La erupción
Se acomodó en su barca mientras miraba, satisfecho, cómo la tierra se sacudía, las cenizas lo cubrían todo y el pánico cundía en todo el pueblo. Había percibido las señales antes que nadie y se lo había advertido a todos pero ¿quién iba a hacer caso a un loco sin techo? Se habían burlado de él y le habían despreciado cuando anunció lo que estaba por llegar. Pues bien, ahora el loco sin techo estaba ahí, en su barca, riéndose de los que llegaban a la playa y se encontraban con que todas las embarcaciones estaban bajo el agua. Él mismo se había encargado de hundirlas cuando se puso tan insistente con sus predicciones catastrofistas que decidieron echarle del pueblo.
Disfrutó de lo lindo durante todo el día, justo fuera del alcance de los mejores nadadores pero lo bastante cerca como para ver sus caras de desesperación. Estaba deseando que la tierra escupiera su fuego; sería un espectáculo sublime.
No llegó a verlo, sin embargo. La nube piroclástica que soltó el volcán le mató en segundos, como a todos los demás. Ni siquiera le dio tiempo a pensar que, si no se hubiera quedado a regodearse, hubiera sido el único superviviente.
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