muchos del género, así que necesito opiniones sinceras ^^.

El asesinato de Thomas Smith

En cuanto los clientes habituales se asomaban al escaparate de la Maravillosa Tienda de Inventos de Vapor de Thomas Smith y señora, sabían al instante si ese día estaban de suerte y encontrarían algún nuevo artefacto o por el contrario solo podrían adquirir los productos antiguos, que probablemente ya habían copiado los competidores o, si no habían sido imitados ya, pronto pasarían de moda.
Adquirir esa información sin entrar en la tienda era tan sencillo como observar quién atendería a los clientes ese día. Si lo hacía el Gran Inventor de Aparatos Thomas Smith, al que había que dirigirse con el apelativo completo para evitar que se irritara, significaba que nada hallarían ese día. Si por el contrario atendía su esposa Juliana, que era, según todos los rumores, quien realmente realizaba los inventos, significaba que acababa de terminar una nueva maravilla y que la dama en cuestión necesitaba alejarse por unos días de su taller para inspirarse.
Sin embargo, esa nublada mañana de otoño no había nadie atendiendo, aunque la tienda estaba abierta. Lo que es más, se escuchaban terribles gritos y mucho jaleo en la trastienda, de modo que los caballeros más gallardos decidieron entrar, mientras que el resto se quedó en el exterior, esperando a escuchar la información de segunda mano. El grupito llamó la atención de otros viandantes, y pronto se formó una multitud que, entre empujones y codazos, luchaba por lograr una posición privilegiada desde la que poder cotillear.
Así pues, se había concentrado frente a la tienda un centenar de personas, entre las que se encontraban los más laureados cotillas de la sociedad, cuando Juliana salió de la tienda con dignidad. La siguió su mayordomo Rodolfo, cargado de maletas, y una araña mecánica que portaba todo tipo de herramientas, placas, engranajes y bujías. Al poco, su marido (que lucía un tremendo chichón en forma de llave inglesa) fue tras ella para evitar que se marchara. 
No era de extrañar que por la tarde toda la ciudad supiera que Juliana había abandonado a su marido por sus infidelidades constantes, por quitarle el mérito de sus inventos y por haber aceptado sin su permiso el encargo de crear un arma de última generación capaz de destruir ciudades enteras.
***
Un mes después, Juliana suspiró pesarosa cuando su fiel Rodolfo apareció en la puerta con cara de querer anunciar nuevas visitas. En el tiempo que llevaba instalada en la casa de su solterona tía Julia, y especialmente desde hacía una semana, en los que había comenzado a informarse sobre lo que hacía falta para que el Papa le concediera el divorcio, había sido asediada en sus horarios de visitas por cotillas, clientes de su marido que querían estar al tanto por si realizaba nuevos inventos, inventores de la competencia que deseaban ficharla y, lo que era peor, media docena de caballeros que le habían hecho proposiciones indecentes y otro que se presentó con un anillo de compromiso.
—No recibiré más visitas —dijo cortante.
—Pero señora, esta vez se trata de un inspector de policía. Dice que es importante.
—Que pase. —Juliana puso los ojos en blanco al escuchar a su tía y la fulminó con la mirada, pero ella simplemente rió nerviosa—. Ay, querida, dudo que el inspector venga por nada. Sin duda lo mejor es no hacerle esperar.
No le propuso matrimonio, desde luego, sino que se limitó a informar con indecorosa brusquedad de que Tomás Herrero, alias Thomas Smith, había sido asesinado y que ella era la principal sospechosa.
—Eso es ridículo —exclamó Juliana, que con un movimiento evitó que su tía se desmayara sobre el té—. ¿Qué le lleva a pensar semejante cosa?
—¿Aparte del móvil, de su reputación como inventora y de que su esposo no tenían ningún enemigo?
—Señor inspector, no hay móvil posible. He comenzado a buscar un medio por el que divorciarme y, aun en el caso de no encontrarlo, solo hubiera tenido que esperar unos meses hasta que Tomás se gastara el poco dinero que le quedaba en los lupanares y acabara muerto de hambre en una cuneta. En cuanto a lo de que no tenía enemigos, debe estar al corriente de que siempre fue conocido por moverse en ambientes poco dignos y de que mi dote y mis inventos fueron los que le dieron el aire de respetabilidad y el respiro económico que le salvaron de acabar en la cárcel por deudas. En cuanto a mi fama de inventora, ¿acaso es un crimen ser una mujer con talento en esta época de avances?
Como única respuesta, el inspector puso sobre la mesa una bolsa de plástico con una pata metálica ensangrentada dentro, que hizo que la tía Julia, que acababa de recuperar la consciencia, volviera a desmayarse.
—Eso no es mío.
—Seguro. Por eso es idéntica a las patas articuladas de sus arañas de vapor.
—Igual de idéntica a las cientos de arañas que la competencia copió descaradamente hasta el menor detalle. La diferencia es que esa pata que hay en la mesa está hecha con bronce de mala calidad, un material que nunca, en mi vida, he usado. Además, de haber querido matarle, hubiera usado un ingenio más original, como una ligera variación en la Máquina de Placer Portátil que tanto se esforzaba por esconder en el doble fondo del techo. Unos pequeños ajustes hubieran bastado para que se desangrara de la forma más absurda, y hubiera parecido un accidente o un defecto de fabricación.
—Veo que lo tenía todo pensado.
—Ciertamente, se me pasó por la cabeza, como ejercicio intelectual. Sin embargo, del pensamiento al acto hay mucho camino, lo que nos lleva de nuevo al inicio: yo no maté a mi marido.
Ambos se miraron fijamente, calibrándose mutuamente.
—De acuerdo. Aceptemos eso. ¿Qué puede decirme de esa pieza?
—Que es una pata de araña de vapor.
—¿Aparte de lo obvio? ¿Quién lo ha fabricado?
—¿Cómo quiere que lo sepa? ¿Acaso tengo yo que hacer su trabajo?
—Usted es la experta en esos artilugios, y creo oportuno advertirle de que sigue sin haber más sospechosa que usted, de modo que le interesa que encontremos al culpable cuanto antes.
—Está bien. Le acompañaré a la escena del crimen y veré si puedo echarle una mano. Aunque no haya marcas, las arañas suelen tener una forma particular de moverse según quién las fabrique, puede que haya pistas allí.
—Esto... —titubeó el inspector—. El escenario del crimen no es un lugar apto para la delicada sensibilidad femenina.
—Caballero, eso debió pensarlo antes de meter ese metal ensangrentado en casa de mi tía Julia.
***
Escoltada por su inseparable mayordomo, Juliana acompañó al inspector al edificio en que se ubicaba su antigua casa y negocio, alrededor del cual se habían congregado unos cuantos mirones. La escena del crimen, de la que habían retirado ya el cadáver sustituyéndole por una silueta pintada en plena pared, con el hueco que había dejado la pata de araña donde estaría el corazón, era realmente grotesca. Sin embargo, la dama mostró gran entereza y, con una mueca de desagrado, se acercó a observar mejor.
—Señor inspector, nunca he visto nada parecido. Aunque la araña estuviera hecha de tan mal material, debía estar dotada de una potencia excepcional. Ni siquiera yo podría haber hecho algo así, aun cuando todavía estaba en posesión de este taller. Tanto menos ahora, que solo dispongo del sótano de mi pariente.
—¿Entonces? ¿Quién cree que la fabricó?
—No sé decirle. Nunca he visto nada semejante. Sin embargo, quizás esa máquina sea la pista que no sabía encontrar —añadió señalando a una especie de pelota de metal gigantesca.
—¿Qué es?
—Sospecho que la Máquina Extraordinaria Destructora de Ciudades. Permítame que le exponga mi teoría. Como sabrá, la razón principal de mi partida, aparte de las indiscreciones de mi marido, fue que me negué a fabricar dicha máquina. Creo que se le dio por adelantado una alta cantidad por ese artefacto. Por supuesto, era demasiado incompetente para construir tal cosa, pero lo intentó porque estaba con el agua al cuello. No obstante, venció el plazo y, al no tener hecho su encargo, le asesinaron como represalia.
—¿Tiene idea de quiénes le encargaron dicha máquina?
—Él me dijo que era un encargo de Su Majestad pero, en vista de los métodos que se han usado para castigarle, acertaría al decir que me mintió. Lo tenía por costumbre.
El inspector comenzó a rumiar en voz baja. Al rato le agradeció la información y la acompañó de vuelta a casa.
***
A la semana siguiente, los periódicos publicaban la noticia de que la policía había cerrado el caso al descubrir que una trama criminal estaba involucrada, y que la esposa del difunto quedaba completamente exculpada.
—¿Veis? —Juliana agitó el periódico ante su tía y su mayordomo, que eran también sus cómplices—. Os dije que mi plan era perfecto.
—Sigo diciendo que debiste matarle con esa odiosa Máquina de Placer Portátil —gruñó Julia, lejos ya de la imagen histérica que había dado al inspector.
—Tonterías. Era mejor echar la culpa a unos misteriosos criminales.
—¿Y no te preocupa que tus clientes se disgusten al echarles la culpa de la muerte de tu marido?
—¿Por qué? Formaba parte de nuestro acuerdo, y además ya tengo su máquina infernal casi a punto. Lo que me recuerda que debemos vender nuestras propiedades, hacer las maletas y buscar pasajes para América cuanto antes. En cuanto les haga la entrega y aprendan a dominar el artefacto, no quedará ni un edificio en pie.

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1 comentario:

  1. Me entusiasma este género y tu relato me parece que está muy bien cerrado. Me encanta cómo lo has conducido. Gracias porque me has abierto los ojos a un nuevo mundo literario.

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