A Marie no le gustaba pensar en el pasado, porque luego la realidad la golpeaba más fuerte, pero a veces no podía evitarlo. Recordaba las fiestas, los bonitos vestidos, las reuniones sociales, sus viajes a París, sus padres… y, en definitiva, todos esos años en los que cargar con un montón de forraje para los animales era algo inimaginable. Ahora estaban todos muertos o exiliados.
Lo irónico de todo era que la situación la habían desencadenado los nobles, todo por no querer pagar impuestos. O, más bien, por su orgullo, ya que los impuestos no les iban a arruinar, pero ¿cómo iban a ponerles a ellos a la altura de los plebeyos? Ahora, los nobles no solo estaban a la altura de los plebeyos, sino que además eran gente sin identidad: si alguien los descubriera a las autoridades, serían guillotinados junto con el resto. Los había visto morir a todos, uno por uno.
Volvió a cargarse el forraje a la espalda y se dirigió a la granja. A veces deseaba soñar todo el día, como su hermana, sin ser consciente de la realidad. Porque la realidad era más que espantosa. Pasaba hambre, estaba cansada y sucia, y vivía con miedo constante. Suspiró y continuó andando.
Cuando llegó a la granja, Jean-Jacques salió corriendo de la casa con cara de preocupación.
-¡Marie! -dijo cuando llegó a su altura. En otros tiempos la había llamado mi señora.- Jeane ha desaparecido, no la encontramos por ningún lado.
Marie soltó el forraje en el acto y corrió hacia la casa, donde Nicole la esperaba ya con la capa puesta. Corrieron por el camino hacia el pueblo; no era probable que hubiera echado a andar campo través. No se equivocaron.
-…¡Vamos! ¿a qué estás esperando? Te digo que tienes que avisar al rey de que he sido secuestrada y tratada con tan poco respeto ¡Date prisa, plebeyo, o te haré encarcelar! ¡No me hagas que te lo vuelva a repetir!
-¡Jeane! -lo que estaba diciendo era motivo más que suficiente para acabar en la guillotina. La más mínima sospecha o acusación falsa eran bastante-. Querida, desvarías. Perdónela, señor, desde la muerte de los nobles para los que trabajábamos, ella se cree una de ellos -dijo con su mejor sonrisa al hombre al que su hermana había gritado en medio de la calle, rezando por dentro para que lo pasara por alto. Pero, una vez más, Dios hizo oídos sordos a sus plegarias.
-¡Esto es indignante! ¡El rey os hará matar a todos! Plebe -no llegó a terminar la palabra, pero quedó suspendida en el aire.
La fila fue haciéndose más corta, hasta que le llegó el turno a Marie. Rezó por que acabara rápido. En cierto modo, la estaban liberando, porque lo que había tenido que soportar era peor que la muerte. No le quedaba nada, y todos se habían ido. Ahora por fin se reuniría con ellos.
La hoja de la guillotina cayó como un rayo, y Marie descansó al fin en paz.
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