Así pues, contó a Deliriel sus dudas y le pidió que postergaran la boda, para poder salir a conocer mundo y a vivir aventuras. Deliriel, reticente, le dejó marchar, confiando en que volviera pronto.
Pero los años pasaban y Leroel no se cansaba de aventuras, ¿cómo regresar, si quedaba tanto por ver? Aun así, cada ciudad visitada, cada aventura vivida, le hacían anhelar más al bosque y a Deliriel. Debido a esto, finalmente, tras 190 años lejos de su amada, el elfo volvió a su hogar.
Pero Deliriel no salió a recibirle, tal y como había esperado. Extrañado, preguntó a la reina qué ocurría. Ella le condujo a un bello sauce llorón a las afueras de la ciudad.
-Lo plantó el día que te fuiste. Pasaron los años, creció alto y poco a poco se marchitó y murió. Habían pasado tantos años sin noticias tuyas, que Deliriel perdió la esperanza. Una semana lloró entre sus ramas, hasta que su esencia se fundió con el árbol, que resucitó.
Llorando, Leroel exclamó:
-¡Pero yo la amo! ¡Volví para casarme con ella!
-Con el tiempo, el amor puede seguir fuerte, pero no el corazón del que espera. Su corazón se rompió al tiempo que veía morir este árbol. –respondió la reina, tras lo cual se marchó.
Leroel permaneció abrazado al sauce una semana, hasta que su esencia se fundió con él. Ahora son uno dentro del árbol, entre cuyas ramas los elfos se juran amor eterno.