Escapó por la noche, cuando todo estaba en silencio y nadie podría verle. Había pasado tantos años siendo esclavo que prácticamente había olvidado el sabor de la libertad. Las cadenas aun le apretaban las muñecas, pero, por primera vez en mucho tiempo, era dueño de su destino. Al menos, si lograba llegar sin ser apresado a la frontera.
Prácticamente todos los países habían abolido la esclavitud, pero él había tenido la mala suerte de luchar en una guerra contra dos de los países que aun no la habían abolido. Por lo general, los prisioneros eran liberados a cambio de una suma simbólica que solía pagar la familia del prisionero y, a veces, los propios ejércitos, pero él no tenía familia y había estado siempre en muy malas relaciones con su superior inmediato debido a su propensión a defender los más débiles, así que, cuando llegó el momento, ese hombre sin escrúpulos recomendó a sus superiores que no se pagara por él ni una mísera moneda. De esta forma, se libró de un gran incordio entre sus filas a la vez que condenaba a la esclavitud al único hombre que podía contar qué fue lo que pasó realmente para que el ejército antiesclavista perdiera a toda una compañía de buenos soldados antes incluso de la verdadera batalla.
Recordaba con claridad cómo su superior, sediento de gloria, había enviado a una muerte segura a todos basándose solamente en suposiciones y en un mensaje que no había sido capaz de descifrar, a pesar de que todos habían sentido grandes reticencias a seguir un plan tan descabellado y las órdenes directas habían sido las de mantener posiciones.
Si con eso no dio bastante muestra de su ineptitud, eligió una posición difícil de defender y mala para emprender un ataque. Por descontado, cuando vio que todo estaba perdido abandonó a sus hombres en el campo de batalla y corrió a encontrar refugio. Él fue el único superviviente.
Pero, en esos momentos, lo mejor era dejar atrás los recuerdos y concentrarse en la huida. Entró furtivamente en la herrería del castillo y logró romper las cadenas de sus manos con bastante poco ruido. Por suerte, el herrero había tenido siempre un sueño profundo y era prácticamente imposible despertarle cuando dormía. Aprovechando que estaba allí, se hizo con un cuchillo, sabiendo casi con total certeza que lo iba tener que utilizar antes de lograr llegar a su destino.
Corrió hasta las murallas y, esquivando a los centinelas, logró salir del castillo, que estaba rodeado por 500 metros de terreno llano y hierba baja para evitar que el enemigo se aproximara sin que se dieran cuenta. Furtivamente, corrió hacia un lugar menos descubierto, casi a rastras para que, de verle los centinelas desde la muralla, le tomaran por un animal. Finalmente, llegó a una zona relativamente menos descubierta, donde se atrevió a descansar unos minutos. Luego, reemprendió la marcha con renovadas energías.
Una gran conmoción se había creado en el castillo cuando se corrió la voz de que uno de los esclavos se había dado a la fuga sin que nadie se diera cuenta de su ausencia hasta la mañana siguiente, cuando el herrero se encontró unas cadenas en su herrería y dio el aviso. Furioso, el amo del castillo envió a un equipo de sus mejores montaraces para encontrar y traer de vuelta al esclavo para que fuera sometido a juicio. Un juicio que sería una farsa, porque todo el mundo sabía perfectamente que la pena que tenían los esclavos por intentar fugarse de su señor era la horca.
El grupo de montaraces estaba formado por tres hombres y su líder, un antiguo esclavo que había acumulado méritos suficientes para acabar siendo liberado y puesto en un cargo de cierta importancia. Nunca había tenido el valor de fugarse cuando era esclavo, a pesar de que lo había deseado fervientemente y, aunque finalmente había tenido suerte, nunca había olvidado del todo sus orígenes. En cierto modo, era tan esclavo como los que tenían cadenas, porque la condición para su libertad fue que permaneciera al servicio del señor del castillo hasta su muerte.
Aunque eso no significaba que no fuera a cumplir su cometido. Su presa era inteligente, no como otros esclavos que se habían fugado antes. En vez de huir por el camino directo hacia la frontera, había ido por un terreno escarpado que dificultaba el uso de los caballos, lo que obligaría a sus perseguidores a ir a pie, en igualdad de condiciones. Además, había dejado rastros falsos que hacían difícil seguirle la pista. Tenía entendido que el esclavo en cuestión era un prisionero de guerra, un soldado. Eso haría la cacería mucho más interesante. Dio las órdenes oportunas y esperó a que se llevaran los caballos y prepararan a los perros. La caza estaba a punto de empezar.
El fugitivo se metió en el río y caminó por su centro durante un buen trecho para ocultar su olor y despistar a los perros. En vez de ir río arriba, donde se suponía que estaba su destino, caminó en sentido contrario y volvió sobre sus pasos, tras lo cual salió del río y dio un amplio rodeo a la zona antes de volver a avanzar. Quería ganar tiempo, pues sus perseguidores eran incansables, siempre ganándole terreno. Tres veces habían estado a punto de atraparle y sólo se había librado gracias a su buen oído, que le permitió escuchar a los perros, y a su ingenio. Esperaba poder despistarles.
El agotamiento comenzaba a hacer mella en él, pero no se atrevía a parar ni para comer, y sólo osaba dormir un par de horas por miedo a ser descubierto desprevenido. La huída tenía sólo dos opciones, y eran el éxito o la muerte, por lo que no podía permitir que le capturaran. Si lograban capturarle, lucharía por su vida hasta su último aliento, a pesar de que sabía que no tenía muchas posibilidades de vencer a sus perseguidores con el cuchillo que le había robado al herrero el día de su huída.
Los montaraces encontraron finalmente el rastro río abajo tras mucho tiempo de búsqueda. Los perros lo habían encontrado casi por casualidad y todos comenzaban a sentirse frustrados. Desde luego, era un adversario digno.
Siguieron el rastro por un inmenso rodeo y comenzaron a acercarse al fugitivo una vez más cuando sólo quedaba una jornada de camino para pasar la frontera siguiendo la senda. No obstante, se llevaron una desagradable sorpresa cuando el rastro volvió a desaparecer en un riachuelo cercano. No había tiempo para perder el tiempo buscando el rastro, por lo que decidieron separarse. Dos hombres fueron río arriba, uno río abajo y el líder, siguiendo su intuición, continuó por la senda.
Tras unos cuantos kilómetros, volvió a encontrar el rastro del esclavo fugado, pero no volvió atrás para avisar al resto: cuando los encontrara, el fugitivo habría logrado cruzar la frontera. Siguió el rastro y llegó a una zona en la que había mucha vegetación, que indicaba la cercanía del país vecino donde el rastro volvía a desaparecer. Su intuición le instó a mirar hacia arriba y se encontró cara a cara con su presa, que sujetaba un cuchillo en su mano. Se miraron el uno al otro durante un largo rato hasta que, sin saber exactamente por qué lo hacía, le lanzó una media sonrisa, dio media vuelta y se marchó por donde había venido.
Cuando los demás le preguntaron si había dado con el fugitivo, sólo dijo que había dado con él cuando ya había logrado cruzar la frontera.
El fugitivo llegó a la frontera y la traspasó sin entender aun la actitud de su perseguidor, pero agradecido por ella. Ahora que realmente era libre, se preguntó que hacer a partir de entonces. No tuvo que pensar mucho para encontrar la respuesta.
El juicio al traidor de guerra se celebró casi en secreto, debido a la gravedad de su caso. Los cargos eran diversos, e iban desde desobediencia a una orden directa hasta cobardía, traición y falso testimonio.
Al parecer, había desobedecido las órdenes de mantener sus posiciones y había atacado al enemigo en una mala posición y en inferioridad numérica, huyendo del campo de batalla en cuanto se vio amenazado. Luego, declaró que habían sido atacados por el enemigo cuando estaban desprevenidos y que él se había librado de una muerte segura al caer inconsciente al suelo y ser dado por muerto. Luego, para que la verdad no saliera a la luz, negó el rescate al único superviviente de la masacre, condenándole a la esclavitud al declarar que era un hombre mentiroso, cobarde y de poca valía e insinuar que podría ser un traidor, impidiendo así que el ejército se hiciera cargo de su rescate.
La valerosa huida del hombre y su exposición de los hechos ante un tribunal militar abrieron una investigación contra el traidor, que había escalado posiciones en el ejército desde el suceso y había sido declarado héroe de guerra con todos los honores. Tras varios meses de investigación se encontraron pruebas suficientes de la culpabilidad del traidor en todos los cargos, así como de muchos otros delitos.
Declarado culpable de todos sus crímenes, todos los honores de los que había disfrutado fueron traspasados a quien le correspondían por derecho, y el traidor fue ejecutado pocos días después de que se emitiera el veredicto.
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