Nuevo relato de Adictos a la escritura, cuya temática debía centrarse en el calor. Esta vez tuve la idea de inmediato, lo que me costó fue encontrar tiempo para llevarla a cabo. No he podido corregirla, claro, espero que no haya muchos errores.
Calor
Paca tenía calor. Mucho calor. Tanto
que empezó a sudar. Se quitó el jersey, pero seguía sintiéndolo.
Se desabrochó un par de botones de la blusa y se arremangó; no
sirvió de nada. Miró a ambos lados y, como sus compañeros no
estaban mirando, comenzó a abanicarse discretamente con una hoja de
papel. Pronto, la discreción quedó a un lado: tenía demasiado
calor, así que cogió un cuaderno grande y se abanicó con fuerza.
—¿Qué haces? —preguntó Mariché,
que se sentaba justo al lado de ella y fue la primera en fijarse en
su extraño comportamiento.
—Nada, nada —respondió Paca,
brusca. No le caía bien Mariché, siempre estaba metiéndose donde
no la llamaban.
Se levantó para buscar en vano el
termostato, que resultó estar justo al lado de Pepa, la secretaria
del jefe, que respondió a su petición de que bajara la calefacción
del modo más borde, como de costumbre:
—La calefacción está regulada según
el acuerdo del año pasado, por si lo has olvidado. La temperatura
ideal para ahorrar energía y para que todos estén a gusto.
—Pues yo no estoy a gusto —bufó
Paca.
Extendió la mano para darle a la
flechita de subir, pero Pepa le dio un sonoro manotazo y le lanzó
una mirada tan fulminante que Paca dio la batalla por perdida y
decidió buscar otra solución para su agobio.
Fue al lavabo y se echó un poco de
agua por el cuello, pero no estaba lo suficientemente fría, así que
cogió un hielo de la pequeña cocina de la oficina y se lo pasó por
la piel, en un intento de sentir cierto alivio.
—¿Qué haces? —quiso saber Manolo.
Era un tipo bastante entrometido, pero
no a la manera de Mariché, así que Paca no tuvo inconveniente en
iniciar una conversación con él, sin dejar de usar el hielo para
aliviar un poco la sensación.
—¿No tienes calor?
—No, más bien al contrario. —Llevaba
una chaqueta gruesa y parecía encogido sobre sí mismo—. Vengo de
fumar un pitillo en la azotea y hace un frío que pela.
—Me voy a fumar —dijo entonces
Paca, mientras pensaba: «Qué gran idea, ¡cómo no se me había
ocurrido antes!».
—Pero si tú no fumas —se extrañó
Manolo. No obtuvo respuesta, porque Paca ya estaba en la escalera,
subiéndola a toda prisa en su búsqueda del alivio del frío
invernal.
Y por fin lo sintió, nada más abrir
la puerta. Todos los fumadores que se habían escapado un rato para
dar rienda suelta a su vicio la miraron extrañados, porque iba sin
chaqueta y allí fuera estaban bajo cero, pero Paca les ignoró y
disfrutó del frío.
Por desgracia, no podía pasarse allí
todo el día: tenía que volver al trabajo si no quería ser la
próxima a la que despidieran. Triste, bajó las escaleras y regresó
al horno. Al entrar se dio cuenta de que no hacía tantísimo calor
como antes y suspiró aliviada. Volvió a su sitio y se abrochó de
nuevo los botones de la blusa, pero dejó el jersey a un lado: no
querría volver a sentir calor en mucho tiempo.
—Ah, los sofocos de la menopausia
—dijo Mariché, maliciosa. No pareció apreciar la mirada
fulminante de Paca y siguió hablando—. Te entran esos calores
insoportables y todo el mundo piensa que estás loca. No te
preocupes, es lo normal a tu edad.
—Cállate, Mariché —la ordenó,
más seca, si cabe, que de costumbre. Pero ya se quedó con la duda.
«No puedo tener la menopausia todavía,
por el amor de Dios», pensó Paca mientras redactaba un último
informe. «¡Solo tengo cuarenta recién cumplidos, ni siquiera ha
dejado de bajarme la regla!».
Volvieron a darle un par de ataques de
calor más antes de irse y se pasó el resto del día dándole
vueltas: era demasiado joven para tener la menopausia, no podía ser,
¡aún no había tenido hijos! Le habían dicho que en estos tiempos
una podía tener niños hasta los cuarenta y tantos, incluso a los
cincuenta, así que deberían quedarle unos años más.
Esos pensamientos la asediaron hasta
que llegó a casa y se puso el termómetro: tenía bastante fiebre.
Paradójicamente, eso le hizo suspirar de alivio. No era más que un
griponcio raro. De todas formas, la amenaza de la menopausia se había
instalado en su cabeza, así que empezó a informarse sobre clínicas
de fertilidad y técnicas de frecundación in vitro.
Todas las historias y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.