Nuevo lanzamiento de dados para hacer un relato corto:
Un empleo en el castillo
-Para ser un buen criado, tienes que ser delicado como el beso de una virgen y silencioso como el Hada de los Dientes. Y no olvides cumplir las órdenes tan rápido que parezca que llevas los zapatos de Mercurio -le instruyó su padre mientras tendía la ropa.
Él asintió, no muy convencido. Era un gran honor que le hubieran elegido para servir en el castillo, pero él era todo lo contrario al perfil que había especificado su padre. Era tan torpe que sentía pavor a la hora de coger un objeto valioso porque sabía que era de lo más probable que se le acabara cayendo, era más ruidoso que una de esas ranas que se pasaban el día croando en el estanque y, en cuanto a lo de ser rápido, lo tenía complicado porque tropezaba constantemente con sus propios pies.
Aun así, lo intentó. ¡Vaya si lo intentó! Incluso consiguió que su primera mañana pasara sin que ocurriera ningún desastre. No obstante, durante el banquete de la noche, mientras llevaba una bandeja llena de bocados deliciosos, tropezó y lo tiró todo de una forma tan aparatosa y sonora que supo de inmediato que había perdido el trabajo.
No obstante, la risa del señor le salvó de la ira de sus superiores. Al noble, que no solía ser muy alegre, le hizo tanta gracia su torpeza que decidió conservar al nuevo criado a su lado, pero en un puesto en el que encajaba mucho mejor: el de bufón.
A su padre no le hizo ninguna gracia que le hubieran degradado de esa forma, al menos, hasta que se enteró de cuantas monedas de oro le pagarían por su nuevo trabajo. Entonces, le dio a su hijo su bendición y le pidió que se esforzara por conservar su empleo. Cuando le pidió consejo para hacer mejor ese trabajo, el hombre frunció el ceño, concentrado, y finalmente dijo:
-Limítate a ser tú.
El chico prefirió ignorar el hecho de que su padre acababa de insinuar que ya era un bufón antes de que le contrataran para esa tarea y se limitó a relajarse y disfrutar de su nueva posición.
Él asintió, no muy convencido. Era un gran honor que le hubieran elegido para servir en el castillo, pero él era todo lo contrario al perfil que había especificado su padre. Era tan torpe que sentía pavor a la hora de coger un objeto valioso porque sabía que era de lo más probable que se le acabara cayendo, era más ruidoso que una de esas ranas que se pasaban el día croando en el estanque y, en cuanto a lo de ser rápido, lo tenía complicado porque tropezaba constantemente con sus propios pies.
Aun así, lo intentó. ¡Vaya si lo intentó! Incluso consiguió que su primera mañana pasara sin que ocurriera ningún desastre. No obstante, durante el banquete de la noche, mientras llevaba una bandeja llena de bocados deliciosos, tropezó y lo tiró todo de una forma tan aparatosa y sonora que supo de inmediato que había perdido el trabajo.
No obstante, la risa del señor le salvó de la ira de sus superiores. Al noble, que no solía ser muy alegre, le hizo tanta gracia su torpeza que decidió conservar al nuevo criado a su lado, pero en un puesto en el que encajaba mucho mejor: el de bufón.
A su padre no le hizo ninguna gracia que le hubieran degradado de esa forma, al menos, hasta que se enteró de cuantas monedas de oro le pagarían por su nuevo trabajo. Entonces, le dio a su hijo su bendición y le pidió que se esforzara por conservar su empleo. Cuando le pidió consejo para hacer mejor ese trabajo, el hombre frunció el ceño, concentrado, y finalmente dijo:
-Limítate a ser tú.
El chico prefirió ignorar el hecho de que su padre acababa de insinuar que ya era un bufón antes de que le contrataran para esa tarea y se limitó a relajarse y disfrutar de su nueva posición.
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