Nada más nacer, sus padres, amantes de las nuevas tecnologías y de cuanto tuviera que ver con internet, le hicieron una página de Facebook y de tuenti, en los que colgaban todos y cada uno de sus avances, enfermedades, enfados, llantinas y primeras palabras.
No le mandaron a la escuela hasta que fue obligatorio, y una vez allí el muchacho no podía evitar preguntarse por qué algunos de los otros niños tenían juguetes de verdad y él no tenía ninguno. Sus padres le respondieron que para qué quería juguetes analógicos si tenía a su disposición centenares de videojuegos para su franja de edad. Así que cuando se hizo en la escuela el día del juguete, tuvo que llevar su consolita portátil, al igual que unos pocos niños más. En ese momento, su mente infantil se dio cuenta de que existían dos tipos de niños: los analógicos y los digitales. Sus padres hicieron lo posible por evitar que su hijo se convirtiera en un niño analógico, y finalmente su hijo fue un niño digital que, aunque se sentía atraído por lo analógico, lo temía y lo mantenía a distancia.
Los niños analógicos no tenían varias consolas, como mucho una, y se divertían con juguetes que ocupaban espacio innecesario. Tampoco tenían páginas en las redes sociales, ni cuentas electrónicas en las páginas de las grandes marcas dedicadas al público infantil saturadas de correos con maravillosa publicidad hecha a su medida. El niño digital se dio cuenta de que la mayoría de los niños analógicos tenían la piel más oscura por estar al sol, mientras que los niños digitales eran más pálidos. También había otras diferencias, como que los niños analógicos se ponían menos enfermos, eran más alegres y escandalosos, y les gustaba hablar entre ellos en vez de mandarse mensajes silenciosos con sus móviles (¡algunos ni siquiera tenían móvil!).
El niño digital creció con un montón de amigos digitales en sus cuentas de redes sociales, y actualizaba su estado cada hora. Las marcas se adaptaban a él y siempre le mandaban publicidad personalizada. Un día le dio por preguntarse cómo era eso posible, y comenzó a hurgar en internet para darse de bruces con el control parental que habían instalado sus padres.
El niño digital siguió observando atentamente (pero desde lejos) a los niños analógicos. A la hora del recreo, salían al patio y se dedicaban a correr, saltar y reírse mientras los niños digitales jugaban con sus consolas o se mandaban correos con los móviles. Descubrió que tenían mascotas analógicas, animales de verdad, en vez de tamagochi, y cuando pidió a sus padres uno, ellos se limitaron a decir que eso era muy sucio.
El niño digital siguió creciendo y las restricciones del control parental se iban empequeñeciendo según se hacía mayor. En el colegio comenzó a aprender ciertos conceptos como la intimidad, y empezó a plantearse si no sería mejor tener un poco de eso. Pero sus amigos digitales se habían acostumbrado a que actualizara cada poco tiempo y se preocupaban pensando que estaba enfermo, y, al dejar de decir qué le gustaba y qué no en sus perfiles, las marcas dejaron de mandarle publicidad de cosas que le gustaban y sus mensajes de correo le empezaron a molestar. Sus padres estaban también preocupados por este cambio en su hijo, del que sabían todo sólo gracias a la red.
El niño digital comenzó a correr en el patio con los niños analógicos y esto hizo que sus padres se preocuparan aun más, especialmente cuando su maestra les dijo que en realidad era bueno que el niño saliera para que le diera un poco el aire. Fue entonces cuando le cambiaron de colegio y tuvieron una charla seria con él.
Le explicaron cómo los niños analógicos eran unos salvajes descontrolados, cómo se pegaban de forma incivilizada en vez de quitar a los niños que les molestaban de la lista de amigos, cómo algunos ni siquiera sabían usar el ordenador. Le contaron la necesidad de las marcas de saber qué quería para que le pudieran ofrecer lo que necesitaba, cómo eso haría que todo fuera más barato y menos molesto porque a los niños analógicos les bombardeaban con publicidad que no les gustaba al no saber qué querían. Le enseñaron cómo hacía lo digital la vida más fácil a los ciudadanos y a los gobiernos, que podían fichar a la gente mala desde muy temprana edad. El niño digital creyó todo lo que le dijeron sus padres y se olvidó de la intimidad. Después de todo, sus 500 amigos de las redes sociales no dejaban de ser sus amigos, las marcas eran buenas con él y el gobierno le protegía y por tanto todos tenían derecho a conocer su estado a cada momento.
La vida del niño digital siguió así hasta que llegó a la universidad y se matriculó en una carrera on-line. El problema era que algunas de las prácticas eran presenciales y analógicas, aunque seguramente coincidiría con algunos amigos digitales. Cuando llegó a clase, hizo saber a sus compañeros que podían entrar en sus perfiles si querían comunicarse con él. En poco tiempo, se dio cuenta de que todos sabían todo de él, mientras que él no sabía nada de ellos, ya que esos chicos analógicos sabían algo de informática y eran tan maleducados que se metían en su perfil sin que él lo supiera, sin dejar comentarios o, de dejarlos, con perfiles vacíos, y además aprovechaban la información que leían en él para manipularle y hacerle trabajar más de la cuenta.
El chico digital volvió a preguntarse por la intimidad, pero tuvo la ocurrencia de buscar información creando un hilo en un foro de debate y acabó más confuso de lo que estaba. Su confusión fue en aumento cuando se encontró con su novia digital en una incómoda cita analógica y no tuvieron nada que decirse, aunque por internet no paraban de hablar. Y todo fue a peor cuando fue a una entrevista de trabajo y su entrevistador dijo que currículum les gustaba, pero que su perfil no era el que buscaban, aunque él no había permitido el acceso a su perfil a nadie que no fueran sus amigos después de su experiencia con los chicos analógicos.
No obstante, cuando nuevamente intentó conseguir la intimidad que no había tenido nunca saliendo del mundo digital, se dio cuenta de que estaba atrapado en él por sus padres, amigos, marcas preocupadas porque quisiera desapuntarse de sus páginas… y que el control que todos tenían sobre él era tan férreo que no podría salir nunca del mundo digital, ya que hacerlo le supondría un esfuerzo tremendo y probablemente el mundo analógico no le diera la bienvenida.
No le mandaron a la escuela hasta que fue obligatorio, y una vez allí el muchacho no podía evitar preguntarse por qué algunos de los otros niños tenían juguetes de verdad y él no tenía ninguno. Sus padres le respondieron que para qué quería juguetes analógicos si tenía a su disposición centenares de videojuegos para su franja de edad. Así que cuando se hizo en la escuela el día del juguete, tuvo que llevar su consolita portátil, al igual que unos pocos niños más. En ese momento, su mente infantil se dio cuenta de que existían dos tipos de niños: los analógicos y los digitales. Sus padres hicieron lo posible por evitar que su hijo se convirtiera en un niño analógico, y finalmente su hijo fue un niño digital que, aunque se sentía atraído por lo analógico, lo temía y lo mantenía a distancia.
Los niños analógicos no tenían varias consolas, como mucho una, y se divertían con juguetes que ocupaban espacio innecesario. Tampoco tenían páginas en las redes sociales, ni cuentas electrónicas en las páginas de las grandes marcas dedicadas al público infantil saturadas de correos con maravillosa publicidad hecha a su medida. El niño digital se dio cuenta de que la mayoría de los niños analógicos tenían la piel más oscura por estar al sol, mientras que los niños digitales eran más pálidos. También había otras diferencias, como que los niños analógicos se ponían menos enfermos, eran más alegres y escandalosos, y les gustaba hablar entre ellos en vez de mandarse mensajes silenciosos con sus móviles (¡algunos ni siquiera tenían móvil!).
El niño digital creció con un montón de amigos digitales en sus cuentas de redes sociales, y actualizaba su estado cada hora. Las marcas se adaptaban a él y siempre le mandaban publicidad personalizada. Un día le dio por preguntarse cómo era eso posible, y comenzó a hurgar en internet para darse de bruces con el control parental que habían instalado sus padres.
El niño digital siguió observando atentamente (pero desde lejos) a los niños analógicos. A la hora del recreo, salían al patio y se dedicaban a correr, saltar y reírse mientras los niños digitales jugaban con sus consolas o se mandaban correos con los móviles. Descubrió que tenían mascotas analógicas, animales de verdad, en vez de tamagochi, y cuando pidió a sus padres uno, ellos se limitaron a decir que eso era muy sucio.
El niño digital siguió creciendo y las restricciones del control parental se iban empequeñeciendo según se hacía mayor. En el colegio comenzó a aprender ciertos conceptos como la intimidad, y empezó a plantearse si no sería mejor tener un poco de eso. Pero sus amigos digitales se habían acostumbrado a que actualizara cada poco tiempo y se preocupaban pensando que estaba enfermo, y, al dejar de decir qué le gustaba y qué no en sus perfiles, las marcas dejaron de mandarle publicidad de cosas que le gustaban y sus mensajes de correo le empezaron a molestar. Sus padres estaban también preocupados por este cambio en su hijo, del que sabían todo sólo gracias a la red.
El niño digital comenzó a correr en el patio con los niños analógicos y esto hizo que sus padres se preocuparan aun más, especialmente cuando su maestra les dijo que en realidad era bueno que el niño saliera para que le diera un poco el aire. Fue entonces cuando le cambiaron de colegio y tuvieron una charla seria con él.
Le explicaron cómo los niños analógicos eran unos salvajes descontrolados, cómo se pegaban de forma incivilizada en vez de quitar a los niños que les molestaban de la lista de amigos, cómo algunos ni siquiera sabían usar el ordenador. Le contaron la necesidad de las marcas de saber qué quería para que le pudieran ofrecer lo que necesitaba, cómo eso haría que todo fuera más barato y menos molesto porque a los niños analógicos les bombardeaban con publicidad que no les gustaba al no saber qué querían. Le enseñaron cómo hacía lo digital la vida más fácil a los ciudadanos y a los gobiernos, que podían fichar a la gente mala desde muy temprana edad. El niño digital creyó todo lo que le dijeron sus padres y se olvidó de la intimidad. Después de todo, sus 500 amigos de las redes sociales no dejaban de ser sus amigos, las marcas eran buenas con él y el gobierno le protegía y por tanto todos tenían derecho a conocer su estado a cada momento.
La vida del niño digital siguió así hasta que llegó a la universidad y se matriculó en una carrera on-line. El problema era que algunas de las prácticas eran presenciales y analógicas, aunque seguramente coincidiría con algunos amigos digitales. Cuando llegó a clase, hizo saber a sus compañeros que podían entrar en sus perfiles si querían comunicarse con él. En poco tiempo, se dio cuenta de que todos sabían todo de él, mientras que él no sabía nada de ellos, ya que esos chicos analógicos sabían algo de informática y eran tan maleducados que se metían en su perfil sin que él lo supiera, sin dejar comentarios o, de dejarlos, con perfiles vacíos, y además aprovechaban la información que leían en él para manipularle y hacerle trabajar más de la cuenta.
El chico digital volvió a preguntarse por la intimidad, pero tuvo la ocurrencia de buscar información creando un hilo en un foro de debate y acabó más confuso de lo que estaba. Su confusión fue en aumento cuando se encontró con su novia digital en una incómoda cita analógica y no tuvieron nada que decirse, aunque por internet no paraban de hablar. Y todo fue a peor cuando fue a una entrevista de trabajo y su entrevistador dijo que currículum les gustaba, pero que su perfil no era el que buscaban, aunque él no había permitido el acceso a su perfil a nadie que no fueran sus amigos después de su experiencia con los chicos analógicos.
No obstante, cuando nuevamente intentó conseguir la intimidad que no había tenido nunca saliendo del mundo digital, se dio cuenta de que estaba atrapado en él por sus padres, amigos, marcas preocupadas porque quisiera desapuntarse de sus páginas… y que el control que todos tenían sobre él era tan férreo que no podría salir nunca del mundo digital, ya que hacerlo le supondría un esfuerzo tremendo y probablemente el mundo analógico no le diera la bienvenida.