Colin era el luchador más fuerte y todos lo sabían. Por eso, en un barrio tan peligroso como el suyo, los chicos buscaban su amistad y las chicas su amor. Pero todo cambió cuando llegó el Rubio, presumiendo de músculo y usando sus callejones para entrenar sus movidas de artes marciales.
Colin sabía que tenía que enfrentarse con ese armario para recuperar el status quo, pero lo cierto era que no se atrevía. Dar una paliza a los enclenques que le rodeaban era fácil, dársela al Rubio era harina de otro costal. Por otro lado, el Rubio no parecía tener el menor interés en todos los cambiacapas que ahora buscaban su amistad en vez de la de Colin, o en el propio Colin.
El Rubio tampoco respondía a las provocaciones, lo que fue una oportunidad para difundir el rumor de que era un cobarde. Pronto, los aduladores volvieron al redil y Colin volvió a ser el centro de todo, metiéndose con el Rubio cada vez que le veía y siendo ignorado por este.
Esto hizo que se creciera y que sus provocaciones fueran ganando intensidad, sin darse cuenta de que el Rubio comenzaba a cansarse de sus tonterías, aunque hacía gala de infinita paciencia. Paciencia que se agotó cuando Colin ofendió a su nueva novia. Entonces el Rubio explotó y, mientras Colin recibía la paliza del siglo, a todo el barrio le quedó claro quién era el luchador más fuerte.
Colin pasó unos días en el hospital; no pudo sentirse más avergonzado cuando regresó a casa y se encontró con las miradas divertidas de todo el barrio. No obstante, el Rubio seguía sin tener el más mínimo interés en ellos y sabían que no les protegería si le necesitaban, así que, poco a poco, Colin volvió a recuperar su lugar.
Eso sí, nunca se metió con el Rubio de nuevo, ni con ningún otro tipo que no supusiera una amenaza para su posición dominante. Ya había aprendido que siempre había alguien más fuerte y que un líder tenía que saber elegir sus batallas.
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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia