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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

martes, 25 de junio de 2013

Relato: Una mirada que lo cambia todo

Sí, sé que llevo mucho sin publicar, pero ¿sabéis eso de que uno está más ocupado cuando empiezan las vacaciones? Pues es cierto. Como el día 30 se publica el ejercicio de Adictos a la escritura y el día 1 el del Taller de escritura de Be Literature, al que me he apuntado (a ver si sale algo), comparto un relato cortito que he hecho en automático hace un ratillo.

Una mirada que lo cambia todo
Le miro.
Me devuelve la mirada. Sonreímos. Se acerca. Hablamos. Empezamos a salir. Nos acostamos. Vivimos juntos. Nos casamos. Tenemos hijos. Compramos una casa más grande. La rutina nos invade. Envejecemos juntos. Morimos.
Agito la cabeza, dándome cuenta de que me he quedado empanada mirándole. Menos mal que ni se ha dado cuenta. ¿Qué demonios me pasa? ¿Yo, fantaseando, a mi edad? ¿Con una boda, niños y una casa grande con jardín, porche y vistas al mar? ¡Si yo nunca he querido casarme, ni tener hijos, y me encanta mi pequeño apartamento en pleno centro de la ciudad!  
¿Por qué me ha dado por fantasear ahora? A no ser... A no ser que no sea una fantasía. Todas las mujeres de mi familia dicen que cuando encontraron a su príncipe azul lo supieron de inmediato, porque todo su futuro pasó ante sus ojos. ¿Y si es que acabo de encontrarle?
Por si acaso, cuando alza los ojos bajo los míos rápidamente, sin sonreír. Quizás soy una cobarde y tengo miedo de cambiar mi vida. Pero yo creo que a estas alturas una no necesita un príncipe azul que le de un anillo, niños y una casa inmensa. Hasta que ese convencimiento se desmorona al acercarse él y hablarme. Entonces me doy cuenta de que quizás ese futuro que he visto no es tan malo... si estoy con él.
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martes, 18 de junio de 2013

Relato: Cómo acabó y empezó todo

 Este relato lo hice para un concurso sobre el fin del mundo. Estaba totalmente en blanco y había que alargar un poco, pero al final lo hice bastante original: me basé en lo que los creyentes denominan el rapto y conté las experiencias de un grupo de bandoleros después del apocalipsis. ¿Qué os parece?

Cómo acabó y empezó todo
Yo sobreviví al fin del mundo, como todos mis hombres. A excepción de Glen, por supuesto, aunque él siempre había clamado a los cuatro vientos que era inocente y que nunca había hecho nada malo. Dado que todos los inocentes desaparecieron misteriosamente el día anterior a que empezara todo y no supimos de él en todo este tiempo, es posible que tuviera razón.
De todos los bandoleros que vivíamos en esta zona de la cordillera, casi nueve de cada diez seguimos vivos. Estábamos lo bastante resguardados para sobrevivir a la lluvia de fuego y lo bastante altos para que las inundaciones no nos arrastraran a su paso. Los terremotos nos pillaron fuera de las cuevas y la helada no fue un problema, porque los restos de madera eran tantos que no nos supuso ningún problema sobrevivir al frío.
Para cuando todo acabó, a excepción de los desafortunados de turno, que habían sido acorralados por las llamas o aplastados por algún árbol o desprendimiento, todos seguíamos relativamente indemnes. Además, habíamos salvado prácticamente todas las provisiones e incluso conseguimos construir un refugio comunitario para resguardarnos del frío y de las bestias, que nunca hasta entonces habíamos visto y que atacaban con un ansia asesina tan feroz que nadie se aventuraba a salir solo, ni siquiera de día, que era cuando estaban menos activas.
Los problemas comenzaron en cuanto acabamos el refugio. En total éramos tres grupos de bandoleros y, aunque nos tolerábamos, siempre nos habíamos mantenido a distancia unos de otros. Las riñas, ahora que nos veíamos obligados a convivir, eran inevitables. Por suerte, mi banda era la más numerosa y la única que no había tenido bajas, así que logramos imponer nuestros deseos a los de los demás, quedándonos en el mejor sitio y llevándonos la mejor parte en el reparto de las provisiones que habíamos puesto en común.
La ventaja numérica también nos permitió vivir relativamente cómodos y libres de cargas mientras el resto trabajaba en la mejora del refugio, que pronto se convirtió en un auténtico fortín. El único intento de rebelión de las otras dos bandas fue descubierto por un golpe de suerte y atajado de inmediato: los conspiradores fueron ejecutados ante el resto, a los que convertimos en nuestros sirvientes.
Nuestra única baja, casi un mes después de que se llevaran a cabo las ejecuciones, se produjo cuando dos de los nuestros, Tolomeo y Carranza, encontraron la bolsa de oro medio enterrada en la entrada de una de las cuevas. Su pelea fue inevitable y sólo regresó Carranza con una estúpida excusa que descubrí en seguida. Por supuesto, cuando me entregó las dos terceras partes de su botín decidí hacer la vista gorda.
Un par de días después llegó la gran alegría para todos nosotros: tras un tiempo cautivas por lo que quedaba del regimiento de soldados más cercano a las montañas, un numeroso grupo de rameras mató a sus captores pulverizando cristal en su comida y, en su búsqueda de un refugio seguro, acabó casi en nuestra puerta.
Por supuesto, no fui tan estúpido como para intentar apresarlas. Semejante pretensión, me atrevería a afirmar, hubiera supuesto mi muerte y la de mis hombres, porque esas arpías habrían encontrado la forma de liberarse y pasarnos a cuchillo en cuanto nos descuidamos. Además, era mucho más divertido tener a las putas bien dispuestas para satisfacer tus necesidades.
Así que les ofrecimos refugio, comida y libertad para elegir a sus compañeros de cama, siempre que fueran de la banda. Tampoco es que fuera necesaria esa advertencia, las rameras siempre saben quiénes son los que tienen el poder y dirigen hacia ellos sus atenciones. En cualquier caso, era mejor vida que la que habían tenido hasta la fecha, porque eran más que nosotros y se podían permitir el lujo de descansar unas cuantas noches, así que aceptaron el trato sin rechistar.
Como es lógico, fue la mejor época de mi vida. Tenía el mando de mis hombres, unos cuantos sirvientes y a todas las mujeres que quisiera para calentar mi cama. Pronto escogí a mi preferida, no la más hermosa pero sí la más ardiente, que siempre se reservó para mí. No pasaron muchos meses hasta que supimos que tanto ella como muchas otras estaban en estado.
Creo que eso cambió mi perspectiva y la de muchos de mis hombres. Aunque algunos de los retoños eran de padre desconocido, la identidad del progenitor de unos cuantos estaba clara, entre ellos la de mi primogénito. Me di cuenta de que, si venían niños, nuestro fortín se quedaría pequeño. Y de que no había hombres suficientes para enviar más partidas de caza, que ya habíamos tenido que duplicar cuando llegaron las mujeres, y seguir con los otros trabajos de fortificación, la supervisión de los sirvientes, la elaboración de herramientas que sustituyeran a los que quedaban inservibles y todas esas tareas que no resultan problemáticas cuando el grupo es pequeño, pero que son difíciles de organizar cuando hay demasiada gente.
Por otro lado, los ataques de las bestias eran cada vez más feroces y las heridas se infectaban fácilmente. Era cuestión de tiempo que alguna plaga hiciera estragos entre nosotros y, al carecer de sanadores, no podríamos evitar una tragedia.
Eso, sumado a la necesidad de ciertos materiales que nos resultaban difíciles de sustituir, me llevó a preparar nuestra primera expedición fuera de nuestro territorio. Dejé a tres de mis hombres de confianza al mando, elegidos especialmente por sus viejas rivalidades para que no se aliaran en contra mí durante mi ausencia, y escogí a otros dos para que me acompañaran.
Esta misión, cuyo objetivo era recoger armas y todos los materiales útiles que encontráramos en el cuartel del que habían escapado nuestras mujeres, fue un gran éxito. No sólo conseguimos lo que buscábamos, sino que logramos capturar a un par de cerdos, cinco caballos y un burro que habían sobrevivido quién sabía cómo.
La siguiente vez fuimos algo más lejos, a la que había sido la población más cercana a nuestra guarida. Aunque en esta ocasión no hallamos todos los bienes que esperábamos encontrar, nos topamos con algo más importante: un pequeño grupo de supervivientes, la mayoría agricultores, a los que ofrecimos un lugar en nuestro refugio a cambio de su trabajo. Hacía tiempo que me preocupaba que la caza, a largo plazo, terminara agotándose, así que cubrirnos las espaldas con lo que quiera que consiguieran cultivar nos vendría bien.
Mayor fue mi alegría cuando, al aceptar nuestra oferta con cara de alivio, nos llevaron a un ruinoso establo en el que tenían escondidas unas cuantas gallinas enclenques, dos gallos y media docena de vacas que nos llevamos con nosotros. Por supuesto, prohibí terminantemente sacrificar a estos animales, a fin de que se reprodujeran.
Realizamos muchas más expediciones, todas ellas exitosas. Si no encontrábamos objetos útiles, capturábamos ganado errante o nos topábamos con grupos de supervivientes a los que invitábamos a unirse a nuestro asentamiento.
Dos años después ya contábamos con herreros, curtidores, artesanos e incluso con un bardo. En principio se generó un debate en torno a ese individuo, porque muchos no le consideraban útil, pero era el único, de los que habíamos encontrado, que sabía escribir, e hice ver a los que querían verle muerto que, de cara a la educación de nuestros descendientes, acabaría por sernos de ayuda.
Y así, poco a poco, se fue construyendo este reino. Luego vinieron los nombramientos, el descubrimiento de otros asentamientos similares más allá de las montañas, las guerras y las leyes... pero esa es otra historia.
***
El anciano acabó su narración, con cara de cansancio, y miró a sus bisnietos, esperando sus respuestas. Finalmente fue Amadeo, el más mayor de todos, quien habló:
—Venga ya, bisabuelo. No puedes hablar en serio. ¿Que tú, el hombre más poderoso de este reino, no eras más que un proscrito? ¿Y la bisabuela una puta miserable? ¿Y todas las casas nobiliarias tienen la misma ascendencia? No me hagas reír.
Su padre, que era el rey desde hacía años, le arreó un sonoro guantazo que le tiró al suelo.
—¡No se te ocurra hablarle así a tu ancestro! Todo cuanto te ha dicho es verdad, y harás bien en recordar esta historia, porque es el origen de este reino y de nuestra familia, y habrás de contársela a tus hijos tal y como la has escuchado.
—Jamás pasaré por semejante vergüenza.
—La pasarás, aunque tenga que encargarme personalmente de ello. No podemos olvidarnos de nuestros orígenes.
—Nosotros somos el poder. Podemos decir que tenemos el origen que nos plazca y nadie se atreverá a rechistar o será pasado por la pica. Dentro de unas pocas generaciones, nadie conocerá más historia que la que le hemos contado.
—El mundo acabó entonces por algún motivo, descendiente —afirmó el anciano—. Y estoy convencido de que fue por gente que pensaba como tú.
—El mundo no acabó. Seguimos aquí. Además, me apuesto que toda esa historia no son más que delirios de la vejez —acabó el joven, saliendo de la sala con un portazo.
Ya a solas, en sus aposentos, comenzó a darle vueltas al asunto. No podía permitir que semejante historia volviera a contarse, aunque fuera a alguien de la familia, y si su padre y su bisabuelo no estaban de acuerdo tendría que encargarse de ellos. Del viejo no tendría que preocuparse, su hora estaba cerca, pero en cuanto a su padre... eso de echar cristal pulverizado en la comida era una buena idea.
Por supuesto, se aseguraría de que sus hermanos y sus tíos estuvieran de acuerdo, o seguirían el mismo camino. En cuanto al resto de casas nobiliarias... sabía que algunas de ellas ya habían inventado alguna historieta sobre sus orígenes y no dudaba de que el resto sabría apreciar el valor de no transmitir a las siguientes generaciones ciertas ideas. Si no, simplemente encontraría motivos para acusarles de traición.
Una vez tomada esta decisión, se tiró en la cama con una sonrisa y empezó a imaginar unos nuevos orígenes. Era descendiente de los reyes de tiempos lejanos, o de los propios ángeles que provocaron el apocalipsis. ¿Qué importancia tenía que la historia fuera fantasiosa, de todos modos? La gente tendría que creerla... o asumir las consecuencias.

antología de relatos cortos 48 trozos de fantasía y ciencia ficción
 

jueves, 13 de junio de 2013

De cómo fue mi firma en la Feria del libro de Madrid

Justo me tocó el día que empezó el calorazo, que ya es mala suerte. Pero bueno, es lo que hay (aunque ya podría haber esperado el verano un día). Cuando llegué a la caseta me enteré de que tendría que haber llevado los libros antes (nadie me avisó, en la feria del libro de Navalcarnero no eran las cosas tan complicadas...) pero pudimos solucionarlo a tiempo.
Luego me puse en mi sitio y empezó la firma. Como ya avisé por twitter, además de mis habituales sellitos había preparado detallitos para los compradores, marcapáginas, papelillos con las sinopsis.... Di como veinte de estos últimos, a los (poquísimos) lectores potenciales de mis libros que se acercaron (todo el mundo era o demasiado pequeño o demasiado mayor, y pasó muy poca gente) y charlé un poco con los que se acercaban (aunque no sabía muy bien cómo abrir la conversación con ellos ^^).
Lo único que me dio rabia fue que las cuatro personas a las que llevaba un montón de tiempo sin ver y que me habían dicho repetidas veces que iban a pasarse a saludar y a hacer bulto no se dignaron a aparecer... No es por nada, lo digo tanto por ellos (que ya saben quiénes son, y casualmente me hicieron lo mismo por mi presentación) como por cualquiera que tienda a hacer lo mismo: quedas mucho peor si dices que vas y luego no lo haces que si dices directamente que no vas.
Pero en fin, la experiencia no me la quita nadie, que es lo importante. Además, aproveché para comprarme los Cuentos de Bereth II y III, Príncipe mecánico y La maga. Y al final di tres regalitos, aunque ya no estaba en la caseta en ese momento ^^.

sábado, 8 de junio de 2013

De cómo fue mi firma de 150 rosas

Tras una mañana ajetreada por asuntos de "Qué voy a hacer con mi vida ahora que he acabado la carrera y no encuentro trabajo" llegó la hora de irme a la Feria del libro de Madrid. Llegué a eso de las 18:10 y no había nadie por en la caseta aún, así que me di una vuelta y me encontré con Julia Zapata, que me acompañó a Kirikú y la bruja, donde me compré Show. Luego volvimos a la caseta y ya había algunas rosas más por ahí. Fue genial conocer a algunas compañeras de antología y reencontrarme con otros :D Nos fuimos a la parte de atrás para descubrir que no había césped y sólo podíamos de dos en dos, así que nos fuimos turnando, con la coordinación de Sergio Guinot, de Divalentis. Entre tanto, más gente iba llegando y nos firmamos mutuamente nuestros ejemplares, charlamos un buen rato...
La foto es de mi cámara, la hizo un amable comprador ^^
Para cuando llegó mi turno y el de Jessica Lozano ya estaba agotadita perdida (llevaba encima mis panfletos, mis marcapáginas, el libro del metro, Show, uno de cada de los míos y, por supuesto, 150 rosas) pero me lo pasé muy bien. Fue un tanto agobiante, no paramos de firmar y a veces nos daban los libros de tres en tres, así que no sabíamos muy bien cuál era de quién. De hecho, me confundí con un nombre (qué palo) pero lo arreglé (algo chapuceramente) en seguida. Pero vamos, que ojalá se acerquen (y a poder ser compren, aunque tampoco pido tanto) a mi firma (este miércoles, 18:30-20:30, caseta 87, Kirikú y la bruja) la mitad de la mitad de la gente que en esos locos veinte minutos.
Luego salimos de la caseta y seguimos charlando, hasta que a eso de las 21:15 decidí marcharme (me moría de hambre y estaba un poquillo cansada), perdiéndome la foto de grupo final.
Por cierto, repito que me toca volver a vivir la experiencia este miércoles 12, pero en solitario. ¡Espero que os paséis a saludar si podéis!

miércoles, 5 de junio de 2013

Relato: Dime que sí

—Dime que sí —susurró. Yo no estaba nada convencida y así se lo hice notar—. Venga, no seas aguafiestas... Tienes que probar nuevas experiencias de vez en cuando.
Me puso esa carita de cordero degollado que tan efectiva le resulta siempre, pero no podía hacerlo. No, llevaba toda mi vida sin sentir la más mínima tentación y no iba a empezar ahora. Menos, con uno tan grande y gordo. Pero siguió insistiendo y al final acabé por ceder. Abrí el libro, de más de mil páginas, y me puse a leerlo, solo para que él pudiera comentarlo conmigo. 
RelLo gracioso es que me gustó, y que ahora lo hago a menudo. Siempre le agradeceré que me hiciera probar esa nueva experiencia.
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lunes, 3 de junio de 2013

sábado, 1 de junio de 2013

El efecto IKEA... o por qué soy tan caótica con mis relatos

El otro día me dio por mirar mis documentos para programar entradas de este blog y meter algunos relatos. Aquí, como sabéis, aparte de relatos inéditos, cuelgo los que presenté a diversos concursos. La cuestión es que he llegado a un punto ¡en que no sé ni qué tengo escrito, ni qué he publicado aquí ni qué he mandado a concursos! Lo que es más, no tengo ni idea de si los que he mandado se han fallado, si puedo reutilizarlos... Incluso cuando me publican algo en una antología, ni me acuerdo de qué era lo que había mandado (cosa que, por cierto, me ocurrió con Historias del dragón). Esto llega a un punto en que tengo como más de dos centenares y medio de relatos (sí, escribo mucho...) en lo que yo denomino El limbo: olvidados y, si me topo con ellos, dudo a la hora de publicarlos aquí por si acaso eran de algún concurso...
Intenté paliar este problema con una base de datos hace tiempo. Título, número de palabras, género, si lo había mandado, dónde, si lo había publicado aquí... Pero, cuando formateé el ordenador y me decidí por openoffice en vez de un word pirateado, todas mis bases de datos se fueron al traste. Y no me veo con fuerzas para empezar de nuevo.
Sin embargo, hay otra cara de la moneda: con mis novelas soy más cuidadosa. Las conozco casi al dedillo, recuerdo hasta qué estaba haciendo mientras las escribía... y les hago seguimiento. E incluso así, valoro más las que escribí durante más tiempo y las que requirieron más atención. Otra excepción son mis relatos eróticos o los relatos más largos (de unas 10 páginas). ¿Por qué pasa esto? Pues bien, aunque suene a coña, en la economía conductual esto tiene un nombre: efecto IKEA.
¿Qué es el efecto IKEA? Es un efecto, estudiado y demostrado científicamente, que básicamente consiste en que valoramos más lo que más trabajo nos lleva. Lo cual me viene al dedillo para explicar mi propio comportamiento con mis relatos cortos porque, teniendo tantos (cuando mi base de datos aún estaba operativa había ya más de 350 y eso fue hace unos años) ¿cómo voy a valorarlos en su justa medida, especialmente cuando me lleva tan poco tiempo escribirlos? Estamos hablando de que un micro lo termino en cinco minutos. Que un relato de longitud media me lleva menos de una mañana. Así que los hago, me lo paso bien, los reviso un poquito y... a otra cosa.
Por supuesto, con relatos eróticos es otra cosa. Me cuestan. Los reviso cien veces para que no parezcan porno y sean elegantes. Así que los valoro más, porque me han costado un mayor esfuerzo. Y lo mismo pasa con los relatos más largos: me tiro más tiempo y los recuerdo casi todos. No es de extrañar que con mis novelas sea tan... detallista. Las mimo mucho, las reviso. He invertido demasiado tiempo como para no hacerlo. Incluso cuando ya están publicadas sigo revisándolas de vez en cuando. Vamos, efecto IKEA total.

¿Y vosotros? ¿Sufrís el efecto IKEA? ¿Tenéis relatos que no sabéis muy bien qué habéis hecho con ellos? ¿Valoráis más vuestros escritos más largos y los que más os han costado?