Otro relato del reto dados. Ya tengo muchos, así que voy complicando las cosas...
Trabajo de campo
«Yo no debería estar haciendo esto», se decía Eliah. Él era el erudito, solo debería dedicarse a buscar pistas de tesoros desperdigados por el mundo y luego, cuando ya estaban localizados, era cosa de Erika hacer el trabajo de campo. Para Eliah era perfecto: tocaba a menos que ella en el reparto, pero no arriesgaba.
«¿En qué momento se me ocurrió decir que yo no soy tan aburrido y que hace años era aficionado al paracaidismo?», pensó con tristeza mientras contemplaba su objetivo. Sin duda, había interpretado ese comentario casual como una indirecta para que le permitiera hacer trabajo de campo. Nada más lejos de su intención, solo había querido que ella pensara que era más atractivo.
Por desgracia para él, cuando se enteraron de que otros estaban tras la misma pista, justo cuando Erika estaba a punto de romper aguas, esta recordó ese comentario que había hecho hacía más de un año y decidió que era el momento de darle «su oportunidad». Así pues, le mandó a la misión antes de que pudiera protestar, «no sea que se nos adelante la competencia y nos quedemos sin el premio».
El tesoro estaba en los subterráneos de esa fortaleza reconvertida en hotel de lujo. Llegar hasta ellos era tan sencillo como registrarse como huésped en pleno día y ponerse a explorar por la noche hasta dar con los pasadizos secretos. Cuando los localizara, solo tenía que encender las antorchas con las que le habían equipado y orientarse en el laberinto hasta dar con su objetivo. «Todo muy fácil», le había asegurado Erika.
«Y una mierda, lo de fácil», pensaba él mientras se registraba, nervioso, en el hotel. Y horas después, mientras recorría los pasillos con miedo a cruzarse con alguien y levantar sospechas. Y días después, tras tres noches seguidas sin dormir buscando sin parar el acceso a los subterráneos.
Decidió que la cuarta noche descansaría y se disponía a hacerlo cuando se percató de que había una grieta sospechosa en la pared de uno de los laterales. Entonces, comenzó a maldecir en voz baja cuando se dio cuenta de que el acceso a los subterráneos estaba en su habitación. No fue fácil dar con el mecanismo de apertura, pero ese tipo de investigación era lo que se le daba bien y por fin consiguió abrir el acceso.
Mandó un mensaje a Erika con los detalles por si se perdía ahí abajo y, tras encender la antorcha, se internó en el laberinto. No resultó tan difícil orientarse y, sorprendentemente, dio con la cámara del tesoro en pocos minutos. No quedaba demasiado, se notaba que los dueños de la fortaleza habían tirado de su oro en tiempos difíciles, pero quedaban un par de joyeros a rebosar y algunas piezas interesantes. Nada que no cupiera en sus maletas vacías.
Satisfecho, esa noche durmió como un lirón y a la mañana siguiente hizo el check out y condujo de vuelta a casa. Cuando llegó, se enteró de que Erika había pasado la noche en el hospital y que acababa de dar a luz a una preciosa niñita. Corrió al hospital y, tras abrazar a las dos mujeres de su vida, regañó a Erika por no avisarle «para no distraerle en su misión». Su pequeña venganza fue decirle que había fracasado y que había vuelto a casa por la frustración.
Fue todo un placer ver su cara de sorpresa cuando los tres llegaron a su hogar y vio el tesoro, bien dispuesto, en el recibidor. Luego, mientras le narraba la historia, se sintió casi como un héroe ante la mirada de adoración de su mujer, que luego se dejó llevar por la pasión. «Quizás el trabajo de campo no es tan malo, después de todo», pensó, antes de que el llanto del bebé les interrumpiera en plena faena. «Pero mejor me quedo en casa investigando mientras cuido de esta preciosidad», añadió para sí mientras acunaba a su bebé hasta que se durmió.
«¿En qué momento se me ocurrió decir que yo no soy tan aburrido y que hace años era aficionado al paracaidismo?», pensó con tristeza mientras contemplaba su objetivo. Sin duda, había interpretado ese comentario casual como una indirecta para que le permitiera hacer trabajo de campo. Nada más lejos de su intención, solo había querido que ella pensara que era más atractivo.
Por desgracia para él, cuando se enteraron de que otros estaban tras la misma pista, justo cuando Erika estaba a punto de romper aguas, esta recordó ese comentario que había hecho hacía más de un año y decidió que era el momento de darle «su oportunidad». Así pues, le mandó a la misión antes de que pudiera protestar, «no sea que se nos adelante la competencia y nos quedemos sin el premio».
El tesoro estaba en los subterráneos de esa fortaleza reconvertida en hotel de lujo. Llegar hasta ellos era tan sencillo como registrarse como huésped en pleno día y ponerse a explorar por la noche hasta dar con los pasadizos secretos. Cuando los localizara, solo tenía que encender las antorchas con las que le habían equipado y orientarse en el laberinto hasta dar con su objetivo. «Todo muy fácil», le había asegurado Erika.
«Y una mierda, lo de fácil», pensaba él mientras se registraba, nervioso, en el hotel. Y horas después, mientras recorría los pasillos con miedo a cruzarse con alguien y levantar sospechas. Y días después, tras tres noches seguidas sin dormir buscando sin parar el acceso a los subterráneos.
Decidió que la cuarta noche descansaría y se disponía a hacerlo cuando se percató de que había una grieta sospechosa en la pared de uno de los laterales. Entonces, comenzó a maldecir en voz baja cuando se dio cuenta de que el acceso a los subterráneos estaba en su habitación. No fue fácil dar con el mecanismo de apertura, pero ese tipo de investigación era lo que se le daba bien y por fin consiguió abrir el acceso.
Mandó un mensaje a Erika con los detalles por si se perdía ahí abajo y, tras encender la antorcha, se internó en el laberinto. No resultó tan difícil orientarse y, sorprendentemente, dio con la cámara del tesoro en pocos minutos. No quedaba demasiado, se notaba que los dueños de la fortaleza habían tirado de su oro en tiempos difíciles, pero quedaban un par de joyeros a rebosar y algunas piezas interesantes. Nada que no cupiera en sus maletas vacías.
Satisfecho, esa noche durmió como un lirón y a la mañana siguiente hizo el check out y condujo de vuelta a casa. Cuando llegó, se enteró de que Erika había pasado la noche en el hospital y que acababa de dar a luz a una preciosa niñita. Corrió al hospital y, tras abrazar a las dos mujeres de su vida, regañó a Erika por no avisarle «para no distraerle en su misión». Su pequeña venganza fue decirle que había fracasado y que había vuelto a casa por la frustración.
Fue todo un placer ver su cara de sorpresa cuando los tres llegaron a su hogar y vio el tesoro, bien dispuesto, en el recibidor. Luego, mientras le narraba la historia, se sintió casi como un héroe ante la mirada de adoración de su mujer, que luego se dejó llevar por la pasión. «Quizás el trabajo de campo no es tan malo, después de todo», pensó, antes de que el llanto del bebé les interrumpiera en plena faena. «Pero mejor me quedo en casa investigando mientras cuido de esta preciosidad», añadió para sí mientras acunaba a su bebé hasta que se durmió.
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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia
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