Pero no es oro todo lo que reluce. Muchos de los allí presentes estaban deseando que la tarde pasara lo más rápidamente posible. Deseando que terminara de una vez, poder irse a casa. El instituto no había significado mucho para ellos. En un lugar como ese, de pago, los que no vistieran de marca y no aceptaran el rol impuesto por el grupo, no eran bien recibidos. Era un grupo cerrado, y todos daban su amistad a cambio de algo. De ayuda al hacer los ejercicios, de amistad con uno de los líderes, o incluso, de formar parte del propio grupo. Ese ambiente de amistad condicional no terminaba de agradar a los que habían llegado en los últimos cursos, y, aunque con el tiempo se habían logrado acostumbrar unos cuantos, otros tantos aun se sentían incómodos entre esa masa egoísta, aunque procuraban, por su bien, disimularlo de la mejor forma que podían.
Alejandro conocía bien este ambiente, porque él había vivido la misma situación hacía tan sólo dos años. Por suerte, su paso por el instituto había pasado bastante desapercibido, y había tenido la suerte de ser aceptado por todos desde un primer momento, quizás porque su padre era una persona poderosa y lo bastante influyente como para que todos le tuvieran en cuenta. Ahora estaba allí otra vez, por suerte, esta vez, para ver la graduación de su hermana. Había venido toda la familia, al igual que el resto de las familias estaban allí casi íntegramente. Este tipo de actos también servían a los padres para hacer vida social. Él hubiera deseado no estar allí, no tener que pasar por lo mismo por lo que pasaba casi cada mes, cuando el instituto de su hermana o la universidad, o la empresa de su padre realizaban una fiesta. Y él siempre tenía que estar allí, como primogénito de la familia, soportando a los aduladores y contestando cortésmente a las mismas preguntas una y otra vez “¿Qué estás estudiando?” “¿pretendes tomar las riendas de la empresa cuando seas mayor?” “¿qué se siente al ser el hijo de alguien tan importante?”
Se aburría horrores. Había llegado una hora antes, como era costumbre en su familia, debido a que su padre pensaba que era poco elegante llegar con la hora ajustada, aunque la verdadera razón era que los momentos antes de las ceremonias eran buenos para hacer negocios y contactos. Aun así, no habían sido los primeros, ya que muchos otros habían tomado ejemplo de las costumbres de su padre.
Tras los saludos a los presentes, su hermana se había dedicado a presentarle a todas las amigas que iban llegando, también a algunos chicos. Lo cierto era que ella sí que se había adaptado a la perfección al entramado de relaciones hipócritas que había en el instituto. Todos eran iguales. Observó con cierta sorpresa que todas las chicas llevaban vestidos increíblemente similares, coincidiendo incluso en los colores. Todas peinadas con recogidos ostentosos, bolsos diminutos en los que no entraba nada y zapatos de tacones imposibles. Y todas le miraban con interés, como lo habían hecho sus compañeras en el instituto y seguían haciendo en la universidad, coqueteando con él de manera descarada unas, otras más sutilmente, pero todas ellas sin verdadero interés en lo que él era en realidad, en sus opiniones.
Mirando el reloj continuamente, los minutos parecían horas. Horas largas. Cuando miraba a la mareada de gente que ya le había saludado, y pensaba en la que aun quedaba por saludar, se ponía enfermo. La ingente cantidad de mujeres (tanto madres como hijas) vestidas de rosa y azul cian le sorprendía. El hecho de que los estampados que estaban de moda fueran tan psicodélicos le mareaba.
Fingiendo que se iba al baño, logró escabullirse a la parte trasera durante unos minutos. Allí vio de lejos a una chica que le llamó la atención. No llevaba vestido, sino pantalones de corte sencillo, y llevaba una blusa bonita pero informal. Su pelo, largo y moreno, estaba suelto, y, algo realmente sorprendente, no llevaba tacones aunque no era demasiado alta. Su bolso tenía el tamaño lógico de un bolso (no inmenso, pero sí con el suficiente tamaño como para que le entrara algo más que la tarjeta de crédito, un gloss y la raya del ojo), y sus complementos no eran esas horribles joyas que estaban de moda, sino adornos discretos que resaltaban sus rasgos. No había duda de que no podía ser una alumna (ninguna se atrevería a ir así a un acto como ese), pero no sabía de ninguna nueva profesora, y era imposible que fuera una madre, pero no obstante, se dirigió al lugar donde estaban reunidos todos con una seguridad en sí misma que era impresionante. Fascinado, decidió que ya era hora de volver al lugar de reunión, pero, por desgracia, había mucha gente y alguien le paró a saludarle. Cuando volvió a mirar, la chica misteriosa no estaba.
Volvió a donde estaba su hermana y se vio obligado a disculparse por la tardanza ante ella y sus amigas. Despistado, no paraba de mirar de un lado a otro buscando a la chica, pero sin éxito, hasta que una mirada enfurruñada de su hermana le obligó a prestar más atención a la banal conversación que estaban manteniendo los protagonistas de la noche.
-¡Santo cielo! ¿Es que nadie ha avisado a esa loca de que este es un acto serio? –dijo de repente una de las amigas de su hermana. Todo el grupo se giró a la vez, y Alejandro tuvo que hacer lo mismo. ¡Era ella! Dedujo por la cara de todos los presentes que era realmente una alumna, y que se iba a graduar también ella ¡Qué valor tenía para aparecer allí vestida en contra de la moda de ese año!
-¿Quién es? –preguntó admirado. Su hermana le miró con un gran reproche al advertir su tono de voz, pero no obstante respondió:
-Es una tal Amanda. Vino hace dos años, pero yo no me había enterado de que existía hasta que nos enteramos de que Samanta tenía que salir con ella a recoger el diploma. ¡Le dimos instrucciones detalladas de lo que tenía que ponerse! ¿Cómo se atreve? ¡Pobre Sam! –exclamó, tras lo cual se marchó corriendo a consolar a la tal Sam, que estaba teniendo un ataque de nervios bastante profundo en la otra punta de la sala.
Cuando ya estuvo más calmada, ambas se dirigieron hacia Amanda en actitud desafiante. Aunque cualquiera se hubiera amedrentado ante las dos chicas más poderosas del instituto, ella se quedó tranquilamente apoyada en la pared, sin ninguna intención de huir de las dos fieras que se le acercaban.
-Oh, Amanda, qué bien que hayas venido, pensábamos que no llegabas. –oyó decir a su hermana - Pero de qué vas vestida, querida, que guasona. Será mejor que vayas a cambiarte antes de que empiece la ceremonia, no vaya a ser que por la tontería no te de tiempo y tengas que ir así a la fiesta.
-Oh ¿disfraz decías? Parece que aquí todos hemos tenido la misma ocurrencia. Sí, será mejor que vosotras también vayáis a cambiaros, parece que todas hayáis comprado el vestido en el mismo todo a cien. ¿No os mareáis con tanto rosa y cian en estampados psicodélicos? –respondió Amanda con sarcasmo. Esa chica era impresionante, pero parecía que no se daba cuenta de que las dos fieras habían aumentado tanto su enfado que estaban a punto de saltar sobre ella. Antes de que las dos respondieran a la provocación con una de sus maldades, Alejandro se adelantó.
-¿No me vas a presentar a tu amiga, hermanita? –dijo con la mayor de sus sonrisas. Su hermana le fulminó con la mirada, pero hizo lo que acostumbraba a hacer: comportarse como una perfecta damita de alta sociedad.
-Te presento a Amanda. Se va a graduar con nosotros, pero ha tenido la ocurrencia de venir vestida de esta forma. Ahora mismo se va a su casa a cambiarse.
- ¿A cambiarse? ¿Pero por qué ibas a hacer tal cosa, Amanda? Estás estupenda así vestida. De hecho te felicito por ser la única mujer en esta sala que no marea con su vestido. Escucha, falta aun un rato para que empiece la ceremonia. ¿Quieres venir a tomar un poco el aire? Por estos lares está bastante cargado de malas vibraciones.
- Sí, me parece una buena idea –dijo ella, siguiéndole afuera. Una vez allí, añadió –Gracias por tu intervención, empezaba a pensar que se abalanzarían sobre mí de un momento a otro. ¿Puedo preguntar el nombre de mi nuevo héroe?
Echándose a reír, Alejandro respondió:
-Soy Alejandro, y una de las fierecillas es mi hermana. Tienes valor, eso te lo reconozco. Hasta a mi me dan miedo. A veces.
-Pensé que no importaba demasiado cómo fuera vestida, porque después de todo ya no les voy a ver más y, ya de venir a este solemne aburrimiento, quería venir cómoda. No se me ocurrió que podría ser el objetivo de un linchamiento de fashion victims…
-Has hecho bien, en serio. Ojalá yo hubiera tenido el valor de vestirme original el día de mi graduación, aunque supongo que mis padres habrían hecho lo imposible por impedirlo. Es lo que tiene pertenecer a una familia influyente.
-¿Debería impresionarme?
-Te agradecería que no lo hicieras. No lo soporto.
-Me alegro mucho, porque no tenía intención de hacerlo -dijo ella con una sonrisa. Mirando por encima del hombro, añadió -Va a empezar la ceremonia, debo irme. Gracias de nuevo -gritó mientras corría de nuevo al interior del edificio. Sonriendo como no lo hacía en años, él también se dirigió al lugar de la ceremonia, donde se reunió con sus padres, que levaban ya un rato esperándole.
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