Este es el ejercicio de Adictos a la escritura de este mes, que tenía como base la inverosimilitud. Como siempre procuro evitarla, me costó encontrar un relato apropiado que no fuera bazofia y no he tenido demasiado tiempo para darle vueltas (como tampoco tuve tiempo, todavía, de leer los relatos del mes pasado). Al final decidí basarme en la relación entre verdad y verosimilitud. Y es que, aunque parezca inverosímil, algo parecido a lo que se narra en este relato ocurrió en la vida real.
Una visita inverosímil
Damián observó anonadado el palacio, sin parar de fotografiarlo, mientras se movía por su contorno, decidido a verlo desde cada ángulo. De nuevo maldijo su mala suerte: no quedaban entradas y sus vacaciones acababan al día siguiente.
Pesaroso, decidió apoyarse un rato en la verja antes de continuar con su recorrido pero, al hacerlo, ésta cedió tras él. Anonadado, Damián se dio cuenta de que se había ido a apoyar en una puerta de servicio abierta. Se asomó con recelo, pero no había nadie en los alrededores y al final fue incapaz de resistir la tentación. Paseó tranquilamente por los jardines y se acercó al maravilloso edificio, donde había otra puerta de acceso abierta de par en par. Entró, pero ninguno de los sirvientes con los que se cruzó le prestó la más mínima atención, de modo que siguió su avance hasta abandonar las dependencias del servicio.
Pronto se acercó al área más prohibida, pero la silla donde debería haber estado un guardia de seguridad se encontraba vacía. Se apresuró por ese pasillo hasta doblar la esquina y, una vez seguro de que no se toparía con el segurata, se dedicó a abrir todas las puertas que no tenían echada la llave e investigar su interior. Llevaba un rato así cuando entró en un precioso dormitorio, momento en el cual una mujer en ropa interior apareció por otra puerta.
Damián se fijó mejor. ¿Era realmente la reina?
Sí, lo es, pensó mientras ella se ponía a chillar llamando a sus guardias. Segundos después, antes de que pudiera reaccionar, estaba inmovilizado por dos gorilas, que le levantaron del suelo sin miramientos y le arrastraron a la zona de interrogatorios.
Horas más tarde, tras haber sido registrado e interrogado por el servicio de seguridad, la policía y los servicios secretos, le consideraron lo bastante inofensivo como para soltarle.
-No salga del país -le ordenaron, reteniendo su pasaporte, antes de que se fuera al hotel.
A ver cómo le digo yo ahora a mi jefe por qué no puedo ir a trabajar pasado mañana, se dijo con preocupación. Por suerte, la prensa se había enterado del asunto y su cara salió en todos los medios del mundo esa noche. Menos mal, porque de no ser por eso nadie se hubiera creído su pequeña aventura.
Pesaroso, decidió apoyarse un rato en la verja antes de continuar con su recorrido pero, al hacerlo, ésta cedió tras él. Anonadado, Damián se dio cuenta de que se había ido a apoyar en una puerta de servicio abierta. Se asomó con recelo, pero no había nadie en los alrededores y al final fue incapaz de resistir la tentación. Paseó tranquilamente por los jardines y se acercó al maravilloso edificio, donde había otra puerta de acceso abierta de par en par. Entró, pero ninguno de los sirvientes con los que se cruzó le prestó la más mínima atención, de modo que siguió su avance hasta abandonar las dependencias del servicio.
Pronto se acercó al área más prohibida, pero la silla donde debería haber estado un guardia de seguridad se encontraba vacía. Se apresuró por ese pasillo hasta doblar la esquina y, una vez seguro de que no se toparía con el segurata, se dedicó a abrir todas las puertas que no tenían echada la llave e investigar su interior. Llevaba un rato así cuando entró en un precioso dormitorio, momento en el cual una mujer en ropa interior apareció por otra puerta.
Damián se fijó mejor. ¿Era realmente la reina?
Sí, lo es, pensó mientras ella se ponía a chillar llamando a sus guardias. Segundos después, antes de que pudiera reaccionar, estaba inmovilizado por dos gorilas, que le levantaron del suelo sin miramientos y le arrastraron a la zona de interrogatorios.
Horas más tarde, tras haber sido registrado e interrogado por el servicio de seguridad, la policía y los servicios secretos, le consideraron lo bastante inofensivo como para soltarle.
-No salga del país -le ordenaron, reteniendo su pasaporte, antes de que se fuera al hotel.
A ver cómo le digo yo ahora a mi jefe por qué no puedo ir a trabajar pasado mañana, se dijo con preocupación. Por suerte, la prensa se había enterado del asunto y su cara salió en todos los medios del mundo esa noche. Menos mal, porque de no ser por eso nadie se hubiera creído su pequeña aventura.
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Todas las historias y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.