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martes, 21 de enero de 2014

Terral: orígenes: sospecha

Tengo un poco abandonado el personaje de Terral, a pesar de que me habéis preguntado en más de una ocasión cuándo voy a publicar otro relato. No sé por qué no lo he publicado, teniendo como tengo varios relatos hechos. Quizás la falta de tiempo ^^.
Para los que todavía no sepáis quién es este personaje, aquí tenéis enlaces a otros relatos y a su ficha:
Sospecha
La ciudad es inmensa y no puedo ocultar mi asombro al verla. No es que tenga que ocultar nada, ni a Norval ni a nadie, pero las viejas costumbres perduran.
Me preocupa mucho que las barreras mágicas detecten el hechizo de ocultación de mi naturaleza demoníaca, o la ilusión que esconde mis alas. Mi compañera tenía que reforzar el conjuro justo antes de entrar, pero no tuve más remedio que matarla. Sólo puedo confiar en la suerte una vez más, pero por si acaso estoy preparada para huir si soy descubierta. Por más que el hechizo oculte y de alguna forma impida salir a mi parte demoníaca, sigue estando ahí y soy perfectamente consciente de que no soy precisamente pura.
Espero sinceramente que no pase nada. No sólo porque perder la amistad de Norval sería un golpe muy duro y difícil de superar, sino porque esconderme de los sacerdotes malignos que sin duda me perseguirán cuando se enteren de todo será más sencillo en la ciudad con más clérigos del bien por habitante de toda Dielm. Pero, salvo un ligero estremecimiento del colgante al atravesar la muralla, no ocurre nada significativo.
Una vez dentro, no tengo muy claro qué hacer a continuación. Se supone que Daided tenía los contactos y el dinero, pero yo no tengo más que un par de monedas de oro y no sé dónde ir. Supongo que tengo que encontrar trabajo, pero no poseo ninguna experiencia ni sabría dónde buscarlo. Estoy a punto de preguntar discretamente a los comerciantes cuando Norval se me adelanta.
—Escucha, Terral. No he podido evitar fijarme en que tu bolsa no está precisamente llena... ¿tienes amigos en la ciudad que te den alojamiento, o un lugar donde trabajar? —enrojezco, pero no me atrevo a mentirle al respecto y niego con la cabeza—. Verás, conozco a un tipo que siempre necesita ayudantes en su tienda. Es quisquilloso y nunca está contento, gruñe, protesta y frustra a todo el mundo, pero por algo se empieza y el alojamiento y la comida están incluidos en el sueldo, que por otro lado no está tan mal. Ya sé que no es ideal pero...
—Podré soportarlo —le interrumpo. Si él supiera...
***
Llegamos a la calle principal y entramos en uno de los locales más suntuosos de la plaza. Sólo por el olor ya sé que es una tienda de magia, aunque está tan impoluta y organizada, con los ingredientes metidos en tarros mate y los libros y componentes grandes fuera de la vista, que nadie podría decirlo de buenas a primeras.
Norval se dirige al mostrador y tira débilmente de una campanilla. Un individuo de avanzada edad, que viste como un noble, se apresura escaleras abajo refunfuñando, pero cuando ve a mi compañero se detiene.
—¿Qué? ¿Otra inútil para el puesto?
—Kareilos, si recibes así a tus trabajadores desde el primer día no puedes esperar una actitud positiva por su parte.
—Lo mismo da, ninguno aguanta conmigo más de unas pocas semanas. No merece la pena ser amable —se gira hacia mí—. ¿Sabes algo de magia?
—Algo sé. Pero soy un desastre si intento practicarla.
—No necesito a un practicante, sino a alguien que sepa distinguir una gema encantada de una decorativa, no confunda los componentes de hechizos entre sí y no me mezcle las hierbas sólo porque se parecen.
—En tal caso, puedes contar con que haré bien mi trabajo.
—Veremos. Sube, deja tus trastos en el primer cuarto según acaban las escaleras y vuelve aquí como si huyeras de una horda de orcos. Te explicaré las cosas una sola vez, ni una más. Si te ves incapaz de memorizar todas tus tareas, los horarios y hasta el último de los productos de esta tienda, ya te estás largando.
Sonrío y hago lo que me dice. Teniendo en cuenta dónde me he criado, no será difícil esttar a la altura del puesto.
***
Ha pasado una semana y Kareilos sigue en la misma línea que el primer día. Ya apenas tiene motivos de queja por mi parte, lo cual parece irritarle todavía más, pero no me preocupa. Al contrario que mis viejos maestros, que cumplían sus amenazas (y eran amenazas mucho más temibles que las que profiere mi jefe), a él se le va toda la fuerza por la boca.
Mi nueva vida me gusta. Tengo suficiente tiempo libre para recorrer la ciudad con Norval, e incluso he conocido a gente interesante por mi cuenta. El resto del tiempo lo paso en la inmensa biblioteca, a la que todo el mundo tiene acceso. Me he adaptado rápido: sólo tengo que seguir mis inclinaciones naturales, en vez de contenerlas.
En cuanto al trabajo, reconozco rápidamente los objetos mágicos, los ingredientes y las hierbas que me piden los clientes. Aparte de eso, no tengo más que ordenar, limpiar, hacer recados y anotar cuidadosamente qué se lleva cada persona. Kaleidos insiste que es su responsabilidad todo hechizo que se realice con lo que vende, y lleva una estrecha vigilancia para detectar anomalías que indiquen un uso maligno de sus productos.
Nunca he tenido problemas con esa norma hasta hoy. Un cliente se ha llevado una serie de hierbas e ingredientes que, en apariencia, son inofensivos. Kareilos no le ha dado importancia, pero yo sé que en esas cantidades se puede hacer un hechizo para anular la voluntad. Lo que es más, revisando su historial he encontrado compras igualmente preocupantes, aunque en principio sean ingredientes comunes.
¿Cómo contarle mis sospechas sin revelar parte de mi pasado? Este dilema me atormenta. No puedo dejar que ese hombre realice el hechizo, pero basar mis acusaciones en la intuición no servirá de nada: su reacción ha sido reír y amenazar con despedirme si me niego a atenderle. La otra opción es encontrar pruebas más consistentes y dejar a Kareilos al margen, lo que podría dejarme expuesta a aquellos que sin duda están tras mi pista. No obstante, me temo que no me quedará más remedio que intentarlo. Maldita mi conciencia, por no permitirme ignorar la situación y quedarme al margen. Espero equivocarme.
***
Tras tres días siguiendo al mago, mis sospechas de que hace magia oscura se han convertido en una certeza casi absoluta, lo cual me ha planteado un nuevo dilema: ahora que lo sé, ¿qué hago? No puedo interceptarle y atacarle, o intentar liberar a sus víctimas, sin arriesgarme a un ataque que dejaría al descubierto mi verdadera identidad.
Por supuesto, la respuesta está clara. Sólo falta reunir el valor necesario para hacerlo. Norval puede encargarse del asunto con facilidad, pero para contárselo todo necesito confiar en él y en que no hará preguntas. Por supuesto, somos amigos, y en cualquier sitio que no sea aquel donde me crié eso implica un cierto nivel de lealtad, pero nada puede asegurarme que su lealtad hacia mi persona sea mayor que la que siente hacia la institución sacerdotal a la que pertenece.
Necesito dos días más para animarme, y le obligo a jurar por sus dioses que no va a preguntarme cómo conseguí la información que le proporciono, planteándolo de tal forma que parece que estoy protegiendo a alguien más. También le hago prometer que no revelará a nadie quién se lo ha contado.
Me mira raro, pero accede, y le digo todo lo que sé sobre el mago: dónde vive, qué clase de hechizos realiza e incluso algunas de las protecciones, mágicas y comunes, que he descubierto durante la vigilancia. Su rostro se vuelve más sombrío por momentos y cuando termino me dice, antes de girarse para volver al templo.
—Me encargaré de comprobar que todo es cierto —titubea, antes de añadir—. Terral, no sé a quién intentas proteger haciéndome prometer todo eso, pero si tiene que recurrir a subterfugios e intermediarios para revelar a las autoridades la identidad de un criminal, no creo que sea trigo limpio. Ándate con ojo.
Asiento y respondo con una media sonrisa, aunque en mi interior siento cierto enfado. Sé que no pretende insultarme, porque no sabe que no intento proteger a nadie más que a mí misma, pero me duele que piense que no soy trigo limpio. Lo soy, o al menos lo es mi parte dominante, tanto más desde que enterraron tan profundamente mi parte oscura para hacerme pasar por una humana corriente.
Si algo he aprendido de esto, es que nunca, pase lo que pase, debo permitirle que se entere de mi secreto.
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