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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

martes, 27 de julio de 2021

Relato de fantasía: Un pozo miserable en el desierto

Toca hacer un relato en el que la tierra sea un elemento muy relevante de la historia. No se especifica si la tierra como arena o la tierra como concepto de propiedad, así que he elegido lo que me ha venido en gana.

Un pozo miserable en el desierto

Tierra, tierra por todas partes. Ni una ciudad, ni un oasis a la vista. Solo la arena, ese pozo miserable y el sol abrasador. Ese era su premio por tantos años de servicio. Todo el mundo pensaba que era más un castigo o una broma pesada que una retribución, pero ella sonrió cuando llegó y montó su tienda encima del pozo. 
Lo que esos idiotas no sabían era que, bajo toda esa arena, había grandes tesoros. Tesoros que los nómadas estarían más que deseosos de desenterrar a cambio de que les dejara beber de esa preciada fuente de agua. Ya tenía localizados los puntos en los que tendrían que cavar, solo tenía que esperar a que pasaran por allí.
Pero ella también era una idiota, solo que de otro tipo. Nunca pensó que, para los nómadas, la autoridad que le había concedido esas tierras no significaba nada. Ni que una maga, por poderosa que fuera, era incapaz de enfrentarse a una tribu sedienta a la que se le negaba el agua.
El único rastro que quedó de su presencia en el desierto fue la tienda. Era demasiado aparatosa para cargar con ella, y ayudaría a que el agua del pozo se evaporara más lentamente. En cuanto al cuerpo, los nómadas lo dejaron abandonado sobre la arena y acabó enterrado junto a las riquezas que tanto había deseado poseer. 
Nadie la echó de menos y esas tierras cayeron en el olvido hasta que, décadas después, otro mago encontró los mismos documentos que la habían conducido hasta allí y empezó a maniobrar para que le concedieran ese trozo de desierto inútil. El ciclo se repetía.

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martes, 13 de julio de 2021

Relato romántico: Una cita en el zoo

Otro relato en base a un lanzamiento de dados. Con esa mala pasada del azar, combinando una ballena con un perfume y unos tacones, ha sido complicado, pero creo que he salido del apuro bastante bien, ¿no?

Una cita en el zoo

Dados que inspiraron el relato corto romántico Una cita en el zoo
Sus padres querían emparejarle a toda costa y no dudaban en colarle alguna que otra cita a ciegas de vez en cuando. Por suerte, más allá de organizar el día y la hora, no intervenían en nada, así que Pat, que empezaba a aburrirse y odiaba tener que decir a sus padres que la mujer con la que habían intentado emparejarle era un muermazo, decidió jugar al despiste. Cuando sus padres dejaban caer que era una chica habladora y deportista, insinuaba que la llevaría a hacer senderismo pero acababan en una galería de arte. Si a ella le encantaba la música moderna, decía que tenía el plan perfecto y la llevaba al ballet. Si le gustaba bailar, la llevaba a una clase de meditación. Las posibilidades de dar con el plan más opuesto a la perfección eran infinitas.
Ya había hecho su jugada varias veces y no había vuelto a saber de las chicas, que les dijeron a sus padres que no estaban hechos el uno para el otro. Pero ellos seguían insistiendo. La chica de la cita de hoy, Dalila, era una chica "muy formal y pulcra", según palabras textuales de su madre. Estaba deseando ver la cara que ponía cuando la llevara al zoo.
Tal y como esperaba, apareció en el punto de encuentro maquillada, con un vestido despampanante, tacones de aguja y olor a perfume. Su cara de sorpresa al ver a dónde se dirigían siguió también el mismo patrón. Aun así, no dijo nada, de modo que pagaron las entradas y tomaron los planos que les dieron en taquilla. Pat solo lo miró de pasada: con una sonrisa maliciosa, señaló a la otra punta del zoo tras echar una ojeada a los tacones, con los que, calculaba, no aguantaría semejante caminata:
-Me gustaría ver esta zona.
-¿Sabes qué? -dijo Dalila, que se había dado cuenta, perfectamente, de lo que estaba haciendo-. Que será mejor que vayas tú solo.  No sé cómo he dejado que tu madre me liara para esto pero, francamente, estoy en una etapa de mi vida en la que no tengo ni tiempo ni ganas de aguantar a tipos desconsiderados, tanto menos a los que saben que lo son. Que disfrutes de los leones.
Pat no pudo darle réplica; ella se alejó en dirección a la tienda de regalos antes de que pudiera pensar en qué decirle. Por primera vez, se sintió un poco mal, y no ayudaba nada saber que ella era tan víctima como él de los tejemanejes de su madre. Aun así, ya poco podía hacer para arreglarlo. Se encogió de hombros; ya que estaba allí, bien podía disfrutar del zoo.
Se la encontró de nuevo un par de horas después en la zona del acuario, viendo una proyección sobre las ballenas en libertad. Llevaba sus tacones en la mano y los había sustituido por unas chanclas de la tienda de regalos. Pat dudó antes de acercarse, pero la mirada ensimismada de ella a la pantalla le atraía como un imán. Así pues, avanzó hacia ella y llamó su atención tocándole suavemente el hombro.
Dalila se giró y una mueca de disgusto apareció en su rostro. No obstante, Pat se tragó sus inseguridades y se disculpó con sinceridad. Le explicó que había sufrido demasiadas citas a ciegas aburridas, que odiaba tener que negarse a una segunda cita si caía en gracia en la primera y que en realidad su comportamiento, aunque imperdonable, era una forma de evitar situaciones incómodas.
-Te comprendo. Nunca me he atrevido a llegar tan lejos, pero te comprendo -fue la sorprendente respuesta de Dalila. 
Todo eso dio pie a una larga conversación sobre citas desastrosas, que se convirtió en una divertida comida dentro del mismo recinto del zoo, una larga sobremesa y un paseo posterior. Llegada la hora de cierre del recinto, ambos estuvieron de acuerdo en que no podían dejarlo ahí, así que quedaron al día siguiente. Y así, de la forma más tonta, ambos dejaron de tener que ir a citas a ciegas horribles... porque se tenían el uno al otro. 

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