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lunes, 18 de mayo de 2015

Colapso

Nuevo proyecto de Adictos a la escritura. Había que desarrollar el micro del mes anterior de un compañero al azar. A mí me tocó desarrollar el de Licia Román (en negrita) y la verdad es que me resultó muy fluido.

Colapso
En los días más fríos de aquel crudo invierno caminaba por las calles céntricas una pobre anciana en busca de algo para comer, casi no podía caminar y su bastón era lo único que la acompañaba... Se acercó a unos jóvenes que estaban cenando, con una mendiga intención, pero al cabo de unos minutos se encontraba haciendo eco de la fortuita vida que le costó llevar, de los desaires más remotos que fulminaban su dura realidad...

Después de recibir algo de dinero, decidió seguir su camino, pero antes de cruzar la calle se detuvo al ver cómo un auto embestía a un joven que viajaba en moto dejándolo cerca de ella con su rostro empapado en sangre, el cual resultaba irreconocible...
La vida dura la había hecho insensible al dolor ajeno, pero algo se removió dentro de ella cuando le vio tirado en el suelo. Así pues, en vez de alejarse, como hubiera hecho normalmente, se acercó y comenzó a ver en el rostro ensangrentado rasgos reconocibles.
-No puede ser -susurró-. No puede ser.
Y es que ahí, inconsciente en medio de una calle y probablemente muriendo ante sus ojos, estaba el vivo retrato de su difunto esposo. Parecía imposible, pero ella lo supo. Supo que ese muchacho era su nieto y que la habían traicionado. Debió haberlo imaginado desde el principio, pero siempre había sido una estúpida. Y no aprendía.
Había conocido a su marido cuando había entrado a servir en su casa. Ella no era nadie, él era el hijo de un terrateniente. A pesar de todo, se casaron en secreto y, cuando quedó embarazada, la familia no tuvo más remedio que aceptar la situación. Pero, cuando aún le quedaban un par de meses para dar a luz, su marido, que era todo su mundo, murió mientras cabalgaba por los confines de la finca para visitar a los arrendatarios.
Nadie vio nada, pero ella siempre sospechó que no había sido una caída accidental: sus suegros no podían tolerar una mancha en la familia y él, al casarse, había creado una mancha tan grande que solo podían quitarle de en medio para borrarla. Sintió que sus sospechas se confirmaban en el funeral donde, en vez de llorar por su hijo, no pararon de echarla miradas de desprecio.
Fue entonces cuando decidió huir, porque sabía que ella y su bebé no-nato serían los siguientes. No obstante, el dolor y el estrés de la situación hicieron que se pusiera de parto ese mismo día, cuando aún no había abandonado la mansión que tanto dolor le había acarreado.
Para su sorpresa, sus suegros no solo la atendieron, solícitos, sino que llamaron al médico familiar para que se hiciera cargo de todo. No sirvió de nada: el niño se había adelantado demasiado y no había sobrevivido. Al menos, fue eso lo que le dijeron antes de echarla de la propiedad, desgarrada por el dolor y sin fuerzas por las consecuencias del parto reciente.
Debió haberlo sospechado, pero nunca cayó en la necesidad de esa gente de contar con un heredero que se hiciera cargo de todo cuando ellos faltaran, así que se marchó lo más lejos posible, aceptando la palabra de esos impostores.
Y ahora, el que sin duda era el hijo de su hijo estaba allí, muriendo ante sus ojos, y ella se desvivió por salvarle. La ambulancia no tardó en aparecer y la anciana vio cómo se lo llevaban, sin saber, una vez más, si el fruto de su sangre viviría o moriría.
Vivió y tres meses después le vio a lo lejos. No se atrevió a acercarse a él, que comenzó a ir a su territorio a menudo. Pronto descubrió que la estaba buscando, para darle las gracias. Pero ella no podía enfrentarse a él, ella que no era nadie, que había pasado en las calles toda su vida salvo un breve y feliz periodo. Así pues, se marchó de ese barrio, de esa ciudad, como ya se había marchado de tantas otras, huyendo de su pasado y de sí misma. Su hijo había vivido y había tenido un descendiente. Su nieto estaba a salvo. Ella, que no era nadie, se alegraba y no quería manchar sus vidas con su presencia. Con saberlo, le bastaba para ser feliz hasta el día de su muerte.

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3 comentarios:

  1. buenas! La verdad que mi microrelato daba lugar a que fuera fluido, igual me gusto mucho como contextualizaste.. Te invito a ver lo que publique!! Saludos..

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  2. Me ha gustado como lo dices, pero leo pena, mucha pena y darle un poco a la abuela habria sido bueno. Las descripciones son buenas. Un abrazo.

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  3. Wow me ha gustado, bueno me ha puesto triste la historia de esa mujer. Esperaba que pudiera hablar con su hijo, pero bueno, se muestra un gran sacrificio, que hacen las mamás por los hijos.

    Saludos.

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