Once horas en Calatayud son demasiadas horas si vas de pobre y es un día de invierno en el que se alterna un solazo con grandes ráfagas de viento, chaparrones y granizadas. Pero no había posibilidad de cambiar el billete por uno más temprano, así que había que aguantarse.
Lo primero que hice, como siempre, fue ir a la oficina de atención turística, pero antes me topé con la iglesia del Santo Sepulcro, que estaba abierta, así que aproveché, que con las iglesias y sus aperturas nunca se sabe. El altar es una maravilla, y merece mucho la pena entrar.
Luego, la de la oficina de atención turística me dijo la ruta óptima de cosas que visitar. Yo le pregunté si se podía visitar el castillo de Ayub y me dijo que sí, y que estaba abierto para subir arriba. Sus indicaciones para llegar, que también eran las de Google, pasaban por un pinar que estaba casi en vertical y por el que prácticamente tuve que subir a gatas. Todo para encontrarme con que, al contrario de lo que me había dicho, el acceso a la parte alta del castillo estaba cerrado con llave. Eso sí, unas vistas muy bonitas.
Otra de las iglesias que aparecen destacadas en el mapa, la Iglesia de San Andrés, estaba cerrada porque estaban abriendo la calle y no se podía pasar, aunque eso sí que me lo advirtió. Y la Colegiata de Santa María, que tiene una preciosa portada, estaba cerrada al público ese día.
Calatayud: Colegiata de Santa María, cúpula de San Juan El Real y panorámica de la ciudad |
El museo de Calatayud está bien, habla sobre todo de un yacimiento romano cercano, Bilbilis, y está bastante bien explicado. También tienen una parte de arte abstracto que no pega demasiado.
Después, pasé por la Iglesia de San Juan El Real, donde hay frescos de Goya en las pechinas de la cúpula, y que tiene una decoración preciosa, además de un belén que cuenta toda la historia de la Sagrada Familia desde la Anunciación.
Acabada esa visita se estaba poniendo el tiempo muy feo, así que pase por la oficina de turismo para avisarles de que no se podía entrar al castillo y me fui para la estación, aunque todavía quedaba un rato para la llegada del tren. Hice bien porque a cincuenta metros de la estación empezó a granizar y ya no paró: menos mal que me pude poner a cubierto.
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