El Divino ofreció la inmortalidad a aquel que le entregara el mejor presente, con la condición de que los que le dieran regalos que no le agradaran recibirían la muerte.
La inmortalidad tiene un precio que pocos conocen y menos se atreven a pagar. Así, ansiando la inmortalidad, el rey ofreció su reino, el mercader a sus esclavos, el rico su oro y el sacerdote mil sacrificios humanos. Todos recibieron la muerte como recompensa, y sólo una persona tuvo el valor de arriesgarse a ofrecer algo más. Esa persona pagó con su alma y recibió la inmortalidad, pero una eternidad en un cuerpo vació es un castigo, y tuvo todo el tiempo del mundo para arrepentirse del negocio.
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