Terral: orígenes: entrenamiento
Un grupo de sacerdotisas de alto mando, las más poderosas del templo, deliberaban sobre Terral, la semisúcubo. A pesar de que su bautismo de sangre había sido el más magnífico del templo, no con el típico felino sino con la Gran Sacerdotisa en persona, la criatura demoníaca mostraba una inocencia inconcebible en una hija del mal y unas tendencias benignas ––como su deseo de enterrar con honores a su cachorro de leopardo, al que había criado como a un hijo –– que debían ser enterradas en el acto.
No obstante, las contadas ocasiones en que había despertado en ella su lado demoníaco, bien por accidente o bien por la realización de un ritual por parte de quienes se atrevieron a intentarlo, todos ellos muertos, se había desatado una terrible furia asesina imparable que había causado innumerables bajas antes de poder controlarla.
Fuera como fuera, aunque destacaba en el arte de la lucha por sus excepcionales reflejos, era una auténtica nulidad en el campo de la magia y ni siquiera era capaz de volar aunque se suponía que era una capacidad innata en todos los semidemonios con alas.
Finalmente, su propia madre aportó la solución sugiriendo que se cobraran una vieja deuda que tenía un nigromante con el templo, al que habían ayudado a ascender al poder años atrás. Todas acabaron por aceptar, aunque a regañadientes, a falta de una solución mejor.
***
Terral subió corriendo las escaleras de la horrenda torre del nigromante, emocionada por su primera clase de magia. No obstante, percibió pronto que, por más que corría y sentía como que avanzaba, en realidad no lo hacía en lo más mínimo. Tampoco pudo retroceder, sino que por más que lo intentaba se mantenía en el centro de la torre, creyendo moverse pero sin hacerlo.
––Primera lección ––dijo una voz retumbante ––. Si quieres subir, lo harás volando.
––¡Pero yo no sé! ––se quejó tras un silencio desconcertado.
––Ese no es mi problema. Si no eres capaz de subir, dormirás con los esclavos. Y ahora baja al jardín.
Cabizbaja, Terral hizo lo posible por bajar sin resultado alguno, hasta acabar sentándose jadeante.
––¡No puedo bajar!
––¡Sólo por la zona central de la torre, estúpida! ¡Las escaleras están encantadas!
––¡Pero yo no sé volar! ––protestó antes de que un relámpago mágico destrozara el escalón en que se encontraba, haciéndola caer al vacío.
***
Al llegar la noche, con un ala dislocada por la caída y decenas de dolorosas quemaduras provocadas por los infructuosos métodos del nigromante para obligarla a realizar un escudo mágico, se dirigió a las dependencias de los esclavos para dormir. Por suerte, el miedo a las sacerdotisas y un cierto respeto hacia sus dormidas habilidades demoníacas habían conseguido que, como cortesía, la semisúcubo tuviera un cubículo aparte, no exento por ello de suciedad y malos olores.
Nada más levantarse, con las heridas ya sanadas, salió corriendo al jardín para no llegar tarde a sus clases y chocó de frente con alguien que iba cargado de artefactos de cristal. Se trataba de un anciano de mirada asustada, pero de vestimentas algo mejores que las que llevaban los esclavos.
Siguiendo su impulso, Terral comenzó a ayudarle a recoger el estropicio y sintió un escalofrío justo antes de que el proyectil de su maestro se estrellara entre ambos.
––¡Maldita semisúcubo estúpida! ¿Qué clase de ser maligno eres? ¡Deja a mi parásito hacer su trabajo y ven de una vez, a ver si conseguimos hacer de ti algo útil!
––Pero…
––¿Tú no aprendes? ––preguntó lanzando un nuevo proyectil mágico a sus pies ––. ¡Vamos!
Terral obedeció y siguió al nigromante, ante la atónita mirada del anciano. No volvió a ver al hombre hasta una semana después, momento en el cual, su maestro le mostró con indiferencia los mecanismos de la esclavitud mágica a la que le tenía sometido. Desde el momento en que, cogiéndole por sorpresa, había convertido al anciano ––un poderoso archimago–– en un vampiro energético y había atado la energía vital del mismo a la suya, el desgraciado, dependiente de la energía de su nuevo señor, se había visto obligado a obedecer todas sus órdenes y caprichos si no quería que su amo se negara a recargarle, haciéndole así morir lentamente y condenando su alma a no ser reclamada por dios o demonio alguno.
De este modo, había conseguido la inestimable ayuda de alguien mucho más poderosos que él teniendo sólo que pagar, de cuando en cuando, una gran parte de su energía vital, que no tardaba en recuperar arrebatando la vida a otros esclavos de menor importancia.
Ni el nigromante ni su esclavo pudieron dejar de percibir la mirada horrorizada de Terral, lo que le costó una dolorosa descarga por parte de su maestro y una sesión de entrenamiento mucho más duro de lo habitual.
***
Varias semanas de entrenamiento en la magia oscura sólo habían conseguido que Terral poseyera un montón de conocimientos inútiles que era incapaz de llevar a la práctica, aunque sí había logrado adquirir una cierta habilidad con la alquimia y podía manejar artefactos mágicos complejos sin demasiados problemas. Debido a esto, su maestro, frustrado, se había confinado en la parte más alta de la torre y había informado a su alumna de que sólo la atendería si llamaba a la puerta de su despacho. Teniendo en cuenta que era imposible que llegara a dicho despacho sin volar y que no había sido capaz de elevarse más que unos metros del suelo, Terral estaba en un auténtico apuro y pasaba horas en el centro de la planta baja, intentando con todas sus fuerzas alzar el vuelo. El anciano, cada cierto tiempo, pasaba a su lado y se elevaba con facilidad en el aire tras ejecutar unos cuantos pases mágicos, a pesar de que siempre iba cargado. No obstante, cuando Terral quiso imitarle no consiguió más que dislocarse un ala y torcerse un tobillo. El esclavo, que había observado con interés sus intentos, se echó a reir a carcajadas.
––Por los dioses, nunca había visto un demonio tan negado para la magia ––dijo secándose las lagrimillas que se le habían saltado por la risa.
––No soy un demonio, soy medio humana ––replicó Terral, sin saber muy bien por qué se había sentido tan ofendida con el calificativo de demonio cuando era, de hecho, un gran honor para todo aquel al que conocía.
El mago la miró con un gesto extraño en la cara y finalmente dijo:
––Acompáñame.
Sin saber muy bien por qué lo hacía, cuando resultaba evidente que hacer caso a un esclavo no traería nada bueno, le siguió hasta una solitaria parte de la torre donde había innumerables objetos de alquimia viejos. El anciano revolvió entre las probetas de una mesa hasta dar con enfrasco con un líquido rojizo con esferas de blanco reluciente flotando, y derramó la mitad del contenido en un frasco vacío.
––Mira, esto es una poción de levitación. La uso cuando me encuentro demasiado débil para subir ––dijo con una sonrisa. Cuando Terral extendió la mano para tocarlo, recibió un sopapo en el brazo y le miró con recelo ––. ¡No lo toques todavía, lo estropearás! Las esferas no hacen efecto si no las tratas antes. Hay que refinar la pócima y hacer una nueva para que funcione sobre ti, semisúcubo. Atenta, no vayas a perder detalle. Te cedo parte de las esferas, pero cuando se te vaya a acabar el líquido tendrás que prepararlo tú.
Terral observó con fascinación cómo el viejo refinaba la pócima en los instrumento, hasta quedarse sólo unas blancas perlas luminiscentes. Nada más acabar ese proceso, le indicó que derramara su sangre sobre las mismas y comenzó a mostrarle los diferentes ingredientes que necesitaría para preparar la mezcla. Cuando acabó, salió un nuevo preparado de color negro con puntos brillantes.
––Vaya, parece que sí tienes algo de demoníaco después de todo. Esperemos que esa parte de ti siga bien enterrada… Ahora bébela a ver si funciona ––dijo tendiéndoselo. Terral, algo desconfiada, dio un sorbo al preparado y comenzó a elevarse por los aires sin poder controlarlo hasta chocar con el techo ––. ¡No te quedes ahí, baja!
––¡No sé!
––Sólo tienes que levitar hacia abajo, céntrate en el suelo.
Terral así lo hizo, pero en cuanto tocó el suelo y dejó de pensar en ello volvió a elevarse, para segundos después volver a caer porque los efectos de la poción habían desaparecido. Practicó un rato tras darle un nuevo sorbo, hasta que aprendió a mantenerse en el suelo mientras durara el hechizo.
––Bueno, creo que mientras no te olvides de prepararlo como te he dicho y finjas usar tus alas, podrá pasar ––dijo satisfecho.
––¿Por qué…
––¿Qué por qué te he ayudado? Porque me caes bien, a pesar de ser un demonio, y un poco de sabotaje a mi amo de vez en cuando me levanta los ánimos.
***
El nigromante, satisfecho porque la fin su alumna hubiera aprendido a volar, aunque aún parecía un tanto negada para realizar cualquier otro tipo de magia, continuó con su método de hacerla aprender mediante la frustración. Terral, incapaz de realizar las tareas que le imponía antes de encerrarse en su despacho, acababa por recurrir a la alquimia o a la ayuda del mago esclavo para desempeñarlas. A cambio, ella le ayudaba en sus desagradables tareas cuando tenía tiempo mientras hablaban de todo tipo de temas. De esta forma, se acabó desarrollando entre ambos una extraña amistad a espaldas del nigromante, a pesar de que éste percibía que no todo iba como debería.
Fue un día en que pensaba en nuevas formas de entrenar a su alumna cuando se dio cuenta de que nunca había realizado los hechizos que la permitían cumplir sus tareas delante de él, si bien estaba claro, por la huella mágica que quedaba después, que la prueba había sido realizada por ella. Ligeramente preocupado, llamó a su alumna y exigió que realizara todos los hechizos ante él, uno por uno. Sin haber preparado ninguna artimaña, Terral se limitó a mirarle con impotencia y a encogerse de hombros.
El nigromante, furioso, le exigió que dijera cómo había tejido los ardides, pero la semisúcubo, sabiendo que decirlo sería el fin del esclavo, permaneció callada a pesar de las torturas y los conjuros de dolor que lanzó sobre ella. Después de horas atormentando a su alumna, cansado, el maestro mandó llamar al anciano, que había pasado el día con experimentos alquímicos, para que continuara en su lugar hasta que confesara.
––No hace falta que continúes ––dijo el esclavo tranquilamente ––. Yo la ayudé.
Su amo no necesitó más para abandonar la tortura de la aturdida Terral y dirigir toda su atención en el anciano.
––¡Basta! ––gritó la semisúcubo cuando logró recuperarse lo suficiente. Su maestro no necesitó ni mirarla para lanzarla contra la ventana. Tras una fuerte caída, que destrozó sus huesos hasta casi impedir que se moviese, Terral comenzó a sentir cómo una furia sombría comenzaba a adueñarse de ella, evaporando todos los restos de su conciencia.
***
Despertó cuando la luna estaba en lo alto, en una habitación llena de sangre, para descubrir horrorizada que estaba rodeada de los restos descuartizados del nigromante. Incapaz de permanecer en la estancia, salió por la puerta y vomitó. Al levantar la vista, se encontró mirando a los ojos del debilitado anciano.
––¿Qué ha pasado?
––Parece que tu parte demoníaca ha despertado.
––¿Yo hice eso?
––¿Esperabas que lo hubiera hecho yo? Ya me contaste que tiempo atrás te había ocurrido lo mismo. Es curioso, parece que tu parte malvada sólo despierta en ti cuando alguien a quien aprecias es amenazado-
––¿Qué importa eso? Ellas no perdonarán que le haya matado. Estoy muerta.
––No perdonarán a menos que te comportes como un demonio y le eches la culpa a alguien. Tengo entendido que las sacerdotisas malignas son aficionadas a ese juego ––Terral le miró con sorpresa y negó con la cabeza ––. No seas testaruda, semisúcubo. De todos modos, sin el sustento de la energía de ese odioso nigromante no duraré mucho ––Terral siguió negando con la cabeza, incluso cuando el anciano puso en su mano una daga ––. Aun te quedan grandes cosas por hacer. Esperemos que no sean malignas ––se despidió, dirigiendo la mano armada de Terral hasta su pecho y apuñalándose.
***
Terral limpió sus lágrimas cuando escuchó llegar a las sacerdotisas, pero no se volvió y siguió contemplando la torre en llamas.
––¿Qué ha ocurrido? ––preguntó la voz autoritaria de su madre.
––Su parásito se rebeló contra él y le mató.
––¿Y el fuego?
––Algo debió prenderse mientras luchaban.
––¿Por qué no le defendiste?
––¿Para qué molestarme? Tampoco es que hubiera logrado enseñarme gran cosa.
Las sacerdotisas asintieron complacidas y partieron al templo junto a la semisúcubo.
––Bien ––dijo una de ellas ––. Puede que aun no sepa magia, pero al menos comienza a comportarse como un demonio.
Terral, que pasaba cerca, no pudo evitar estremecerse. Jamás, se prometió a sí misma.
Todas las historias y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
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