Sigo con el reto 2 basado en los objetivos opcionales del origireto. Toca un relato que contenga Brujas-hechiceros, un preservativo y un personaje conocido. Va a ser divertido.
Un hechizo de amor culpable
Era un desastre como bruja malvada. No porque sus hechizos no fueran buenos, o porque no lograra lanzar los más ilegales sin que le pillaran las autoridades. Simplemente, todo se torcía a pesar de que sus conjuros funcionaban a la perfección y siempre salía impune... porque se sentía mal cuando no usaba su magia para hacer el bien. Como su último proyecto, por ejemplo.
Ser una bruja buena no daba muchos ingresos y estaba arruinada, así que su idea había sido elegir a un personaje conocido y hechizarle para que se enamorara de ella, de modo que pudiera aprovecharse de su fama y dinero para no volver a tener ninguna preocupación económica en su vida. El hechizo era complejo, y además requería unas gotas de su semen, pero eligió a Karo Chase y eso facilitaba las cosas. Su objetivo era tan crápula que no le había sido difícil hacerse con un preservativo usado tras una de sus innumerables correrías. Luego, había hecho un encantamiento de lo más efectivo. Tan efectivo que él ya solo tenía ojos para ella.
El problema era que, ahora que conocía a ese hombre que en principio le había parecido un superficial al que no se sentiría culpable por utilizar, se había dado cuenta de que no era como parecía. Y se había enamorado locamente de él. Tanto, que había decidido renunciar a sus propósitos, deshacer el hechizo y confesarlo todo. Eso significaba que la denunciaría y que pasaría el resto de su vida en la cárcel por hacer magia prohibida, pero era lo único que aplacaría su sentimiento de culpa.
Así pues, se armó de valor, deshizo su magia y le dijo la verdad con todo lujo de detalles. Karo se mantuvo en silencio durante toda su confesión, con esa media sonrisa neutra que no la dejaba entrever lo que sentía. Quizás por eso la sorprendió tanto su respuesta cuando finalizó.
—En realidad, ya lo sabía. Un hombre como yo está protegido contra esa clase de hechizos, te calé en cuanto lo lanzaste.
—Pero, ¿entonces...
—Entonces no funcionó. Aunque me hizo gracia tu audacia y pensé que sería interesante conocerte más a fondo. —Karo se encogió de hombros y soltó una risita—. Al final, tu personalidad logró lo que no había logrado tu hechizo: derribar mis defensas. Pero no podía estar seguro de que sintieras lo mismo por mí, así que estaba esperando a detectar una señal de que tú también me querías. Creo que tu confesión es dicha señal. Porque me quieres, ¿verdad? —Ella asintió con un sollozo, todavía estupefacta por el giro que había dado la conversación—. Entonces, ¿te casarás conmigo?
Como única respuesta, se lanzó a sus brazos, le besó y la pasión de ambos se desató durante el resto de la noche.
—No más magia —le prometió, horas después, cuando yacían agotados y satisfechos en la cama.
—Bueno, tampoco nos precipitemos... —rió él—. Ahora que no tienes que esconderme que eres una bruja... Tengo entendido que hay algunos hechizos muy interesantes que podemos usar en la cama y que son perfectamente legales si hay consentimiento de ambas partes... ¿Crees que podríamos probarlos?
Ella sonrió y comenzó a enumerarle todo lo que la magia podía hacer para amenizar la vida en el dormitorio. Un uso de su poder por el que, sin duda, no se sentiría culpable.
Ser una bruja buena no daba muchos ingresos y estaba arruinada, así que su idea había sido elegir a un personaje conocido y hechizarle para que se enamorara de ella, de modo que pudiera aprovecharse de su fama y dinero para no volver a tener ninguna preocupación económica en su vida. El hechizo era complejo, y además requería unas gotas de su semen, pero eligió a Karo Chase y eso facilitaba las cosas. Su objetivo era tan crápula que no le había sido difícil hacerse con un preservativo usado tras una de sus innumerables correrías. Luego, había hecho un encantamiento de lo más efectivo. Tan efectivo que él ya solo tenía ojos para ella.
El problema era que, ahora que conocía a ese hombre que en principio le había parecido un superficial al que no se sentiría culpable por utilizar, se había dado cuenta de que no era como parecía. Y se había enamorado locamente de él. Tanto, que había decidido renunciar a sus propósitos, deshacer el hechizo y confesarlo todo. Eso significaba que la denunciaría y que pasaría el resto de su vida en la cárcel por hacer magia prohibida, pero era lo único que aplacaría su sentimiento de culpa.
Así pues, se armó de valor, deshizo su magia y le dijo la verdad con todo lujo de detalles. Karo se mantuvo en silencio durante toda su confesión, con esa media sonrisa neutra que no la dejaba entrever lo que sentía. Quizás por eso la sorprendió tanto su respuesta cuando finalizó.
—En realidad, ya lo sabía. Un hombre como yo está protegido contra esa clase de hechizos, te calé en cuanto lo lanzaste.
—Pero, ¿entonces...
—Entonces no funcionó. Aunque me hizo gracia tu audacia y pensé que sería interesante conocerte más a fondo. —Karo se encogió de hombros y soltó una risita—. Al final, tu personalidad logró lo que no había logrado tu hechizo: derribar mis defensas. Pero no podía estar seguro de que sintieras lo mismo por mí, así que estaba esperando a detectar una señal de que tú también me querías. Creo que tu confesión es dicha señal. Porque me quieres, ¿verdad? —Ella asintió con un sollozo, todavía estupefacta por el giro que había dado la conversación—. Entonces, ¿te casarás conmigo?
Como única respuesta, se lanzó a sus brazos, le besó y la pasión de ambos se desató durante el resto de la noche.
—No más magia —le prometió, horas después, cuando yacían agotados y satisfechos en la cama.
—Bueno, tampoco nos precipitemos... —rió él—. Ahora que no tienes que esconderme que eres una bruja... Tengo entendido que hay algunos hechizos muy interesantes que podemos usar en la cama y que son perfectamente legales si hay consentimiento de ambas partes... ¿Crees que podríamos probarlos?
Ella sonrió y comenzó a enumerarle todo lo que la magia podía hacer para amenizar la vida en el dormitorio. Un uso de su poder por el que, sin duda, no se sentiría culpable.