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miércoles, 10 de diciembre de 2025

Relato: Sangre en la espada

Portada del relato Sangre en la espada
Solo había sido un rasguño en su adversario, apenas unas gotas de sangre en la espada, pero Brontak se obsesionó. Imaginaba que no eran solo unas gotas, sino que toda la hoja había sido teñida por ese hermoso tono rojo. 
Eso nunca pasaría. Había sido su primer duelo, pero incluso los duelistas más experimentados no llegaban más allá de la primera sangre. No podías matar a un noble así como así, por más que fueras el hijo ilegítimo del rey.
Aun así, la idea de su espada teñida de sangre no le dejaba dormir. Quería sentir la resistencia de la carne y el hueso al clavar su espada. Quería arrebatar una vida.
Pronto, una idea se instaló en su cabeza. La sangre era igual para todos. No tenía que ser un noble. Escabullirse del palacio no era difícil, encontrar una víctima en algún lugar solitario de los bajos fondos sería algo más complicado. Pero estaba decidido.
Eligió a una ramera cualquiera y se la llevó a un lugar solitario. Ni siquiera pensó en saciarse con esa mujer sucia y desesperada antes; era otra sed la que quería apagar. Acabó con ella antes de que pudiera hacer ningún ruido y por fin sintió lo que era arrebatar una vida. Sonrió satisfecho al ver su espada del color apropiado.
Pero no estaba solo. Un hombre escuálido y de aspecto desagradable se escondía entre las sombras. Quiso atacarle antes de que diera la voz de alarma, pero la empuñadura de su espada se puso de pronto al rojo vivo y tuvo que soltarla.
Era un brujo, sin lugar a dudas. Brontak comenzó a retroceder, aterrado.
—Yo necesito ese cadáver recién asesinado igual que tú necesitabas darle muerte —dijo el brujo con una mirada siniestra—. No te delataré si tú no me delatas. No te olvides de la espada.
Movió la cabeza mostrando su conformidad y, tras agarrar su arma, se dispuso a alejarse. La curiosidad le impidió hacerlo.
—¿Para qué lo necesitas? —preguntó.
—Solo un poco de magia negra para elaborar unas pociones, nada especialmente poderoso ni que atraiga la atención de los magos —respondió el brujo. Su mirada calculadora le recorrió y Brontak contuvo un escalofrío—. ¿Quieres verlo?
—¿A qué precio? —respondió el hijo del rey, reticente. No se podía confiar en los brujos. Los brujos ni siquiera deberían existir, que uno hubiera escapado del escrutinio de los magos y estuviera en la capital parecía inconcebible.
—Todo el oro que lleves encima —propuso el brujo—. Y alguna víctima más dentro de unas semanas, si te place.
Le placía demasiado como para no aceptar. Pero no era la posibilidad de asesinar a más plebeyos lo que más le atraía, sino la magia negra. Si aprendía a practicarla en secreto, quizás podría obtener una ventaja definitiva que compensara su ilegitimidad y le permitiera aspirar al trono. Sacó su bolsa de monedas y se la lanzó al brujo:
—Vamos, pues.
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