No iban a ganar esa guerra. Ya ni siquiera los magos eran optimistas al respecto, a pesar de que, tras la revuelta en la que Brontak y sus brujos habían aparecido de la nada, habían asesinado al rey y se habían hecho con la capital, habían seguido insistiendo en que su magia era más poderosa que la de esos renegados.
Pero ahora el nigromante estaba recibiendo refuerzos y recuperar el terreno perdido, de momento, no sería posible. Los magos aspiraban, como mucho, a detener su avance y, en caso de que no lo consiguieran, debían estar preparados.
La moral estaba por los suelos. Estar preparados significaba el exilio: eran demasiados para esconderse entre los ciudadanos de a pie. Los kulitíes controlaban el mar, así que la opción más viable era marcharse del país cruzando por el paso del Pegaso mientras todavía se pudiera. Pero salir de Diltania implicaba la rendición total y algunos locos habían propuesto otra alternativa que les permitiría seguir luchando e intentar recuperar terreno aunque fuera a pequeños pasos o, por lo menos, ser una gran molestia para lo que quiera que pretendiera hacer Brontak.
El bosque de Olmio. Era un lugar maldito y repleto de magia, más grande a cada año que pasaba. Casi nadie se atrevía a internarse en él o a detener su avance; se había tragado pueblos enteros por el miedo de la gente a molestar a lo que quiera que viviera entre la foresta. Los pocos que entraban en ese laberinto eran gente extraña, o volvían cambiados, o se perdían y no regresaban. Pero era el lugar ideal para refugiarse sin ser encontrados precisamente por eso.
El grupo que salió en busca de un lugar escondido del bosque donde alojar a tanta gente estaba compuesto por los más valientes y los más excéntricos, todos ellos voluntarios, salvo los magos que debían hacer de guía y protección, elegidos entre los más inútiles para realizar conjuros de ataque porque eran los únicos de los que podían prescindir en la batalla que se avecinaba. Ellos, sin embargo, eran la clave para la misión de exploración, ya que servirían de enlace con el exterior, como brújula para no acercarse demasiado al núcleo del bosque, del que nadie había regresado, y como baliza si finalmente la batalla se decantaba por el lado de Brontak y había que huir a toda prisa.
Cuando se internaron en Olmio, el miedo les hizo ponerse en tensión, pero la alerta solo duró un par de días. Eran un grupo grande y ningún animal se atrevía a acercarse a ellos, además, la presencia de los magos era reconfortante: afirmaban no detectar ninguna magia extraña en los alrededores, más allá de la del propio bosque, y, además, les ayudaban a encontrar riachuelos y lugares donde abundaba la caza.
No obstante, esa distensión fue disipándose de nuevo conforme avanzaban. El bosque se hacía cada vez más denso y oscuro; llegó un momento en el que tuvieron que reducir las horas que caminaban a las que el sol estaba alto, porque eran las únicas en las que había luz suficiente para caminar. Además, la caza empezaba a escasear, o puede que solo fuera que no tenían tantas oportunidades de encontrar presas, concentrados como estaban en avanzar todo lo posible.
Pronto, empezaron a sentir que algo los observaba de forma constante, y surgieron rumores de que los magos estaban siendo confundidos por el propio bosque para llevarlos a su núcleo y devorarlos a todos. Dos de los hombres enloquecieron y, tras intentar atacar a los magos y ser detenidos por sus compañeros, desertaron en medio de la noche. Horas después, el grupo se encontró sus cadáveres mientras avanzaban en las pocas horas de luz que tenían, con los cuellos torcidos de forma grotesca tras un tropiezo en el talud de un río.
Eso no ayudó a hacer las cosas más fáciles, pero los que quedaban eran hombres comprometidos con su misión y estaban dispuestos a encontrar un lugar para refugiar a la resistencia aunque les costara la última onza de su cordura. Cuando el terreno empezó a volverse cada vez más escabroso y apareció una montaña frente a ellos, justo en el límite que los magos consideraban seguro, creyeron que la habían perdido por completo.
Hicieron un alto, con los magos de nuevo sondeando en busca de una magia que no parecía hacer acto de presencia. Tras un largo debate, decidieron rodear la montaña, aunque eso los acercara al núcleo del bosque unos kilómetros más de lo necesario. Entonces, poco a poco, empezó a haber más luz y a haber un ambiente menos opresivo que, sin embargo, les daba mucho respeto. ¿Y si era una trampa del bosque?
Pero no era una trampa lo que encontraron, sino un terreno con una roca tan dura que ni siquiera el bosque había podido invadirlo. Un terreno donde se veía la luz del cielo, cerca de una zona de la montaña repleta de cuevas donde podrían refugiarse. Montaron su campamento en una de ellas y comenzaron a explorar la zona con detenimiento. Había agua cerca, y de nuevo volvían a encontrar presas que cazar, atraídas sin duda por la luz. Ninguna amenaza, arcana o terrenal, a la vista. Imposible que nadie llegara allí sin tener las coordenadas exactas. Habían llegado al que sería su nuevo hogar provisional.
La mitad de los hombres y uno de los magos se quedaron allí, acondicionando el lugar y salvaguardándolo de cualquier posible amenaza. La otra mitad, volvió a casa para guiar a los demás hasta su nuevo Refugio. Llegaron justo después de la batalla. Habían ganado, pero a un precio tan alto que, cuando Brontak recibiera sus refuerzos, les barrería por completo.
Tras los últimos preparativos, el grupo de refugiados se internó en el bosque, con reticencia pero sin ninguna otra opción. Algunos se perderían por el camino, enloquecidos por la oscuridad y la opresión de Olmio, y solo quedaban atrás algunos enlaces, cuya misión sería tanto o más peligrosa que la nueva vida de los demás en ese bosque maldito. Pero Refugio era una realidad y, desde allí, la resistencia podría hacer frente al nigromante y entorpecer sus planes sin miedo a ser descubiertos.
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