Más vale prevenir que perder el alma
Invocar espíritus menores era fácil y poco peligroso. No obstante, su maestro siempre le obligaba a tomar todas las precauciones habidas y por haber: aplanar la nieve del patio, hacer un círculo perfecto clavando una estaca central y usando una cuerda atada a ella a modo de compás... En definitiva, que lo que le podía llevar unos segundos se convertía en una tarea tediosa que no siempre merecía la pena, porque tardaba más en prepararlo todo para hacer la invocación que en realizar la tarea que iba a encargar al espíritu él mismo.
Cada vez que protestaba ante el maestro por tener que seguir tantos pasos para hacer algo que ya tenía dominado, este le respondía:
—Más vale prevenir que perder el alma. Y, además, así aprenderás a no usar la magia para todo.
Pero ese argumento no le convencía, y no usaba la magia para todo, sino solo para cosas que le degradaban, como limpiar el laboratorio. Era de esto último de lo que tenía que encargarse cuando, aprovechando que el maestro había salido y no podía regañarle por no hacer las cosas a su gusto, decidió hacer la invocación dentro del mismo laboratorio y sin preparación de ningún tipo.
Tras pronunciar las palabras, entró en el mundo de los muertos y eligió al primer espíritu insignificante con el que se topó para desempeñar la tarea. El diablo, que se había disfrazado de esa criatura tan débil para espiar en nombre de su señor, no tardó en darse cuenta de que ese idiota confiado no había tomado ninguna precaución antes de hacer la invocación. Así pues, ignoró las instrucciones que le estaba dando y se dio un banquete con su alma antes de desaparecer del laboratorio y volver a su misión.
Cuando el maestro regresó, no tardó en darse cuenta de lo que había pasado. Suspiró con pesadez, bajó al patio, aplanó la nieve, hizo un círculo perfecto e invocó a la primera criatura con la que se topó en el mundo de los muertos para que limpiara el estropicio.
Quiso la casualidad que eligiera al mismo diablo que había matado a su aprendiz, pero este, atado como estaba por las protecciones, ni pudo rebelarse ni tuvo más remedio que acatar sus deseos cuanto antes para poder volver y por fin cumplir con su misión... si es que le dejaban.
Cada vez que protestaba ante el maestro por tener que seguir tantos pasos para hacer algo que ya tenía dominado, este le respondía:
—Más vale prevenir que perder el alma. Y, además, así aprenderás a no usar la magia para todo.
Pero ese argumento no le convencía, y no usaba la magia para todo, sino solo para cosas que le degradaban, como limpiar el laboratorio. Era de esto último de lo que tenía que encargarse cuando, aprovechando que el maestro había salido y no podía regañarle por no hacer las cosas a su gusto, decidió hacer la invocación dentro del mismo laboratorio y sin preparación de ningún tipo.
Tras pronunciar las palabras, entró en el mundo de los muertos y eligió al primer espíritu insignificante con el que se topó para desempeñar la tarea. El diablo, que se había disfrazado de esa criatura tan débil para espiar en nombre de su señor, no tardó en darse cuenta de que ese idiota confiado no había tomado ninguna precaución antes de hacer la invocación. Así pues, ignoró las instrucciones que le estaba dando y se dio un banquete con su alma antes de desaparecer del laboratorio y volver a su misión.
Cuando el maestro regresó, no tardó en darse cuenta de lo que había pasado. Suspiró con pesadez, bajó al patio, aplanó la nieve, hizo un círculo perfecto e invocó a la primera criatura con la que se topó en el mundo de los muertos para que limpiara el estropicio.
Quiso la casualidad que eligiera al mismo diablo que había matado a su aprendiz, pero este, atado como estaba por las protecciones, ni pudo rebelarse ni tuvo más remedio que acatar sus deseos cuanto antes para poder volver y por fin cumplir con su misión... si es que le dejaban.
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