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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

sábado, 21 de julio de 2018

Montando a caballo en Torrelaguna

Tenía la espinita de montar a caballo desde hace años. Ya sabéis que yo soy de las que piensa que el miedo se supera con tratamiento de choque y yo a estos animales les tenía terror. 

La anécdota: el origen del miedo a los caballos

Ese miedo viene de mi última granja escuela, cuando era pequeña. Había dos colas, una para subirse al caballo y otra para subirse al burro, no mucho tiempo, solo unos minutos. A mí me tocó la cola del burro primero y (sospecho, aunque nunca se pudo probar) mis encantadores compañeros de clase, siempre buscando nuevas maneras de atormentarme, asustaron al bicho en cuanto me monté. Pasé una angustiosa eternidad agarrada como pude encima del animal, que salió disparado y no se dejaba coger por los monitores. Para haberme matado. Cuando lograron frenarlo y bajarme, me ofrecieron subir al caballo y simplemente no pude. Si lo había pasado así de mal en el burro, que era más pequeño, ¿qué no podría pasarme en el caballo, que es un bicho más grande? Desde ese día, me mantuve lejos de burros y caballos. Hasta el sábado pasado.

Superando mis miedos

El caso es que mis compañeros de trabajo me regalaron una Wonder Box junto a una mochila de Mokona (¡sí, esa que no encontraba en ningún lado, ni siquiera en Japón!) y decidí canjear la experiencia por una hora montando a caballo en la finca Paraíso.
Me llevé a mi madre porque así aprovechábamos para visitar un pueblo de la zona, Patones, que está en la Ruta del Agua de Madrid, una guía cuyos pueblos siempre ha querido ver (ya hablaré de la decepción). Además, el cupón era para dos. 
montando a caballo en torrelaguna
Llegamos un poco pronto y la experiencia comenzó con bastante retraso, así que tuvimos que esperar un buen rato sentadas en un banco, mirando los animalillos (tienen varios pavos reales, uno de ellos blanco, además de cabras, un cerdo que parece albino, conejos, perros...). Cuando por fin empezó, mi madre se rajó y me dejó sola ante el peligro. Por suerte, me tocó montar a Luna, que es superbuena y supertranquila.

Cómo fue la experiencia a caballo

Nos explicaron los rudimentos y dimos unas cuantas vueltas en una zona cercada antes de salir a la ruta en sí (el entorno, por cierto, es bastante bonito) con un monitor. Estaba muy alto, pero superado el pavor inicial resulta hasta cómodo estar en la silla con ese ligero bamboleo. No me resultó difícil montar, aunque hay que estar muy pendiente, porque los caballos quieren pararse a comer constantemente y tienes que dominarlos si no quieres que se te suban a la chepa. 
Afortunadamente, yo conseguí que Luna me hiciera caso sin demasiado esfuerzo (aunque tenía mucha fuerza, la jodía) tanto para evitar que comiera como para que acelerara o parara cuando le indicaba. La pareja que hacía la ruta conmigo tuvo algunos problemas para evitar que los suyos se pararan constantemente, así que eso me motivó bastante.

Luego, tras finalizar la ruta, nos ofrecieron un pequeño refrigerio, que tomamos agradecidos a la sombrita (la ruta era a media mañana, pero ya pegaba el sol y yo, aunque me había untado de crema factor +50 para alergias solares, ya estaba sufriendo mi alergia al sol). Tras eso, mi madre (las fotos y el vídeo las tomó ella, por supuesto) y yo nos fuimos a Patones. Ya hablaré de ello próximamente.

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