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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

martes, 30 de agosto de 2016

Relato: Herencia laminera

Un nuevo relato con una palabra olvidada, en este caso le tocó a la primera que encontré cuyo significado desconocía: laminero. Definición: goloso.

Herencia laminera

Palabra diseñada por @lcuni.
Palabra diseñada por @lcuni.
Cuando Ángeles entró en la cocina, su hijo observaba la tarta a través de la puerta del horno, embelesado. 
—Anda, laminero, quita de ahí, que no es para ti —le dijo. 
Lo estaba viendo venir: en cuanto viera la oportunidad, le metería mano, cosa que no podía permitir, pues era el regalo para su amiga Mariló, que cumplía años ese mismo día.
Así pues, sacó la tarta del horno y se llevó a su hijo a otra habitación, sin perderle de vista ni un segundo porque sabía que, al menor despiste, correría a la cocina a robar un poco. Por desgracia, no tuvo en cuenta que el padre, de quien el niño había heredado esa obsesión por las tartas, tampoco podría resistirse a la tentación de probarla. Tardó apenas unos segundos en reaccionar cuando le vio pasar en dirección a la cocina, pero fue suficiente: para cuando quiso avisarle, él ya tenía un pedazo en la mano y le había pegado un buen bocado.
Resignada, cortó otro trozo para su impaciente hijo, que miraba a su papá como si fuera un héroe por haber conseguido el acceso al suculento manjar. Luego, les prohibió a los dos volver a entrar en la cocina y sacó los ingredientes para repetir la receta. Cuando iba a meter la tarta estropeada en la nevera, no obstante, no pudo evitar que la gula se apoderara de ella. 
«De perdidos al río», pensó, y también se cortó un buen pedazo para ella.

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jueves, 25 de agosto de 2016

Un papel fundamental, relato de fantasía

Un nuevo relato hecho con el reto story cubes, ahí va el vídeo en el que explico para qué vale cada dado y se me ve lanzarlos...

 

Un papel fundamental

resultado dados
Dos jóvenes entraron en la taberna. El primero, portaba una gigantesca mochila, de la que no se desprendió ni siquiera cuando se sentó en el inestable taburete. El segundo, a juzgar por los numerosos saquitos de ingredientes que portaba, era un mago. Ambos se tomaron con tranquilidad sus estofados en el lugar más apartado del grandullón que había llegado apenas media hora antes, aunque no era de extrañar, porque esa parte de la taberna se había vaciado en cuanto se colocó allí, con el ceño fruncido.
La tranquilidad duró hasta que el bravucón del pueblo decidió que tenía que enfrentarse al grandullón para hacerse valer y comenzó la riña. Por supuesto, no tuvo ni la más mínima oportunidad, ni tampoco los demás hombres que decidieron vengarse del hombretón por haber noqueado a su amigo. Pronto, todos estaban inconscientes en el suelo... pero su adversario no se detuvo y comenzó a destrozarlo todo.
-Por favor, señor... -dijo el posadero al mago-. Vos podríais detenerle...
-Mi amigo no hace ningún hechizo sin pago previo -respondió el de la mochila-. Denos tres piezas de oro y otra botellita de aguardiente y se encargará del asunto.
El posadero se negó en un principio, pero al ver que los destrozos en la taberna eran cada vez peores acabó por claudicar. Efectuado el pago, el mago se acercó al grandullón y comenzó a decir palabras sin sentido. El tipo empezó a retorcerse, como si se ahogara y, cuando el mago paró de hablar, pareció suspirar aliviado.
-Largo -dijo el tipo de la mochila, y el grandullón salió corriendo de la taberna.
-¿Qué hace? ¿Acaso no le persiguen? -preguntó indignado el posadero cuando vio que no acababan el trabajo.
-Nos ha pagado por detenerle, no por matarle o ir tras él -dijo el amigo del mago mientras metía en su mochila las monedas y el aguardiente que les habían dado.
El posadero dudó, pero temía tanto al mago que lo dejó correr y les dejó marchar. Ambos amigos caminaron un par de kilómetros hasta el punto de encuentro, donde se encontraron con el grandullón.
-Esta vez has sobreactuado un poco -dijo el de los saquillos, que no era mago ni nada por el estilo, a su cómplice en el timo-. Ya parecías cabreado antes de empezar la lucha.
-Es que estoy cabreado. Al menos vosotros intercambiáis papeles de vez en cuando. A mí siempre me toca ser el que se lo carga todo y al final es vencido por el mago.
-¡Ya nos gustaría a nosotros poder igualar tus proezas! -dijo el de la mochila-. Pero me temo que, si hiciéramos tu papel, los parroquianos nos noquearían en seguida. Así que no te quejes, tu papel es fundamental. Si no te tuviéramos a ti, ni comeríamos gratis ni nos sacaríamos unas monedas extra cada vez que visitamos un pueblo.
El grandullón aceptó el argumento y su mueca feroz se hizo menos profunda. Luego, empezó a caminar a paso ligero hasta el próximo pueblo. Los otros dos, tras intercambiar saquillos y mochila, le siguieron hasta la siguiente taberna.

sábado, 13 de agosto de 2016

Relato: La alternativa a las mates

Como recordaréis mi solicitud de palabras para el reto Vuestras consignas, mi relato tuvo un éxito abrumador en facebook y decidí hacer cuatro relatos:
Los dos primeros ya están publicados, así que hoy toca uno con las palabras cuaderno, sueño, teléfono móvil.

La alternativa a las mates

Darla llevaba horas haciendo los deberes, así que decidió hacer una pausa. Lo malo era que estaba castigada sin teléfono móvil hasta que los acabara. Pero no podía más; hacer multiplicaciones le aburría tanto que le entraba hasta sueño, así que se podría decir que tomarse un descanso era una necesidad. Abrió la puerta de su cuarto con lentitud y se acercó sigilosamente al lugar donde su madre había dejado el teléfono. Estaba a punto de agarrarlo cuando escuchó a sus espaldas:
-¿Has acabado los deberes?
Su madre, cabreada, no atendió a razones y se negó a dejarle el móvil, ni siquiera cinco minutos, hasta que no hubiera hecho sus tareas. Enfurruñada, Darla volvió a su cuarto y cerró con un portazo. El libro de matemáticas la esperaba en el escritorio, así que se tumbó en la cama y buscó algo con lo que entretenerse. No había nada en su habitación salvo el ordenador, que tampoco podía usar porque su madre le había requisado la batería y los cables para conectarlo directamente a la corriente eléctrica. Los juguetes eran de cuando era pequeña; no tenía intención de ponerse a jugar con ellos. 
Frustrada, cogió un cuaderno y se dispuso a escribir lo mucho que odiaba estar castigada. Pero no, eso le parecía una pérdida de tiempo, ¿quién iba a querer leer eso? Mejor escribiría sobre un mundo donde no existieran las matemáticas. Y donde el chico que le gustaba se fijaba en ella. O quizás...
Una hora después, su madre se asomó y la encontró muy concentrada, escribiendo sin parar en su cuaderno.
-¿Has acabado los deberes? -volvió a preguntar, en tono autoritario..
-No -confesó su hija.
-¿Y qué has hecho en todo este rato?
-Escribir.
La mujer se quedó un poco descolocada, sin saber si regañarla o no. Cierto, las cuentas todavía estaban sin hacer, pero al menos no había estado enganchada a una pantalla todo ese rato. Aun así, seguía sin obedecer y eso pesó más que el resto.
-Anda, anda -dijo, suavizando el tono y quitándole el cuaderno de las manos a su hija-. Acaba los deberes de una vez. ¡Ya escribirás después!
Darla puso los ojos en blanco y volvió a enfrentarse al horrible libro de matemáticas. Hizo operaciones un rato, pero volvió a cansarse pronto y buscó algo con lo que entretenerse. No había nada salvo... salvo los libros. No le iba eso de leer, pero cualquier cosa era mejor que las mates. Empezó uno finito que le habían regalado sus tíos y que no se había molestado en abrir. No estaba mal. De hecho, era divertido. Por desgracia, cuando llegó a la parte más interesante su madre volvió a asomarse.
-¿Has acabado los deberes?
-No -le dijo Darla, molesta por la interrupción y sin apartar la vista de las páginas que estaba leyendo.
Su madre se quedó aún más descolocada: lo de castigar a su hija sin leer era superior a sus fuerzas. Aun así, tenía que imponer su autoridad, así que le quitó el libro y, sin salir de la habitación, le dijo:
-Por cada cuenta que hagas te dejaré leer dos páginas.
Su hija no tuvo más remedio que aceptar el trato y acabó los deberes de matemáticas en un tiempo récord. Levantado el castigo, lo primero que hizo fue arrebatarle el libro a su madre y terminárselo. Luego, fue a por su cuaderno y continuó su historia por donde la había dejado. El móvil y los cables del ordenador se quedaron olvidados en el sitio donde los había dejado y su madre no supo si sentirse satisfecha o desesperarse: su hija había encontrado nuevas aficiones que no implicaban engancharse a una pantalla, pero ahora, cada vez que la castigara, se iba a sentir culpable por prohibirle leer o escribir.

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sábado, 6 de agosto de 2016

La amada estrella, un microcuento

Este es el segundo relato que salió de la avalancha de palabras que recibí en el último Vuestras consignas, mi relato. El que contenía las palabras anillo, alacena, sirena y astronauta ya está publicado, y hoy tocaba uno con las palabras lluvia, despertador, mar y estrella. NOTA: el último también está publicado. Este ha salido muy cortito pero muy tierno ^^.

La amada estrella

Sonó el despertador y se bajó de la cama emocionada, como cada noche, hasta que descubrió que la lluvia velaba el cielo nocturno. Aun así, se vistió y se dirigió a la playa con la esperanza de que el mal tiempo se despejara lo suficiente como para poder saludar a su estrella, como cada noche. Pero el tiempo no hizo más que empeorar y la marea comenzaba a subir, lo que creaba olas cada vez más peligrosas. Ella odiaba el mar tanto como amaba a su estrella, de modo que aguantó todo lo que pudo antes de tener que salir, derrotada, de la playa y dirigirse, medio llorando, de vuelta al calor de su hogar. Su estrella, sin embargo, tenía una visión tan profunda que superaba todos los obstáculos, incluyendo nubes y lluvia, así que había visto a su querida niña en la playa, dispuesta a saludarle como cada noche. Conmovido, susurró:
-Solo unos años más y, cuando crezcas lo suficiente, bajaré a tu lado y nada podrá separarnos.
Y allí abajo, en la Tierra, la niña sonrió en sueños.

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