Mi viaje a Barcelona fue durante el julio postconfinamiento, con el rebrote de Covid-19 muy presente. Y es que ni siquiera reservando con apenas un mes de antelación se libra una de los rebrotes (que en teoría iban a ser en octubre). Así que hasta el último momento no supe si me iba o no (perdiendo, de paso, el dinero). Una mala experiencia previaje: esperar que lleguen tus vacaciones con más miedo que ilusión. Pero de eso no tenía la culpa nadie y de veras que necesitaba salir de Madrid, así que decidí irme. Ojalá me hubiera quedado, porque el viaje fue un infierno.
Mira que he viajado, pero nunca encontré una ciudad que maltratara más al turista. Tanto peor que aprovechen una enfermedad para maltratarlo más. Pero no ha sido culpa del Covid-19. Ha sido la gente que trabaja cara al turista y la forma que tienen de tratarlo.
Es de lejos el peor viaje de mi vida, nunca imaginé que intentaría volver a casa antes, en plenas vacaciones. No me dejaron, mala suerte. Me han tratado tan mal, tantas veces en tantos sitios que, al ir a hacer el checkout, la chica me preguntó amablemente qué tal el viaje y me eché a llorar a moco tendido. Hasta ese punto ha sido horrible. No vuelvo. Pero vayamos desde el principio
Una llegada que empieza con un chasco tras otro
El viaje empezó mal: perdí el abanico al reventar (literalmente) mi mochila, el viaje en ave fue un infierno con dos niñas escandalosas detrás y un señor a mi lado que no paraba de carraspear y al llegar al hotel discutí a la hora del check-in porque me pedían una tarjeta de crédito o 50€ de aval... Si no, no me dejaban entrar. Eso no estaba en las condiciones, pero al final respiré hondo y entregué mi número de tarjeta de crédito porque no quería malos rollos.
No ayudaba a empezar con buen pie la ola de calor y el agobio constante de la mascarilla, de la que no pude prescindir en todo el viaje porque YO SÍ ME LO TOMO EN SERIO. No como buena parte de las personas con las que me topé en Barcelona, incluyendo dependientes de tiendas y personal de las atracciones turísticas, que llevaban la nariz fuera de la mascarilla, si es que se la ponían.
Museo Egipcio de Barcelona
Me habían anulado, esa misma mañana temprano, el Freetour de las 3.30 y lo había cambiado a las 6.30, lo que me obligó a cambiar los planes que había hecho a última hora. Así que lo primero que hice no fue ver alguna de las atracciones barcelonesas clásicas, sino comprar una mochila nueva y pasar por el
Museo Egipcio, pequeño y caro pero con chicha e interesante. Tiene una
audioguía que descargas en el teléfono (lo cual no me hizo gracia, porque mi móvil ya va bastante petado) y que desglosa dos plantas de
exposición permanente y una con dos temporales: la primera de
Tutankamón, que sabe a poco tras mi visita a la expo en Madrid
Tutankhamon: la tumba y sus tesoros, y otra de
mujeres y hombres en Egipto, también bastante básica. Los carteles de las temporales estaban en catalán, pero en la app que te tenías que descargar estaban las traducciones.
Duración de la visita: una hora, por eso lo de que me parece caro, aunque el museo no está mal y cubre bastantes aspectos aunque no tenga un exceso de piezas ni profundice demasiado. Confieso que esperaba bastante más en un museo 100% dedicado a Egipto y fue un pequeño chasco, pero claro, no soy el perfil de gente al que está dirigido: habiéndome hecho tres o cuatro cursos de egiptología, soy un poco exigente.
A todo esto, el que vendía las entradas fue el único de todos los empleados de museos que fue amable conmigo en todo el viaje.
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Viaje a Barcelona: edificio modernista cerca del museo Egipcio, Plaza de España, Catedral, Puerto Nuevo, Estatua de Colón y la Rambla
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¿Y ahora qué hago en Barcelona?
La oficina de (des)atención turística
Al acabar, aún quedaba rato hasta el Freetour, así que me quedé dentro un rato antes de continuar. A pesar del descanso, y de que Google en esa ciudad no calcula bien las distancias, habiendo que echarle al menos el doble de lo que te dice que tardarás, llegué con mucha antelación a la Plaza de España. Hice tiempo dando vueltas por la zona hasta que se me ocurrió mirar el móvil y me encontré con que había sido cancelado por segunda vez en el último momento.
No me quise desanimar, ya estaba preparada para encontrarme cosas cerradas o que me anularan algo; plan C: ir a la oficina de turismo para que me dijeran qué hacer en Barcelona el resto de la tarde. Tuve que ir de una a otra y esperar un buen rato hasta que abriera la única que había (“vuelvo en 15 minutos” debe de significar algo distinto para ciertas personas, porque estuve más de media hora esperando) y allí pedí un mapa. La que me atendió me dijo que el mapa oficial costaba 1€, a lo que le respondí que no necesitaba un mapa oficial, solo un mapa. Con cara de mala leche, sacó un mapa más cutre, pero igual de útil, y lo puso de malas maneras sobre el mostrador.
Le pregunté qué podía hacer esa tarde, ya que me habían anulado un Freetour por el barrio gótico. Siguió un rapapolvo por usar freetours, porque no son oficiales. Le respondí amablemente que de todas formas no había tours oficiales disponibles y que, en un freetour, al menos se lo curran porque les pagas en función de cómo lo hagan. A lo que continuó despotricando y diciendo que “no sabes qué se pueden estar inventando” y todo tipo de cosas similares. Al final, zanjé el tema diciendo que, si se inventaban algo pero al menos me hacían pasar un buen rato, se habían ganado el dinero igual... Y que, por favor, nos centráramos en el tema, que era qué hacer por Barcelona sin gastarme un dineral en entradas a monumentos.
Eso también la cabreó, pero me señaló varias cosas (muchas de pago, pero que se pueden ver por fuera). Cuando le pregunté si ya se podía ver la parte gratuita del parque Güel, me dijo que sí, que podía ir a verla (más adelante descubriría que eso era mentira) pero que esa parte era un asco y que lo suyo sería que pagara la entrada a la zona “bonita”, que solo eran 8€ (otra mentira). Yo le dije que, en función de lo que me encontrara en la parte gratis, decidiría si pagaba o no y la conversación acabó con un seco “haz lo que te dé la gana”.
Vagabundeando sin planes
Me fui directa a la Catedral de Barcelona, donde empecé a subir las escaleras junto a un par de italianos, solo para que un guardia de seguridad nos ladrara que no se podía entrar. Cuando le pregunté si era en ese momento por algo especial o si podría visitar el templo en algún momento, me ladró que volviera en otro momento pero que ahora no entrábamos. Tal cual. Me encogí de hombros y, con una sonrisa de disculpa a los italianos por el mal trato recibido, me di la vuelta con la idea de volver otro día.
Total, que a falta de más cosas que hacer, al final me di una vuelta de varias horas por el barrio gótico sin saber muy bien lo que estaba viendo (cosa que no mola tanto como que te lo cuenten), tras lo cual volví al hotel pasando por el Puerto Nuevo y subiendo con la Rambla, despoblada y sin ningún ambiente.
Y así concluye mi primer día del viaje a Barcelona
¿Dejé que eso me desanimara? No, al contrario. Tenía una larguísima lista de planes alternativos para el resto de mi estancia y un día malo lo tiene cualquiera. ¿Quién iba a decirme que iba a ser así casi todo el viaje? Continuaré narrando mi pesadilla en Barcelona en próximas entradas.
Todo sobre el día 2 en Barcelona, un pequeño respiro por la Barcelona Romana y el Barrio Gótico. También fueron mal algunas cosas, pero haciendo balance pesaba más lo bueno.
Todo sobre el día 3 en Barcelona, cuando alcancé el límite y quise volver a casa antes de tiempo. Modernismo y Museo de Historia de Barcelona.
Vídeo del viaje