Todo sobre la pesadilla del viaje a Barcelona el primer día y el pequeño alivio del día dos (que tampoco fue una maravilla, pero fue algo mejor).
El día 3 empezó con un cambio en el sitio donde desayuné. Allí fueron amables conmigo y además el desayuno estaba bueno, así que pensé que empezaba bien. Hasta que miré el móvil y me encontré con otro tour anulado, aunque este era del modernismo y tampoco es que me llamara demasiado la atención, porque ya había visto buena parte de los edificios modernistas en mis paseos previos. Así que decidí hacer lo que me faltaba por ver por mi cuenta.
La Sagrada Familia y la No-Visita al Parque Güell.
Mi primera parada fue la Sagrada Familia y debo decir que, aunque de lejos y en fotos es impresionante, de cerca me sentí bastante decepcionada. No es mi estilo para nada. Para gustos los colores pero, visto el exterior, entrar me pareció innecesario.
Luego me dirigí al Parque Güell haciendo un pequeño rodeo por el centro modernista de Sant Pau, que estéticamente me gustó. Llegué al Parque Güell tras varios kilómetros cuesta arriba andando bajo un sol de justicia, solo para encontrarme con que me cerraban el paso. Al preguntar, me enteré de que, contrariamente a lo que me dijo la de la oficina de (des)información turística, la parte gratuita ya no es accesible a no ser que seas ciudadano de Barcelona o que pagues 10 €, que es más de lo que costaba la entrada antes del Covid.
“Me sabe mal”, dijo una de las chicas de la puerta. “Es la única forma de que los barceloneses podamos entrar gratis y seguros en el parque”, oí más adelante, mientras buscaba en mi teléfono fotos del sitio para ver si merecía la pena y lo comentaba por teléfono. Creo que esa frase fue la gota que colmó el vaso de un viaje que ya estaba bien lleno de frustraciones desde el primer día. Mi cabreo fue tal que ni siquiera entré. Tampoco creo que lo hubiera hecho a pesar de esa bordería, porque en el móvil solo se veían fotos desde un par de ángulos muy concretos y, francamente, para tirar cuatro fotos y hacerme un selfie con mascarilla en el mismo sitio donde se tira la foto todo el mundo, no le veía la gracia a la entrada. Así que todo cuesta abajo para una comida rápida y una pequeña siesta en el hotel.
Luego me dirigí al Parque Güell haciendo un pequeño rodeo por el centro modernista de Sant Pau, que estéticamente me gustó. Llegué al Parque Güell tras varios kilómetros cuesta arriba andando bajo un sol de justicia, solo para encontrarme con que me cerraban el paso. Al preguntar, me enteré de que, contrariamente a lo que me dijo la de la oficina de (des)información turística, la parte gratuita ya no es accesible a no ser que seas ciudadano de Barcelona o que pagues 10 €, que es más de lo que costaba la entrada antes del Covid.
“Me sabe mal”, dijo una de las chicas de la puerta. “Es la única forma de que los barceloneses podamos entrar gratis y seguros en el parque”, oí más adelante, mientras buscaba en mi teléfono fotos del sitio para ver si merecía la pena y lo comentaba por teléfono. Creo que esa frase fue la gota que colmó el vaso de un viaje que ya estaba bien lleno de frustraciones desde el primer día. Mi cabreo fue tal que ni siquiera entré. Tampoco creo que lo hubiera hecho a pesar de esa bordería, porque en el móvil solo se veían fotos desde un par de ángulos muy concretos y, francamente, para tirar cuatro fotos y hacerme un selfie con mascarilla en el mismo sitio donde se tira la foto todo el mundo, no le veía la gracia a la entrada. Así que todo cuesta abajo para una comida rápida y una pequeña siesta en el hotel.
Más trampas y planes fallidos
Plan de la tarde: intentar adelantar mi regreso a Madrid y visitar casa Ametller, la catedral y el Museo de Historia de Barcelona. ¿Cuando he intentado yo anular un viaje antes de tiempo? Nunca. Creo que eso lo dice todo. Nunca me sentí más maltratada, por no hablar de que no me había sentido segura en ningún momento por el mal uso de las mascarillas y de la distancia de seguridad
Decidí empezar con los planes museísticos, no fuera que cerraran. Además, eran mi última oportunidad hacia la ciudad. Si salía bien, no intentaría cambiar el billete. No salió bien.
Empecé por casa Ametller. Me habían comentado que era gratuita y te daban chocolate. Con la excusa del Covid-19, cerrado y cartel diciendo que volverían en agosto... Cobrando. Cerrada esa posibilidad (por el chocolate probablemente hubiera pagado entrada, pero era julio), me fui a la catedral. Si miras en Internet, se pueden ver gratis algunas zonas y la entrada a las zonas de pago como mucho era a un precio de 7€. Pero llego y antes de entrar ya te avisan de que serán 9€. Tenía todavía el cabreo por el parque Güell y mi reacción fue la misma: dar media vuelta y tragarme mi enfado por lo estafada que me sentía. Y no, no era por los dos euros de más. Era, de nuevo, por el concepto de “me aprovecho de ti porque no tienes opciones”. Aun así, decidí darle la oportunidad a la última parada.
Decidí empezar con los planes museísticos, no fuera que cerraran. Además, eran mi última oportunidad hacia la ciudad. Si salía bien, no intentaría cambiar el billete. No salió bien.
Empecé por casa Ametller. Me habían comentado que era gratuita y te daban chocolate. Con la excusa del Covid-19, cerrado y cartel diciendo que volverían en agosto... Cobrando. Cerrada esa posibilidad (por el chocolate probablemente hubiera pagado entrada, pero era julio), me fui a la catedral. Si miras en Internet, se pueden ver gratis algunas zonas y la entrada a las zonas de pago como mucho era a un precio de 7€. Pero llego y antes de entrar ya te avisan de que serán 9€. Tenía todavía el cabreo por el parque Güell y mi reacción fue la misma: dar media vuelta y tragarme mi enfado por lo estafada que me sentía. Y no, no era por los dos euros de más. Era, de nuevo, por el concepto de “me aprovecho de ti porque no tienes opciones”. Aun así, decidí darle la oportunidad a la última parada.
Viaje a Barcelona: Sagrada familia, varios edificios modernistas, Plaza del Rey, Plaza Cataluña |
El Museo de Historia de Barcelona
Me habían dicho que, por la situación, habían puesto la entrada del Museo de Historia de Barcelona a 3€. Pero yo pagué precio completo, no sé si por turista o porque la oferta había finalizado. Eso sí, ni audioguía, ni recursos interactivos, ni están abiertos la mitad de los espacios a los que se puede acceder con la entrada. Pero bueno, lo pagué porque consideré que esta entrada sí que merecería la pena, aunque el que me vendió las entradas era tan borde que casi me dieron ganas de darme la vuelta también allí.
El museo no está mal, apenas tiene piezas y algunos carteles me desconcertaron un poco, pero contiene un yacimiento arqueológico muy grande en torno al cual se articula una de las exposiciones y eso lo compensa. La mayor parte del yacimiento es de época romana e incluye varios espacios, como una lavandería o un negocio de salazón de pescado. También había alguna cosa de época bizantina y encontrabas carteles aquí y allá explicando las cosas, aunque sentí que me faltaba algo más de explicación. Fuera del yacimiento también se hablaba bastante de la época medieval. El caso es que me entretuve durante cosa de hora y media o dos horas, pero no logró compensar mi depresión y mis ganas de salir de la ciudad.
El museo no está mal, apenas tiene piezas y algunos carteles me desconcertaron un poco, pero contiene un yacimiento arqueológico muy grande en torno al cual se articula una de las exposiciones y eso lo compensa. La mayor parte del yacimiento es de época romana e incluye varios espacios, como una lavandería o un negocio de salazón de pescado. También había alguna cosa de época bizantina y encontrabas carteles aquí y allá explicando las cosas, aunque sentí que me faltaba algo más de explicación. Fuera del yacimiento también se hablaba bastante de la época medieval. El caso es que me entretuve durante cosa de hora y media o dos horas, pero no logró compensar mi depresión y mis ganas de salir de la ciudad.
¡Solo quiero salir de aquí!
Al salir del museo, fui a Plaza Catalunya, donde me habían dicho que había un centro comercial que además era una antigua plaza de toros con un gran mirador. Hasta donde yo sabía, había unas escaleras mecánicas que te llevaban arriba gratuitamente, pero solo encontré un ascensor al que la gente estaba accediendo mostrando códigos que le permitían subir. Estaba demasiado desanimada como para indagar más y no tenía fuerzas para hacer una búsqueda más profunda (al día siguiente lo haría).
Finalmente, fui a la estación de Sants intentando que me cambian el billete. Allí me dijeron que no podían hacerlo porque lo había hecho a través de Atrápalo, así que contacté con Atrápalo. Tras una odisea para que me atendieran y se enteraran de lo que necesitaba, porque la llamada no paraba de cortarse, me encontré con que, aunque había pagado un extra por la tarifa flexible, pretendían cobrarme un recargo tan abusivo por el cambio que se salía de mi presupuesto. Desesperante, tiempo perdido y el broche final para un mal día.
Finalmente, fui a la estación de Sants intentando que me cambian el billete. Allí me dijeron que no podían hacerlo porque lo había hecho a través de Atrápalo, así que contacté con Atrápalo. Tras una odisea para que me atendieran y se enteraran de lo que necesitaba, porque la llamada no paraba de cortarse, me encontré con que, aunque había pagado un extra por la tarifa flexible, pretendían cobrarme un recargo tan abusivo por el cambio que se salía de mi presupuesto. Desesperante, tiempo perdido y el broche final para un mal día.
Últimas horas del viaje a Barcelona
Al día siguiente, desayuné en el mismo sitio y volvieron a ser amables conmigo. También lo fue la chica del check-out, para el que esperé hasta el último momento. Cuando me preguntó qué tal el viaje, me eché a llorar a lágrima viva. Tal cual. Y también fueron amables en dos de las tres tiendas en las que entré, pero me habían dado tantos palos que no quise seguir tentando a la suerte.No tenía nada que hacer hasta la salida del ave (estaba tan baja de ánimos que ni me molesté en buscar nuevos planes), así que decidí subir andando al Castillo de Montjuic, pero la ola de calor pudo conmigo y, cuando vi las escaleras frente a la Fuente Mágica (ni siquiera estaban encendidos los chorros), primera etapa de la subida que me esperaba, mi depresión decidió por mí que hasta allí había llegado. Lo que se podía ver en el castillo no me llamaba la atención lo suficiente para compensar el riesgo de un golpe de calor o uno de mis mareos que me impidieran tomar el tren de vuelta.
Así que pasé el resto del día leyendo en un banco y en la antigua plaza de toros-centro comercial, donde encontré las famosas escaleras mecánicas y pude ver la panorámica de Barcelona. Y por fin me planté en Sants para coger el ave que me sacaría de esa ciudad para (espero) no volver.
Y con eso (no) acaba todo
Lo cierto es que tenía muchas ganas de viajar a Barcelona desde hacía mucho tiempo y que jamás lo había pasado tan mal en un viaje. A posteriori, unos cuantos me dijeron que ellos habían vivido situaciones similares pero que no me habían dicho nada porque me veían muy ilusionada y no querían quitarme la ilusión. Ojalá no se hubieran callado; habría viajado a otro sitio o, al menos, no me habría pillado tan desprevenida.Lo más triste es que publicar un breve resumen de lo ocurrido en redes sociales tuvo como consecuencia que algunos me insultaran, dijeran que mentía interesadamente (¿qué interés podría tener en mentir?) y me llamaran catalanófoba. Como si una catalanófoba gastara medio sueldo y su única semana de vacaciones en una ciudad catalana. ¿Nos hemos vuelto locos? También intentaron arrastrarme en generalizaciones y debates de todo tipo. Y no entro al trapo. Ya he comentado que me topé con gente amable, pero tuve la mala suerte de toparme con mucha más gente maleducada y grosera. Por desgracia para todos los que viven en la ciudad, dicha gente maleducada y grosera abunda en los puntos de interés para los turistas y me espantaron. Literalmente, me dieron ganas de huir y desde luego se me quitaron las ganas de seguir explorando la ciudad.
Hola Déborah
ResponderEliminarLas experiencias personales son eso: personales.
Como decía Ortega y Gasset: Yo soy yo y mis circunstancias.
¿Quién sabe si en otro momento, en otras circunstancias el viaje hubiera sido distinto?
A mí también me ha sucedido alguna vez de llevarme una mala impresión de un lugar. Pasado el mal momento, uno siempre deja espacio para la duda.
He vuelto a lugares que me han confirmado que la primera vez sólo fue una primera mala impresión. ¿Tal vez los astros se alinearon en mi contra ese día?
Y en otros casos -por suerte los menos- me convencieron de no seguir insistiendo en visitarlos.
En tu caso el maltrato recibido no fue algo puntual sino una suma de hechos. Parece más que una casualidad, pero no olvides que estamos atravezando un momento particular a nivel mundial.
No conozco la realidad española, te escribo desde Uruguay y yo veo aquí que muchas personas han cambiado su actitud desde que comenzó la pandemia. Ni te digo los primeros días con la psicosis instalada.
Como consuelo después de leer tu crónica me queda el hecho de que aquí por lo menos no tenemos que pagar para entrar a los parques o a los museos.
Ánimo, que ya habrán nuevas oportunidades de reconciliarse con tus congéneres.
Y como dice la canción:
Es preferible reir que llorar
Así la vida
Se debe tomar
Los ratos buenos
Hay que aprovechar
Si fueron malos
Mejor olvidar
Mirar al mundo
Con alegría
Tratarnos todos con simpatía
Porque la vida volando pasa
Dejar lo malo para mañana.
¡Que pases bien!
Eduardo