El viaje otros días (Austria):
El segundo día en Austria... ¡me fui de Austria! La visita a Bratislava (Eslovaquia), que está a poco más de una hora de Viena, es casi obligada (mucho más cercana que otras excursiones al resto del país). Es una ciudad muy accesible y bonita, que se ve fácilmente, al menos en su centro histórico, en un día.
Llegamos en autobús a media mañana e hicimos un pequeño tour por la ciudad con una guía. Era un poco complicado moverse porque había una maratón justo por el centro histórico, pero luego me dio tiempo a verlo todo otra vez, más tranquilamente.
Empezamos en la columna de la peste, y paseamos por el centro para ver la catedral donde se coronaban los reyes húngaros, varios palacios, el Ayuntamiento y el Cumil, una famosa escultura de un hombre que sale de una alcantarilla, entre otras cosas. Acabamos el tour justo donde el Palacio de la ópera viejo y la guía nos dio indicaciones para ver la Iglesia Azul, que es un sitio precioso.
Otra cosa que no llegamos a ver con el tour fue el castillo de Bratislava, así que, tras pasar por la Iglesia Azul, fui para allá. Tal y como pasaba en Praga, los castillos no son castillos, sino más bien Palacios, lo que no quita que sea bonito. Además, tiene jardines y sitios para pasear por fuera, aunque no llegué a entrar porque nos dijo la guía que no merecía la pena porque los interiores habían quedado arrasados por un incendio y no había nada original.
Al salir del castillo, me tomé un bocata y luego me fui a una de las pastelerías que nos habían recomendado, el café Mayer. Era un sitio muy pijo y muy elegante, pero la tarta de queso era puro azúcar.
Después seguí paseando por el centro y haciendo tiempo hasta que saliera el catamarán en el que volveríamos a Viena. La verdad es que no hay mucho que ver en ese trayecto, pero más cómodo que el bus es (aunque también mucho más caro).
Catedral, Castillo de Bratislava e Iglesia Azul |
Al salir del castillo, me tomé un bocata y luego me fui a una de las pastelerías que nos habían recomendado, el café Mayer. Era un sitio muy pijo y muy elegante, pero la tarta de queso era puro azúcar.
Después seguí paseando por el centro y haciendo tiempo hasta que saliera el catamarán en el que volveríamos a Viena. La verdad es que no hay mucho que ver en ese trayecto, pero más cómodo que el bus es (aunque también mucho más caro).
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