-Tendremos unos días en que estemos solo nosotros -había prometido Ares. Llevaban varios meses que iban de aquí para allá, de incursión en incursión o visitando diferentes comunidades que necesitaban su ayuda para hacer frente a la gente de las burbujas. Aunque habían tenido sus momentos de intimidad, realmente les hacía falta pasar un tiempo así, para amarse sin interrupciones y desconectar de los problemas. Quedarse en la base no era una opción, porque siempre había algo que hacer y, aunque les gustaba vivir con los elfos, era difícil rechazar las constantes invitaciones que les llovían cuando estaban allí, lo que les dejaba poco tiempo para ellos.
Por eso, Ares buscó un lugar en lo alto de las montañas que estuviera apartado pero fuera seguro y, mientras recorría el perímetro para poner trampas y avisos contra intrusos, Kati montó el pequeño campamento. Después, ambos se lanzaron en los brazos del otro y se olvidaron de todo durante el resto del día.
Al atardecer, sin embargo, empezaron los problemas porque, mientras miraban el paisaje desde su refugio en lo alto, pudieron ver varias aeronaves sospechosas a unos kilómetros de distancia. Ambos soltaron un suspiro y, con solo cruzar una mirada, decidieron mandar a investigar a un pequeño dron de reconocimiento que, según Amanecer y Sombra, que habían trabajado en el invento con PF y Roca, era indetectable. Gracias a la cámara que llevaba incorporada, vieron que habían salido un total de trece personas fuertemente armadas de las tres aeronaves. Dos de ellos comenzaron a rebuscar entre las raíces de un árbol y de pronto se abrió una trampilla en la hierba. Luego, comenzaron a sacar cajas de las aeronaves para meterlas en el escondite y, acabado el trabajo, se fueron por donde habían venido.
Ni siquiera se acercaron a la zona en la que estaban Ares y Kati, pero eso no significaba que su escapada no se hubiera estropeado. No podían dejar de averiguar qué había en ese escondite, pero para no eran tan tontos como para ir a investigar más de cerca ellos solos. Un par de horas más tarde, todos los Incursores de la Noche se habían reunido cerca de donde estaba la trampilla oculta.
Tras abrirse camino sin que saltara ninguna alarma gracias a las habilidades de hackeo de PF e inutilizar varias trampas tanto mágicas como físicas, por fin pudieron acceder a la que, sin duda, era la guarida-almacén de una de las bandas de traficantes de droga más prominentes del subcontinente.
-Maldición. Con toda esta droga se podría comprar una burbuja completa, con sus Empresas Religiosas incluidas. Quemémoslo todo -dijo Ares.
-No, se me ocurre algo mejor -le detuvo Amanecer, antes de que empezara a destruirlo todo-. Tú déjanos a Sombra, a Eithoniel y a mí.
Por eso, Ares buscó un lugar en lo alto de las montañas que estuviera apartado pero fuera seguro y, mientras recorría el perímetro para poner trampas y avisos contra intrusos, Kati montó el pequeño campamento. Después, ambos se lanzaron en los brazos del otro y se olvidaron de todo durante el resto del día.
Al atardecer, sin embargo, empezaron los problemas porque, mientras miraban el paisaje desde su refugio en lo alto, pudieron ver varias aeronaves sospechosas a unos kilómetros de distancia. Ambos soltaron un suspiro y, con solo cruzar una mirada, decidieron mandar a investigar a un pequeño dron de reconocimiento que, según Amanecer y Sombra, que habían trabajado en el invento con PF y Roca, era indetectable. Gracias a la cámara que llevaba incorporada, vieron que habían salido un total de trece personas fuertemente armadas de las tres aeronaves. Dos de ellos comenzaron a rebuscar entre las raíces de un árbol y de pronto se abrió una trampilla en la hierba. Luego, comenzaron a sacar cajas de las aeronaves para meterlas en el escondite y, acabado el trabajo, se fueron por donde habían venido.
Ni siquiera se acercaron a la zona en la que estaban Ares y Kati, pero eso no significaba que su escapada no se hubiera estropeado. No podían dejar de averiguar qué había en ese escondite, pero para no eran tan tontos como para ir a investigar más de cerca ellos solos. Un par de horas más tarde, todos los Incursores de la Noche se habían reunido cerca de donde estaba la trampilla oculta.
Tras abrirse camino sin que saltara ninguna alarma gracias a las habilidades de hackeo de PF e inutilizar varias trampas tanto mágicas como físicas, por fin pudieron acceder a la que, sin duda, era la guarida-almacén de una de las bandas de traficantes de droga más prominentes del subcontinente.
-Maldición. Con toda esta droga se podría comprar una burbuja completa, con sus Empresas Religiosas incluidas. Quemémoslo todo -dijo Ares.
-No, se me ocurre algo mejor -le detuvo Amanecer, antes de que empezara a destruirlo todo-. Tú déjanos a Sombra, a Eithoniel y a mí.
Ya estaba bien entrada la noche cuando acabaron el trabajo y lo dejaron todo como se lo habían encontrado... con unas pequeñas modificaciones. Aunque la guarida de los traficantes estaba relativamente cerca, Ares y Kati decidieron continuar con sus vacaciones solo para ellos y se despidieron de la banda después reforzar aún más, con magia arcana y clerical, las defensas de su refugio. Afortunadamente, no volvieron a tener ninguna interrupción y pudieron disfrutar de los días de tranquilidad que tanto necesitaban.
Poco después de que volvieran a la rutina, sin embargo, volvieron a tener noticias de la banda de traficantes. Y es que habían perdido casi por completo su negocio; llevaban semanas distribuyendo lo que tenían en su almacén. Un material que, gracias a la magia clerical, había dejado de ser droga para convertirse en un remedio que curaba las adicciones. Ahora, arruinados, eran presa fácil para las bandas de traficantes y mafias rivales, que también habían visto afectados sus ingresos por su error. Los incursores comenzaron a prepararse. Una guerra de mafias a gran escala era una oportunidad para minar el poder de muchas Empresas Religiosas que tenían participaciones en el mundo del crimen. Iban a ser semanas ajetreadas.
Poco después de que volvieran a la rutina, sin embargo, volvieron a tener noticias de la banda de traficantes. Y es que habían perdido casi por completo su negocio; llevaban semanas distribuyendo lo que tenían en su almacén. Un material que, gracias a la magia clerical, había dejado de ser droga para convertirse en un remedio que curaba las adicciones. Ahora, arruinados, eran presa fácil para las bandas de traficantes y mafias rivales, que también habían visto afectados sus ingresos por su error. Los incursores comenzaron a prepararse. Una guerra de mafias a gran escala era una oportunidad para minar el poder de muchas Empresas Religiosas que tenían participaciones en el mundo del crimen. Iban a ser semanas ajetreadas.
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