Un nuevo relato corto con palabras olvidadas. En este caso usé tres: allende (Más allá de), bribón (Pícaro, bellaco) y carajo (Para expresar sorpresa, contrariedad).
El bribón reformado
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Palabras diseñadas por @brunospagnuolo, @jcantero y @dvijil |
Hace mucho tiempo, allende los siete mares, vivía un bribón
al que solo le importaba su propio beneficio. Tenía una casa
fantástica, llena de tesoros, muchos de los cuales había adquirido de
manera ilícita, pero se las había arreglado para que nadie pudiera
probar que él era el culpable. No obstante, eran tantas sus víctimas y
ostentaba tanto con los bienes de los que se había apropiado que al final
el pueblo se unió para darle una lección.
Un día desafortunado, el hombre salió de su casa para hacer una de sus
correrías, pero una sombra misteriosa parecía seguirle y, como no quería
testigos, no se arriesgó a dar el golpe. Así pues, tras dar varias
vueltas en un intento de librarse de su perseguidor sin éxito, regresó a
su morada decepcionado.
-Qué carajo -dijo cuando entró. No había absolutamente nada dentro: ni siquiera quedaban las cortinas.
Preguntó a todo el mundo, pero todos estaban en el ajo y nadie afirmó haber
visto nada, aunque el hombre sospechaba lo ocurrido. Afortunadamente,
pensaba, tenía un montón de cosas, las más valiosas, escondidas fuera de
la casa. Pero eso también estaba a punto de cambiar porque, como no
tenía comida, tuvo que ir a la taberna, donde le sirvieron un delicioso
estofado que habían aderezado con suero de la verdad, gracias a lo cual
desveló más de lo que debía. Por supuesto, nada más decirlo quiso poner a
salvo sus tesoros, pero un cachiporrazo por la espalda le dejó
inconsciente el tiempo suficiente para que los vecinos corrieran al
escondite y lo vaciaran.
Cuando despertó y se vio sin nada,
lloró de impotencia y juró vengarse, pero entonces el alcalde publicó un
impuesto especial de obligado cumplimiento. Como no tenía con qué
pagarlo, tuvo que entregar su casa y, dado que había una ley que impedía
la indigencia, le echaron del pueblo.
El bribón, derrotado
por el momento, vagabundeó por el mundo y en cada pueblo encontró a
alguien que le diera comida, o cobijo, o vestimentas, sin recibir nada a
cambio. Así pues, poco a poco fue perdiendo su rabia: ¿cómo iba a
vengarse de quienes solo habían recuperado lo que era suyo? ¿Y cómo
compensar a los que le ayudaban cuando no le quedaba nada?
Años después, cuando volvió al pueblo, nadie le reconoció. Se construyó una
pequeña casita y vivió de su trabajo, compartiendo todo cuanto tenía con
sus vecinos. Solo cuando le enterraron y vieron su documentación
supieron que era el bribón al que habían dado una lección tanto tiempo
atrás, pero había hecho tanto bien a todos en sus últimos años que le
perdonaron y le lloraron como al que más.

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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.