Otro relato breve hecho con los resultados de los dados que lanzo para el reto de escritura creativa, podéis verme tirarlos aquí:
El murciélago
Interrumpió su paseo por el bosque para quitarse las gafas y secar sus lágrimas; iba a echar de menos todo aquello cuando se mudara a la ciudad.
«Ojalá mis padres no me obligaran a acompañarles y me dejaran quedarme aquí, aunque fuera con la abuela, hasta que cumpla la mayoría de edad», pensó.
Estaba a punto de ponerse las gafas de nuevo cuando un murciélago, desorientado, chocó contra él e hizo que se le cayeran y se rompieran, lo que le dejó prácticamente ciego. Había apagado su móvil para estar a solas con la naturaleza y no era capaz de meter el pin sin ver los números, así que no tenía forma de avisar a nadie de su apuro. Así pues, a sabiendas de que se perdería o se haría daño si caminaba sin ver, se sentó en el suelo y esperó con paciencia a que alguien se diera cuenta de su ausencia.
Por desgracia, sus padres llegaron tan tarde a casa que ni siquiera se percataron de que no había cenado y dieron por sentado que estaba dormido, lo que le obligó a hacer noche en el bosque. Por la mañana, hambriento y desesperado por no haber sido encontrado todavía, intentó caminar en la que, sospechaba, era la dirección correcta, pero no había andado muchos pasos antes de tropezar y romperse una pierna.
Le encontraron bien entrada la mañana, cuando sus padres recibieron una llamada del colegio diciendo que no había aparecido y se pusieron a buscarle por fin. Por supuesto, se enfadó con ellos y les culpó por no haberse dado cuenta, además de acusarles de dejarle abandonado. ¿Qué iba a pasar si le ocurría algo malo en la ciudad, se enterarían a tiempo, siquiera?
Por suerte, la pierna rota y el sentimiento de culpa obraron el milagro: necesitaba a alguien que le cuidara mientras se reponía y ellos no podían prestarle la atención que necesitaba, así que se quedó con la abuela mientras se curaba. Por supuesto, para cuando eso pasó, el curso ya estaba avanzado y no tenía sentido hacerle cambiar de instituto a esas alturas. Así pues, siguió disfrutando de su bosque y, cada vez que veía un murciélago, murmuraba un «gracias» por si era el que le había tirado las gafas.
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