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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

martes, 23 de febrero de 2021

Relato: el mago

Relato corto de fantasía: el mago
Ganex era el mejor mago de la región, pero no conseguía trabajo por su aspecto. Todo el mundo daba por sentado que los magos debían ser hombrecillos encorvados y desarreglados, con barba poblada y pinta de despistados, así que desconfiaban de su habilidad cuando veían su juventud, su porte de guerrero y su mirada penetrante. Ganex había intentado cambiar su apariencia, pero no se le daba bien y eso generaba aún más desconfianza entre la gente. Cuando vio a los pueblerinos que acababan de rechazar sus servicios acosar para que fuera su mago a un viejo vagabundo que afirmaba no tener ningún poder, pero que sin duda daba el pego en cuanto al aspecto, su paciencia se colmó y decidió abandonar esa región para siempre.
No llegó a hacerlo porque el vagabundo, que era de todo menos tonto, corrió tras él y le hizo una proposición que podía beneficiar a ambos. Desde ese momento, el viejo hizo el papel del mago mientras el verdadero mago fingía ser su guardaespaldas. Los pueblerinos, cegados por la apariencia de ese venerable anciano, le contrataban sin dudarlo y ofrecían tanto a él como a Ganex un buen sueldo y todas las comodidades. Cuando llegaba la hora de hacer la magia, sin embargo, el vagabundo se limitaba a agitar una varita mágica que desprendía chispas mientras Ganex hacía el verdadero conjuro a escondidas.
Pronto, su fama creció tanto que ya no tenían necesidad de viajar para buscar trabajo, sino que las autoridades de las distintas ciudades les buscaban a ellos. Justo a tiempo, porque Ganex cada vez notaba a su compañero más agotado y enfermo por su avanzada edad. Decidieron entonces que era el momento de construirse una torre donde recibir a los peticionarios, lo que hizo que su fama creciera aún más. 
Todo el mundo entendía que el anciano era un hombre muy ocupado para perder el tiempo conversando con gente mundana, así que a nadie le extrañó que sus apariciones en público fueran cada vez más esporádicas y que fuera Ganex, su guardaespaldas y secretario, quien aceptara los encargos en su nombre. Les molestaba no saciar su curiosidad conociendo al ilustre mago en persona pero, mientras los trabajos se siguieran haciendo, no tenían derecho a quejarse.
Para cuando el anciano murió de viejo, rodeado de lujos, Ganex ya podía seguir con su trabajo sin su ayuda. Y así, aunque todo su prestigio lo recibía un personaje inexistente, pudo ganarse bien la vida y continuar haciendo su magia.   

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martes, 16 de febrero de 2021

La novia desaparecida, un relato romántico

Escribe un relato con las palabras horizonte, retrato, pirata, candado y opinión. Esa era la consigna del reto de esta semana. Y esto salió.

La novia desaparecida

Su opinión no contaba para nada. Por mucho que se quejara, tendría que casarse con esa mujer a la que solo conocía por el pequeño retrato de ella que le habían mostrado. Adiós a sus sueños de libertad; ese matrimonio sería el candado definitivo que le ataría a esa vida anodina llena de normas para siempre. 
«Ojalá la rapte algún pirata mientras viene hacia aquí», pensó deprimido. Pero no, al día siguiente llegaron noticias del barco, que llegaría a puerto al atardecer, y tuvo que prepararse para recibir a su prometida. No obstante, cuando atracó, solo su dama de compañía apareció, histérica, diciendo que su señora había desaparecido y que temía que hubiera caído por la borda durante su paseo nocturno. Registraron el barco de arriba a abajo y no hallaron rastro de ella, por lo que empezaron a temer que la teoría de la criada fuera la acertada. 
Aunque sintió pena por la chica, no pudo evitar sentir alivio: ya no tendría que casarse. Le buscarían a otra novia, por supuesto, pero entre tanto tendría meses de respiro. Sonrió y miró al mar: les convencería para que le dejaran viajar él mismo a comunicar la noticia a los que ya no serían sus suegros. Una vez que su casa quedara más allá del horizonte, sin presiones de ningún tipo, se encontraría a sí mismo y, quizás, reuniera fuerzas para oponerse a los planes de sus padres.
Tomada esa decisión, se dio la vuelta justo a tiempo para ver movimiento entre las mercancías que estaban descargando. Convencido de que algún ladrón se había colado para hacerse con algo de valor, agarró su arma y se acercó, solo para encontrar a una joven escondida entre los bultos. Asombrado, se quedó sin palabras mientras su prometida le hacía un gesto para que guardara silencio con una mirada suplicante. No pudo evitarlo; se echó a reír. Por suerte, no había nadie cerca para escuchar sus carcajadas.
Sin decirle quién era, la ayudó a escabullirse hasta la taberna menos sórdida de la zona, donde la interrogó sobre sus intenciones. Ella no había pensado en nada más allá de escapar de un horrible matrimonio forzado y estaba totalmente perdida. No tardó en hacerla entender que una mujer extranjera, sin dinero ni contactos, no podía acabar en un lugar agradable. Sus ojos se llenaron de lágrimas de desesperación.
-Bueno, no hay que ponerse así. Puedo hablar con algunas amigas para que te busquen un trabajo honrado -le dijo, y los ojos llenos de esperanza de esa mujer, además de su valor, le impulsaron a añadir-: O puedes venir conmigo, aceptar nuestro matrimonio y confiar en que, entre los dos, encontraremos el modo de vivir sin tantas ataduras. Una vez que estemos casados, digo yo, dejarán de meterse tanto en nuestras vidas.
La sorpresa de ella fue breve; pensándolo bien, no había muchos motivos para que un joven refinado como él estuviera en el puerto, salvo que fuera a recibir a alguien. La proposición que le había hecho, sin embargo, la hizo pensar un poco. Le había hecho la oferta libremente y le daba la opción de elegir. Eso era mucho más de lo que había esperado nunca. No se amaban, por supuesto, pero esa base de elegirse libremente sería un buen comienzo, así que aceptó.
Minutos después, el joven comunicó a todos que había encontrado a su joven prometida, desorientada tras un golpe, en algún lugar del puerto. Tras asegurarse de que estaba bien, entraron todos en el carruaje y la condujeron hasta su nuevo hogar. Al día siguiente, durante la ceremonia, ambos dijeron "Sí, quiero" con convicción. El amor y la felicidad vinieron después, cuando ya conocían a fondo el cuerpo y la mente de su cónyuge.

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martes, 9 de febrero de 2021

Relato de ciencia ficción: El dios gusano

Nuevo relato nacido de este lanzamiento de dados (estaba cantado: tenía que ser de ciencia ficción):

El dios gusano

Dados que inspiraron el relato de ciencia ficción El dios gusano
—No puedo creer que hayamos caído en una trampa tan burda —dijo el teniente Halley cuando llegaron al pasillo central—. Apuesto a que ese pasillo conduce a la otra puerta que te daban a elegir —añadió, señalando al otro túnel pequeño que confluía en el que estaban.
—Putos mintreds —fue lo único que respondió su subordinada, Robledo, que odiaba a cualquier especie que no fuera antropomorfa.
Les habían quitado las armas nada más estrellarse en su planeta y se habían negado a ayudarles a no ser que se internaran en el laberinto y eligieran el camino correcto. Ahora sabían que no había elección posible, de modo que se esperaban cualquier cosa y se habían resignado a morir para diversión de esos seres. Sin embargo, cuando el gusano gigante hizo su aparición, solo mantuvo su desesperanza Halley; Robledo soltó una carcajada.
—Escuche, teniente. Yo vengo del sistema minero Nakot-19 y usamos esos bichos para cavar los túneles. Son jodidamente fieros, pero también jodidamente fáciles de domesticar si somos lo bastante rápidos. Cuando levante la cabeza, tenemos cinco segundos para colarnos bajo su cuello y frotárselo. Hasta entonces, ni se mueva o nos cubrirá con su pringue y no habrá escapatoria.
El teniente Halley no se atrevió ni a mover la cabeza en señal de asentimiento mientras el gusano se acercaba cada vez más. Luego, cuando la criatura se alzó, intentó correr hacia ella pero estaba tan paralizado de miedo que tropezó con sus propios pies. Por suerte, Robledo estuvo lo bastante ágil y, cuando se levantó, la criatura estaba completamente amansada.
—Venga, hombre, acérquese y que le huela, si no, no le dejará montar —le instó la soldado.
—No pienso montar en esa cosa —se negó el teniente.
—Es nuestra mejor arma para salir de esta mierda de sitio —insistió Robledo.
Aunque reacio, Halley tuvo que reconocer que tenía razón y no tardaron en subirse al bicho e ir con él túnel arriba. Los mintreds, que habían esperado deshacerse de esos asquerosos antropomorfos y de paso alimentar a su dios, se los encontraron de pronto subidos en este y arrasando su ciudad. No tardaron en rendirse y suplicar clemencia, cosa que obtuvieron a cambio de que les ayudaran a contactar con el alto mando para que fueran a recogerles.
Cuando lo hicieron y por fin estuvieron a salvo en la nave, Robledo, a sabiendas de que le pagarían bien por la información, mandó un mensaje a la Delegación de Comercio informándoles de un planeta rico en recursos mineros: esos gusanos solo vivían en entornos donde proliferaba el rodio, el metal más caro. Y así fue como los mintreds, por su odio a los antropomorfos, acabaron esclavizados por estos, siempre ávidos de recursos.

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martes, 2 de febrero de 2021

Relato: La fobia del superhéroe

Hoy tocaba hacer un relato cuyo protagonista sufriera de aracnofobia.

La fobia del superhéroe

 -Eres un superhéroe, por lo que más quieras. ¡No pueden darte miedo esas dichosas arañas! -se dijo a sí mismo Bart, alias Superleón. Pero nada, no había manera. Le repugnaban tanto que tuvo que llamar a Leia, la vecina de al lado, para que la matara por él.
Ella acudió en su ayuda, como hacía siempre, con la desilusión pintada en el rostro. Dadas sus idas y venidas, y lo cachas que estaba, había sospechado que era Superleón. Hasta que la plaga de arañas sacó lo peor de él y se convirtió en su matabichos particular para no tener que soportar sus chillidos histéricos a través de la pared. Suerte que habían contratado a un exterminador y que ya iban quedando pocas, porque estaba un poco harta de tener que acudir en su ayuda cada vez que una araña diminuta se cruzaba con él en el pasillo y no se atrevía a pasar cerca de ella.
-Hala, ya está -exclamó Leia tras pegarle un pisotón al bicho y tirarlo a la basura.
-Mil gracias -dijo Bart, avergonzado. 
-Nada, hombre. Pero deberías consultar a un especialista, o algo -respondió ella con brusquedad, tras lo cual volvió a su casa y le dejó solo. 
Aunque no estaba solo del todo. Su mayor enemigo, el Doctor Pesadilla, había plagado su casa de minicámaras. Cuando descubrió la verdadera identidad de Superleón, se planteó la posibilidad de revelarla al mundo para hacerle la vida imposible. No obstante, decidió guardarse la exclusiva y buscar sus puntos débiles en su vida cotidiana. Había esperado una novia a la que raptar -la preciosa vecina era prometedora- o algún trapo sucio, pero lo de las arañas era simplemente delicioso.
Una semana después, el Doctor Pesadilla dio su último golpe rodeado de media docena de robots arácnidos bastante realistas. Para sorpresa de todos, Superleón no dio señales de vida y le dejó robar el banco. En la otra parte de la ciudad, Bart, que ya había hecho las gestiones en la liga de superhéroes para intercambiar su ciudad con otro héroe, fue a despedirse de Leia. 
-Oh, por favor, solo son robots con forma de araña y a Doctor Pesadilla no se le ha perdido nada en esta parte de la ciudad -gruñó ella, poniendo los ojos en blanco. Había tenido demasiados vecinos y este, a pesar de su aracnofobia, era bastante normal. No quería que se fuera; a saber qué tarado ocupaba la casa después-. No lanzan telas de araña, ni son venenosos, ni muerden. Si un robot gigante los pisara, ni siquiera harían ese crujidito tan asqueroso al ser destruidos, sonaría más bien como un accidente de tren.
-Tienes razón -dijo Bart, que ni siquiera había pensado en ello. Había sido ver la forma arácnida y perder toda perspectiva. Así que volvió a casa, se puso su disfraz y fue a por Doctor Pesadilla que, confiado, volvía a su guarida con el botín y la escolta de arañas. Superleón se lanzó contra una de ellas y, al comprobar que era como Leia decía, no tardó en convertirla en chatarra. Luego, dio su merecido a su archienemigo, al que inmovilizó, y se ensañó con el resto de los robots.
Cumplido su deber, y detenido por fin el supervillano, volvió a casa, donde encontró una arañita de verdad en el descansillo. Su grito de terror hizo venir a Leia.
-Pero, ¿tú no te ibas? -le preguntó.
-Superleón ha acabado con las arañas -respondió Bart con un toque de satisfacción en su voz.
-Ya. Pues a ver si aprendemos algo de los héroes -gruñó ella y, tras un pisotón que acabó con la araña que atormentaba a su vecino, volvió a su casa con un portazo. No obstante, una vez dentro, sonrió. Le alegraba que no se fuera, a pesar de todo.  

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