Hoy tocaba hacer un relato de ciencia ficción rural.
A la antigua
Estaban acabados. Un virus informático había hecho que todos los androides que trabajaban la tierra dejaran de funcionar justo antes de la cosecha. Si los frutos quedaban sin cosechar, se pudrirían ahí mismo y sería su ruina.
No era ningún consuelo que Gatlok, el terrateniente responsable de infectar los robots de sus competidores, ya hubiera sido linchado. Eran demasiados los afectados; ni siquiera dejando que los androides de Gatlok hicieran su cosecha (usarlos en campos ajenos a su programación estaba descartado) y repartiéndosela entre todos lograrían suficiente dinero para compensar las pérdidas. También iban a vender el resto de bienes del terrateniente, pero no era que hubiera mucho que repartir: el muy desgraciado se había endeudado para conseguir el virus informático que les había condenado.
Estaban todos hundidos hasta que el hijo de uno de los vecinos, que volvió de la universidad para intentar ayudar, propuso que hicieran la cosecha a la antigua. No había suficientes humanos para cosechar todos los campos, pero al menos una parte recuperarían. Además, hacer las cosas a la antigua estaba poniéndose de moda: si movían la acción en el metaverso y a la gente le hacía gracia, lo mismo lograban ayuda o, por lo menos, algo de publicidad.
Así pues, por primera vez en más de cien años, los frutos los cosecharon a mano tanto los propietarios del terreno como los grupos de domingueros que pagaron por participar en la experiencia y llevarse a casa el fruto que habían cogido directamente de los árboles. Solo con lo que sacaron por la venta de entradas cubrieron pérdidas y no quedó un solo árbol sin cosechar. Y el resto de frutos se vendió por mucho más de lo esperado, ya que haber sido recogidos a mano era un valor añadido.
Los propietarios arreglaron sus androides y pudieron seguir como hasta entonces, pero la siguiente cosecha volvieron a hacerla a la antigua. En el fondo, Gatlok les había hecho un favor.