Hacía mucho que no compartía ningún relato sobre Terral... así que va siendo hora. Para los que todavía no sepáis quién es este personaje, aquí tenéis enlaces a otros relatos y a su ficha:
Terral: orígenes: misión
Los ángeles observaban el mayor templo de culto de los sacerdotes malignos, incapaces de abrir una brecha en sus defensas. Sabían que tarde o temprano la semisúcubo a la que, gracias a un golpe de suerte, habían bendecido con un alma humana en el momento de su concepción, no tardaría en cometer un fallo que la delatara o, lo que era peor, acabaría por perder la batalla contra su parte maligna.
Era necesario alejarla del templo mientras fuera posible, pero para eso era necesario un despiste de alguno de los siervos del mal. Por suerte no tuvieron que esperar mucho y al fin una sacerdotisa bajó la guardia y los ángeles se miraron con picardía.
No le quedaba más remedio que actuar como se esperaba de ella, si no quería que alguien se diera cuenta de que algo no funcionaba y que sus impulsos no eran los adecuados. Por suerte, el nido de envidias y desconfianza que era el templo había favorecido que saliera airosa hasta la fecha. Consiguió fácilmente que sus pretendientes pasaran tanto tiempo ideando formas de matarse entre ellos como intentando seducirla, lo que le daba bastante margen de maniobra.
Aun así, no podía evitar los cada vez más constantes momentos en que su otro yo emergía, especialmente cuando estaba llena la luna, obligándola a participar en numerosas orgías. La última había acabado con varios sacerdotes degollados, pero dudaba que la convocatoria fuera para reprenderla por eso. Antes bien, no perdieron el tiempo para felicitarla por la masacre.
Suspirando cuando por fin la hicieron entrar, se esforzó mor parecer indiferencia, cosa que siempre ayudaba a evitar llamar la atención sobre sus deficiencias.
—Sabrás por qué te hemos hecho llamar —dijo su madre, a la cabeza del consejo.
—Salvo que sea para comunicarme que por fin me vais a dar una cámara más grande, no me interesa —respondió secamente. Desde que acabó su entrenamiento hacía unos meses había alcanzado el rango de sacerdotisa honorífica. Eso, siendo superior a ella al tener sangre de demonio en sus venas, significaba que debía tratar a todos con desdén, a la par que fingir que estaba sometida a los caprichos más ridículos.
—Tu cámara ya ha sido ampliada varias veces, y cuenta con todos los lujos.
Era necesario alejarla del templo mientras fuera posible, pero para eso era necesario un despiste de alguno de los siervos del mal. Por suerte no tuvieron que esperar mucho y al fin una sacerdotisa bajó la guardia y los ángeles se miraron con picardía.
***
Terral esperó en la antesala, incómoda en su silla tanto por el lastre de sus inútiles alas como por las ajustadas ropas que se veía obligada a ponerse para fingir ser una súcubo en plenitud de facultades. Desde hacía un par de años, cuando había cortado a un humano con sangre de íncubo sus genitales en un intento de zafarse de sus atenciones, se había convertido, contra todo pronóstico, en objeto de atenciones de todos los sacerdotes menores de setenta años. No le quedaba más remedio que actuar como se esperaba de ella, si no quería que alguien se diera cuenta de que algo no funcionaba y que sus impulsos no eran los adecuados. Por suerte, el nido de envidias y desconfianza que era el templo había favorecido que saliera airosa hasta la fecha. Consiguió fácilmente que sus pretendientes pasaran tanto tiempo ideando formas de matarse entre ellos como intentando seducirla, lo que le daba bastante margen de maniobra.
Aun así, no podía evitar los cada vez más constantes momentos en que su otro yo emergía, especialmente cuando estaba llena la luna, obligándola a participar en numerosas orgías. La última había acabado con varios sacerdotes degollados, pero dudaba que la convocatoria fuera para reprenderla por eso. Antes bien, no perdieron el tiempo para felicitarla por la masacre.
Suspirando cuando por fin la hicieron entrar, se esforzó mor parecer indiferencia, cosa que siempre ayudaba a evitar llamar la atención sobre sus deficiencias.
—Sabrás por qué te hemos hecho llamar —dijo su madre, a la cabeza del consejo.
—Salvo que sea para comunicarme que por fin me vais a dar una cámara más grande, no me interesa —respondió secamente. Desde que acabó su entrenamiento hacía unos meses había alcanzado el rango de sacerdotisa honorífica. Eso, siendo superior a ella al tener sangre de demonio en sus venas, significaba que debía tratar a todos con desdén, a la par que fingir que estaba sometida a los caprichos más ridículos.
—Tu cámara ya ha sido ampliada varias veces, y cuenta con todos los lujos.
—Sigue siendo un cuchitril —fingió empecinarse ella. En realidad, prefería mil veces estar en unos aposentos pequeños, pero no se le había ocurrido otra cosa para dar rienda suelta a la fingida actitud caprichosa que debía adoptar a todas horas sin cargar a sus espaldas con demasiados esclavos—, yo merezco un templo propio.
—He tenido un sueño profético —cambió de tema una de las sacerdotisas de menor rango, Daided interrumpiendo la estúpida conversación sobre sus aposentos, que podía alargarse horas. Terral, aunque curiosa, la miró con aire de superioridad y dijo:
—¿Y eso a mí qué me importa?
—Te importa, hija mía, porque tú tienes que ver con él.
—¿Y? —nadie se dio cuenta de que se estaba poniendo nerviosa, y con su tono transmitió a todos que más les valía no andarse con rodeos ni poner a prueba su paciencia.
—Y eres nuestra mejor oportunidad para dar un duro golpe a los sacerdotes de los dioses benignos.
—¿Cómo? —preguntó, temiendo un nuevo ritual para despertar a su parte maligna. Como cada vez resultaba más difícil controlar esa parte de su ser, temía el próximo ritual. Por suerte, las continuas masacres que se producían cada vez que salía a la luz obligaba a las poderosas sacerdotisas a realizarlo sólo en ocasiones especiales.
—Seduciendo a uno de sus sacerdotes de alto rango, infiltrándose entre ellos.
Terral las miró atónita y todas sonrieron, dándose cuenta de su desliz.
—¿Y cómo se supone que voy a hacer tal cosa? Una cosa es seducir a un miserable humano y otra es que me acepten entre ellos tranquilamente —reaccionó rápido, imprimiento en su voz un tono furioso.
—Tenemos nuestros medios. Invertiremos una gran cantidad de energía para ocultar vuestra magia oscura y que podáis entrar sin dificultad en la ciudad, de modo que no fallaréis.
—¿Fallaremos?
—No esperarás que no participe en la gloria de mi propio sueño profético... —se carcajeó Daided.
—Tú misma —se encogió de hombros Terral. Aunque era evidente que se lo había tomado como una amenaza, la sacerdotisa no se amedrentó.
Acercándose a la barra, pidió una buena cena y una habitación individual, que pagó generosamente al posadero, diciendo que necesitaba urgentemente ir en la próxima caravana. Éste, un bonachón algo charlatán, le indicó que una partiría en dirección a la ciudad de Daimoide en un par de días, en cuanto se supiera de otro pasajero que también necesitaba viajar cuanto antes. Todavía estaba hablando cuando la puerta de la taberna se abrió, dando paso a un joven clérigo del bien.
—Benditos los ojos, muchacho. ¡Ya te daba por muerto! —exclamó el posadero mientras Terral miraba al recién llegado nerviosa y con el temor de que reconociera su naturaleza maligna y diera la voz de alarma, pero no sólo no se dio cuenta, sino que además se presentó, estrechando su mano amigablemente, y se sentó a su lado.
—Estúpido de mí, conseguí desterrar a ese demonio menor pero a la vuelta decidí atajar por el bosque y me perdí —rió el joven—. ¡Pero qué grosero soy! Me llamo Norval.
—Terral —respondió ella, algo seca, con la esperanza de que se fuera pronto.
—Bonito nombre. Poco visto.
—Esta encantadora huésped mía se dirige también a Daimoide. Ahora que estás aquí, la caravana partirá mañana, si no hay inconveniente.
—¡Para nada! —dijo la semisúcubo, aunque deseando quedarse en la taberna hasta la próxima. No obstante, dada su insistencia en que necesitaba partir cuanto antes, negarse de repente, justo tras conocer al clérigo, hubiera resultado sospechoso. Barajó la posibilidad de fingir una enfermedad, pero algunos sacerdotes tenían el poder para curar esa clase de cosas y en cuanto usara su habilidad sobre su cuerpo notaría la trampa y su secreto se revelaría. Así pues, se resignó y tuvo que encomendarse, una vez más, a la suerte.
—¡Estupendo! —Norval sonrió—, no es que desprecie la compañía de los ancianos, pero los viajes siempre resultan más amenos cuando tus acompañantes tienen tu misma edad.
De hecho, el comportamiento que ella siempre había considerado como normal y que se había visto obligada a adoptar para sobrevivir era inusual y algo sospechoso, por lo que por primera vez en su vida pudo relajarse y comportarse como dictaba su instinto. Aun así, no podía evitar cierta desconfianza hacia todos los que no fueran Norval, lo que, pensándolo objetivamente, era irracional, porque a priori era el más peligroso y el que más posibilidades tenía de descubrirla.
Sin embargo, no era la única a la que el clérigo provocaba esa reacción. Siempre que él estaba cerca, todo el mundo parecía más alegre y el ambiente era más distendido. Tanto se notaba el cambio que llegó a sospechar que era debido a un hechizo, pero pronto se dio cuenta de que no había ninguna magia implicada, sino que todo se debía a la carisma natural del joven.
Lo único que ensombrecía el ánimo de Terral en el viaje era la proximidad del punto de encuentro con Daided, cuya presencia podía cambiar las cosas demasiado rápido, así que pronto se vio haciendo lo posible por alargar el trayecto en la medida de lo posible. No obstante, con sus tretas apenas consiguió retrasar un poco la marcha de la caravana, que llegó a la posada donde se había fijado el encuentro sólo un día después de lo previsto.
Nada más entrar percibió a la sacerdotisa, que se hallaba sentada en la parte más solitaria. Cuando el posadero informó al jefe de la caravana de que una de sus huéspedes se había tenido que quedar en la taberna por una enfermedad repentina mientras su grupo seguía su camino y que ahora que se encontraba bien necesitaba volver a ponerse en marcha, Terral frunció el ceño. Deseó que los líderes de la caravana se negaran a aceptar un nuevo viajero, pero no había razones para rechazarla.
Pronto comenzaron a negociar y, tras una corta conversación, Daided se acercó al grupo para presentarse. Ignorando a Terral en la medida de lo posible, saludó al resto con una inclinación de cabeza, sin ser capaz de evitar lanzar una mirada cargada de virulencia a Norval. Luego, aprovechando un momento en que nadie miraba, le pasó un papel arrugado a la semisúcubo. Cuando se quedó sola y pudo leerlo se estremeció. Las llamas de la chimenea pronto hicieron desaparecer las inclinadas letras, cuyo mensaje rompió todas sus esperanzas.
Hay que deshacerse del clérigo ya.
—Norval, ¿tú y Daided os conocíais de antes?
—No... ¿por qué lo preguntas? —se extrañó él.
—Porque te odia.
—No me odia, Terral —se echó a reír Norval—. Nos trata a todos igual de mal.
—Al resto nos desprecia. A ti, en cambio... te mira con un sentimiento mucho más profundo que el desprecio.
—He tenido un sueño profético —cambió de tema una de las sacerdotisas de menor rango, Daided interrumpiendo la estúpida conversación sobre sus aposentos, que podía alargarse horas. Terral, aunque curiosa, la miró con aire de superioridad y dijo:
—¿Y eso a mí qué me importa?
—Te importa, hija mía, porque tú tienes que ver con él.
—¿Y? —nadie se dio cuenta de que se estaba poniendo nerviosa, y con su tono transmitió a todos que más les valía no andarse con rodeos ni poner a prueba su paciencia.
—Y eres nuestra mejor oportunidad para dar un duro golpe a los sacerdotes de los dioses benignos.
—¿Cómo? —preguntó, temiendo un nuevo ritual para despertar a su parte maligna. Como cada vez resultaba más difícil controlar esa parte de su ser, temía el próximo ritual. Por suerte, las continuas masacres que se producían cada vez que salía a la luz obligaba a las poderosas sacerdotisas a realizarlo sólo en ocasiones especiales.
—Seduciendo a uno de sus sacerdotes de alto rango, infiltrándose entre ellos.
Terral las miró atónita y todas sonrieron, dándose cuenta de su desliz.
—¿Y cómo se supone que voy a hacer tal cosa? Una cosa es seducir a un miserable humano y otra es que me acepten entre ellos tranquilamente —reaccionó rápido, imprimiento en su voz un tono furioso.
—Tenemos nuestros medios. Invertiremos una gran cantidad de energía para ocultar vuestra magia oscura y que podáis entrar sin dificultad en la ciudad, de modo que no fallaréis.
—¿Fallaremos?
—No esperarás que no participe en la gloria de mi propio sueño profético... —se carcajeó Daided.
—Tú misma —se encogió de hombros Terral. Aunque era evidente que se lo había tomado como una amenaza, la sacerdotisa no se amedrentó.
***
Terral entró en la taberna haciendo un esfuerzo por ocultar su entusiasmo. Aunque Daided había decidido participar en la misión, por motivos de seguridad se había decidido que realizaran la primera etapa del viaje por separado. Por suerte, era la más larga y estaba disfrutando de ese periodo sin vigilancia: no sólo podía vestirse como le apetecía, con ropas más holgada, con la excusa de disimular su verdadera naturaleza,sino que podía disfrutar de su entorno con tranquilidad y sin disimulo. Acercándose a la barra, pidió una buena cena y una habitación individual, que pagó generosamente al posadero, diciendo que necesitaba urgentemente ir en la próxima caravana. Éste, un bonachón algo charlatán, le indicó que una partiría en dirección a la ciudad de Daimoide en un par de días, en cuanto se supiera de otro pasajero que también necesitaba viajar cuanto antes. Todavía estaba hablando cuando la puerta de la taberna se abrió, dando paso a un joven clérigo del bien.
—Benditos los ojos, muchacho. ¡Ya te daba por muerto! —exclamó el posadero mientras Terral miraba al recién llegado nerviosa y con el temor de que reconociera su naturaleza maligna y diera la voz de alarma, pero no sólo no se dio cuenta, sino que además se presentó, estrechando su mano amigablemente, y se sentó a su lado.
—Estúpido de mí, conseguí desterrar a ese demonio menor pero a la vuelta decidí atajar por el bosque y me perdí —rió el joven—. ¡Pero qué grosero soy! Me llamo Norval.
—Terral —respondió ella, algo seca, con la esperanza de que se fuera pronto.
—Bonito nombre. Poco visto.
—Esta encantadora huésped mía se dirige también a Daimoide. Ahora que estás aquí, la caravana partirá mañana, si no hay inconveniente.
—¡Para nada! —dijo la semisúcubo, aunque deseando quedarse en la taberna hasta la próxima. No obstante, dada su insistencia en que necesitaba partir cuanto antes, negarse de repente, justo tras conocer al clérigo, hubiera resultado sospechoso. Barajó la posibilidad de fingir una enfermedad, pero algunos sacerdotes tenían el poder para curar esa clase de cosas y en cuanto usara su habilidad sobre su cuerpo notaría la trampa y su secreto se revelaría. Así pues, se resignó y tuvo que encomendarse, una vez más, a la suerte.
—¡Estupendo! —Norval sonrió—, no es que desprecie la compañía de los ancianos, pero los viajes siempre resultan más amenos cuando tus acompañantes tienen tu misma edad.
***
Terral pronto abandonó sus reservas y comenzó a disfrutar del trayecto. Norval era un compañero excelente: no hacía preguntas, a pesar de que a veces era evidente que ella no entendía ciertas cosas que debían ser sabidas por cualquiera, y su conversación era interesante e instructiva. Le encantaba reir a menudo, sin sentirse obligada a ocultarlo y a mantenerse en guardia. La risa, en ese contexto, lejos de la influencia del culto a los demonios, no era considerada una debilidad.. De hecho, el comportamiento que ella siempre había considerado como normal y que se había visto obligada a adoptar para sobrevivir era inusual y algo sospechoso, por lo que por primera vez en su vida pudo relajarse y comportarse como dictaba su instinto. Aun así, no podía evitar cierta desconfianza hacia todos los que no fueran Norval, lo que, pensándolo objetivamente, era irracional, porque a priori era el más peligroso y el que más posibilidades tenía de descubrirla.
Sin embargo, no era la única a la que el clérigo provocaba esa reacción. Siempre que él estaba cerca, todo el mundo parecía más alegre y el ambiente era más distendido. Tanto se notaba el cambio que llegó a sospechar que era debido a un hechizo, pero pronto se dio cuenta de que no había ninguna magia implicada, sino que todo se debía a la carisma natural del joven.
Lo único que ensombrecía el ánimo de Terral en el viaje era la proximidad del punto de encuentro con Daided, cuya presencia podía cambiar las cosas demasiado rápido, así que pronto se vio haciendo lo posible por alargar el trayecto en la medida de lo posible. No obstante, con sus tretas apenas consiguió retrasar un poco la marcha de la caravana, que llegó a la posada donde se había fijado el encuentro sólo un día después de lo previsto.
Nada más entrar percibió a la sacerdotisa, que se hallaba sentada en la parte más solitaria. Cuando el posadero informó al jefe de la caravana de que una de sus huéspedes se había tenido que quedar en la taberna por una enfermedad repentina mientras su grupo seguía su camino y que ahora que se encontraba bien necesitaba volver a ponerse en marcha, Terral frunció el ceño. Deseó que los líderes de la caravana se negaran a aceptar un nuevo viajero, pero no había razones para rechazarla.
Pronto comenzaron a negociar y, tras una corta conversación, Daided se acercó al grupo para presentarse. Ignorando a Terral en la medida de lo posible, saludó al resto con una inclinación de cabeza, sin ser capaz de evitar lanzar una mirada cargada de virulencia a Norval. Luego, aprovechando un momento en que nadie miraba, le pasó un papel arrugado a la semisúcubo. Cuando se quedó sola y pudo leerlo se estremeció. Las llamas de la chimenea pronto hicieron desaparecer las inclinadas letras, cuyo mensaje rompió todas sus esperanzas.
Hay que deshacerse del clérigo ya.
***
Dos días después, Terral se acercó a Norval mientras recogía leña y puso en marcha el plan que había elaborado desde que leyó la nota. —Norval, ¿tú y Daided os conocíais de antes?
—No... ¿por qué lo preguntas? —se extrañó él.
—Porque te odia.
—No me odia, Terral —se echó a reír Norval—. Nos trata a todos igual de mal.
—Al resto nos desprecia. A ti, en cambio... te mira con un sentimiento mucho más profundo que el desprecio.
—¡Qué tontería! ¿Por qué iba...
—¿Quién sabe? De todos modos, si es cierto que no la conoces, deberías andarte con cuidado.
A partir de ese momento, y aunque se había apresurado a tranquilizar a su amiga, no pudo evitar fijarse más en Daided y no tardó en darse cuenta de que Terral tenía razón. La sacerdotisa, a su vez, se dio cuenta de ese cambio de actitud y decidió que era el momento de actuar.
El plan era sencillo: aprovechar la guardia que Terral y Norval hacían juntos para obligarles a alejarse y matar al clérigo entre las dos. Terral no pudo relajarse en toda la noche y, cuando el clérigo le preguntó por su inquietud, se justificó con un mal presentimiento.
Poco después, se escuchó un ruido en la espesura y ambos de acercaron a investigar, pero cuando Daided lanzó su rayo letal a Norval la semisúcubo hizo justo lo contrario a lo acordado y se abalanzó sobre él para sacarle de la trayectoria del proyectil.
En cuestión de segundos el sacerdote se libró de la sorpresa y comenzó a preparar conjuros defensivos mientras Terral desenvainaba la daga de su bota y se lanzaba contra su enemiga. Tres movimientos después, estaba muerta. Deshaciendo los conjuros defensivos, que no había llegado a utilizar, Norval se acercó lo suficiente para escuchar el último susurro distorsionado de su atacante.
—¿Traición? ¿Qué habrá querido decir?
—No creo que dijera traición —Terral se encogió de hombros mientras respondía, ocultando deliberadamente la quemadura que le había hecho el rayo mágico, la cual sanaba increíblemente rápido—. A mí me ha sonado más bien a maldición.
—Sí que ha dicho traición —el clérigo se acercó al cadáver y reveló la marca que llevaba en el hombro—. Es una sacerdotisa maligna, probablemente de uno de los demonios mayores. Dudo mucho que estuviera sola.
—Quizás quien planeó el ataque con ella la abandonó en el último momento.
—¿Pero por qué iba a considerar eso una traición? Los sacerdotes del mal lo hacen constantemente.
Terral reaccionó rápido y, dando un bote, echó a correr en dirección al campamento.
—Van a por los demás —gritó. Por suerte, esa distracción fue suficiente para que Norval se olvidara del tema y la siguiera hacia sus indefensos compañeros, que en ningún momento habían estado en peligro.
Una vez que todos fueron despertados y se organizaron para explorar los alrededores, en los que no había ningún peligro, todos suspiraron aliviados. Pero el alivio de Terral era de una naturaleza diferente: se había librado por poco de ser descubierta y su última conexión con el templo había desaparecido a la muerte de Daided. Desde ese momento era libre, aunque tendría que andarse con pies de plomo en adelante.
—¿Quién sabe? De todos modos, si es cierto que no la conoces, deberías andarte con cuidado.
A partir de ese momento, y aunque se había apresurado a tranquilizar a su amiga, no pudo evitar fijarse más en Daided y no tardó en darse cuenta de que Terral tenía razón. La sacerdotisa, a su vez, se dio cuenta de ese cambio de actitud y decidió que era el momento de actuar.
El plan era sencillo: aprovechar la guardia que Terral y Norval hacían juntos para obligarles a alejarse y matar al clérigo entre las dos. Terral no pudo relajarse en toda la noche y, cuando el clérigo le preguntó por su inquietud, se justificó con un mal presentimiento.
Poco después, se escuchó un ruido en la espesura y ambos de acercaron a investigar, pero cuando Daided lanzó su rayo letal a Norval la semisúcubo hizo justo lo contrario a lo acordado y se abalanzó sobre él para sacarle de la trayectoria del proyectil.
En cuestión de segundos el sacerdote se libró de la sorpresa y comenzó a preparar conjuros defensivos mientras Terral desenvainaba la daga de su bota y se lanzaba contra su enemiga. Tres movimientos después, estaba muerta. Deshaciendo los conjuros defensivos, que no había llegado a utilizar, Norval se acercó lo suficiente para escuchar el último susurro distorsionado de su atacante.
—¿Traición? ¿Qué habrá querido decir?
—No creo que dijera traición —Terral se encogió de hombros mientras respondía, ocultando deliberadamente la quemadura que le había hecho el rayo mágico, la cual sanaba increíblemente rápido—. A mí me ha sonado más bien a maldición.
—Sí que ha dicho traición —el clérigo se acercó al cadáver y reveló la marca que llevaba en el hombro—. Es una sacerdotisa maligna, probablemente de uno de los demonios mayores. Dudo mucho que estuviera sola.
—Quizás quien planeó el ataque con ella la abandonó en el último momento.
—¿Pero por qué iba a considerar eso una traición? Los sacerdotes del mal lo hacen constantemente.
Terral reaccionó rápido y, dando un bote, echó a correr en dirección al campamento.
—Van a por los demás —gritó. Por suerte, esa distracción fue suficiente para que Norval se olvidara del tema y la siguiera hacia sus indefensos compañeros, que en ningún momento habían estado en peligro.
Una vez que todos fueron despertados y se organizaron para explorar los alrededores, en los que no había ningún peligro, todos suspiraron aliviados. Pero el alivio de Terral era de una naturaleza diferente: se había librado por poco de ser descubierta y su última conexión con el templo había desaparecido a la muerte de Daided. Desde ese momento era libre, aunque tendría que andarse con pies de plomo en adelante.
Todas las historias y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.